Por Gustavo Espinoza M. (*)
Anota Juan Gargurevich que cuando en la fría mañana del 8 de octubre de 1919, Mariátegui y Falcón partieron a Europa, sólo un par de amigos acudió a despedirlos.
Hubo quienes, desde posiciones supuestamente más radicales y más intransigentes, creyeron ver en el viaje de los jóvenes editores de “La Razón” una suerte de fuga, una manera elegante de eludir responsabilidades, un modo de soslayar definiciones ante el régimen de Leguía, duro y agresivo. Se equivocaron, sin duda, pero nunca tuvieron la hidalguía de reconocerlo.
Cuando el 17 de marzo de 1923 Mariátegui retornó del viejo continente, también fueron pocos los que le dieron la bienvenida.
Aún subsistía en torno a él, un clima de tenue desconfianza basada en el prejuicio y la maledicencia.
Aunque áspero admitirlo, esta actitud persistió en el tiempo y se manifestó de diversos modos.
Uno de ellos, fue el intento de expresar descontento cuando el 15 de junio de ese año, inició su ciclo de charlas referidas a la crisis mundial en las Universidades Populares González Prada.
José Carlos Mariátegui, considerado hoy una de las figuras más descollantes del pensamiento peruano en el siglo XX, tuvo una vida difícil, no solo porque estuvo acosado por la represión política y una severa dolencia física que finalmente lo condujo a la tumba, sino también porque sufrió desde un inicio el mal sabor de la mezquindad y la envidia que lo rodeó constantemente como una manera de frustrar su capacidad creadora y su aporte a la vida nacional.
Porque eso es así, resulta muy importante estudiar a Mariátegui no solamente a partir de la lectura de sus escritos más trascendentes, sino también en todas las facetas de su existencia.
Es decir, agotar su vida y su obra para entender mejor la naturaleza de su mensaje y comprender más cabalmente el sentido de su aporte. No obstante, no basta estudiarlo.
Hay que imitar su ejemplo y sentir la lucha de nuestro pueblo como propia, enarbolando sus mismos ideales, y banderas.
En ese espíritu es que alentamos la realización de este evento, que nace con la idea de conocer el periodo más rico en la formación intelectual, académica y política de José Carlos Mariategui.
¿Qué fue lo que ocurrió en el alma de este hombre entre octubre de 1919 y marzo de 1923. Alfredo Mathews, uno de sus más brillantes discípulos, prematuramente desparecido, nos lo dice de una manera discutible, pero franca:
“En 1919, viajó José Carlos Mariategui a Europa. Era un joven aficionado a aventuras, cultivador de la literatura decadente, novelista fracasado, actor de sonados líos periodísticos, vinculado más por afanes sentimentales que por sólidos motivos ideológicos, a los movimientos obreros y a las inquietudes estudiantiles que se produjeron en las vísperas de su viaje. En 1923, estuvo de vuelta, convertido en un estudioso, en un vigoroso polemista, en un marxista, en un revolucionario”
Para explicarse este proceso de cambio tan significativo, el propio Mathews acude a dos experiencias fundamentales: la aparición del proletariado peruano y la ola revolucionaria que había apreciado en Europa y que dejó como estela la Revolución Bolchevique en la vieja Rusia de los Zares.
Y fue ciertamente en Europa donde Mariátegui tomó conciencia de ambos elementos. “El itinerario de Europa -lo dijo él mismo- había sido para nosotros el del mejor y más tremendo descubrimiento de América”
Como veremos en el desarrollo del Simposio que hoy instalamos, en el viejo continente Mariátegui tuvo muchísimas vivencias.
Pudo conocer de manera directa el escenario de post guerra, con todas sus tragedias humanas y sociales, la profundidad de la crisis capitalista de entonces, el proceso de formación de los partidos comunistas y obreros, el vigoroso ascenso de los pueblos en lucha, la influencia creciente de la Revolución Rusa, la figura de Lenin, el papel rector de la intelectualidad en tiempos en los que en el firmamento del mundo asomaban personalidades tan destacadas como Henri Barbusse, Romain Rolland, Máximo Gorki, Antonio Gramsci, Piero Gobetti; el surgimiento del fascismo y sus más bárbaras expresiones.
En apenas 41 meses, Mariategui tuvo ante sus ojos fenómenos excepcionales que marcaron el tronco fundamental del siglo XX y afirmaron un derrotero nuevo para el mundo.
Su mérito fue el saber aquilatar estas experiencias, extraer de ellas las lecciones más profundas.
Hemos denominado nuestro evento como “Volvió para quedarse…” Y es que su viaje por Europa fue el único que pudo hacer el Amauta.
Cuando retornó en marzo de 1923 apenas si alcanzó a dictar sus Conferencias en las Universidades Populares, asumir la dirección de “Claridad”, escribir lo que sería poco después su primer libro: “La escena contemporánea”. Luego, cayó víctima del mal que lo dejaría postrado y del que se recuperaría sólo parcialmente.
Los últimos cinco años de vida —“los años cumbres”, se les denominara— fueron intensos y productivos. De ellos emergió la experiencia viva de su itinerario en el viejo continente.
Por eso también fue atacado. Le dijeron “europeísta” ”extranjerizante”, “copista de modelos foráneos”.
Para enfrentar esa campaña él enarboló una de sus más recordadas expresiones: “El socialismo en el Perú no será calco ni copia, sino creación heroica”. Lo dijo en el editorial del número 17 de “Amauta”, al deslindar definitivamente con el “reformismo” y afirmar para él, una ruta revolucionaria sin retorno.
¡Hagamos honor a esa ruta!
(*) Palabras pronunciadas en el acto inaugural del Simposio MARIATEGUI VOLVIO PARA QUEDARSE, en el auditorio José Faustino Sánchez Carrión, del Congreso de la República, el jueves 23 de mayo, en su condición de Presidente de la Asociación Amigos de Mariátegui.
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