Nadine Heredia 26César Hildebrandt

Nos equivocamos: Nadine Heredia no perdió sino que ganó. Impuso, al final, a Ana María Solórzano, su cama­rera congresal. Y, días más tarde, aupó a la presidencia del Consejo de Ministros a otra fámula: Ana Jara.

Nadine ha ganado esta batalla.

Valdría la pena, sin embargo, analizar de qué tamaño es la de­vastación institucional causada por este personalísimo éxito.

En primer lugar, el Partido Na­cionalista ha dejado plenamente de existir. Su Comité Ejecutivo Na­cional está pintado en la pared. Su democracia interna es una burla. La voz de sus representantes en el Legislativo no existe. Su "presiden­cia", según declaraciones de Humala a la televisión alemana, fue una impostura: una delegación de poderes entre cónyuges, un traspa­so de alcoba. Y ahora hay un cisma consumado de seis congresistas que han formado tienda separa­da y un descontento general entre sus filas. Humala cree que puede, empujado por su políticamente in­saciable mujer, tratar a su partido como a la unidad que comandaba en Madre Mía. Y cree que todos sus congresistas le deben a él el nom­bramiento. Pues bien, allí tiene su respuesta: la bancada ha empezado a deshacerse mientras Nadine He­redia triunfa. Minuciosamente ig­norante, Humala ha hablado, para justificar la vocación mandante de su mujer, del "centralismo demo­crático" que impera en el partido que lo llevó al poder. Este hombre no sabe que esa frase proviene del bolchevismo original, del leninis­mo que sembró el germen de la dictadura y de la farsa siniestra de Stalin y de las llamadas "democra­cias populares" irradiadas desde Moscú hacia la Europa oriental de la segunda posguerra mundial. Don Isaac Humala: qué fracaso el suyo como padre educador, qué tristeza debe usted padecer.

En este recuento de daños, des­pués está la institución del Congre­so. Aunque el oficialismo conserve la presidencia congresal, el estro­picio está hecho. Los veintidós parlamentarios "humalistas" que suscribieron aquella carta pidien­do que fuera Marisol Espinoza su candidata, y que han sido maltra­tados bajunamente por Humala en nombre de su esposa, son el símbolo de una relación que, en el último tramo de este régimen, se hará todavía más tensa. Poner a una sirvienta de la señora Nadine como candidata y eventual presi­denta del Congreso es toda una se­ñal de desprecio hacia lo que Haya de la Torre llamó alguna vez, y con bastante razón, "el primer poder del Estado".

Pero el asunto no es personal. Nadine Heredia necesita una ca­marera como la Solórzano porque se vienen nuevas leyes antilabo­rales y proempresariales que requieren de una silente disciplina de bancada. Ese borreguismo no lo garantizaba Espinoza. Detrás de Nadine está Castilla. Y tras Casti­lla están los grandes intereses, los que pudrieron a este régimen, los que hicieron de Humala el pobre diablo que es.

Ana Jara es la jefa de las portátiles delivery de la señora Nadine. Su jefe no es Humala. Su obe­diencia es a Nadine, a quien res­paldó con ardor hasta en la far­sa repugnante de aquellos niños "rescatados" de Sendero (opera­tivo melodramático que ocultaba el asesinato de una niña perpetra­do por el ejército en Ranrapata, Junín), con los que hizo un show que esta revista denunció docu­mentadamente. Ana Jara entiende la política como el arte de la fidelidad a su ama, como el talento para durar, como la vieja profesión de la adhesión garrapatil. Y aho­ra ha sustituido a un tecnócrata devorado por sus oscuridades. La PCM también ha sido burlada en este proceso de liquidación institu­cional del país. Convertida en su­cursal de Nadine Heredia, la PCM será, más que nunca, la mesa de partes de la Confiep y del castillismo rentado. ¿Qué puede sentir un ministro "técnico" ante una no­taría que ni siquiera cumple órde­nes del jefe de Estado y que ha sido alabada, sintomáticamente, por la fujimorista Cuculiza? El gabinete se ha politizado, pero a la mala.

También la presidencia de la república está mellada en esencia. Técnicamente hablando, lo que ha habido en estos últimos meses, en fases su­cesivas y cada vez más agudas, ha sido un golpe de Estado conyugal. No le ha bastado a Humala traicionar al partido que lo elevó a la presidencia, al programa que sedujo a tantos, a la llamada "hoja de ruta" que siguió entusiasmando a muchos, a las poblaciones pobres que confiaron en él. Ahora traiciona su propio cargo y se lo entrega, de facto, a una señora caprichosa que intenta hacer del Perú un experi­mento matriarcal y voluntarista. La ilegitimidad de este régimen es un cruce del ridículo con la infamia. La señora Nadine debe haber leído una biografía falaz de Evita Perón. Debe creerse la mujer del líder argentino. Quizá no sepa que su parentesco es con Isabelita Martínez, la esposa de aquel Perón crepuscular que ya no tenía ganas de gobernar.

En efecto, Nadine ha ganado. Y nosotros nos equivocamos. Te­níamos la esperanza de que el país supiera de un cambio de rumbo.

En esta perspectiva, ¿qué podemos esperar del discurso del 28 de julio? Pues nada. En todo caso, una sarta de mentiras, un recuento de logros fantasiosos, una retahíla de promesas. Un presidente que no gobierna dirá ante el Congreso que desprecia qué es lo que se propone incumplir por enésima vez. La derecha aplaudirá y su prensa hablará de "valores patrios", de los tanques del desfile militar y de José de San Martín, a quien volverían a dar la espalda si ese fuera el caso.

Humala, el hombre que amenaza­ba el inmovilismo nacional —el úni­co plan de gobierno del país desde hace dos siglos— es hoy este mandatario en harapos que balbuce.

Hildebrandt en sus trece, Lima 25-07-2014

 

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