Herbert Mujica Rojas
Los miedos de comunicación, en manos de la prensa concentrada, fabrican una “emoción” en torno a la mesa directiva del Congreso que la ciudadanía no comparte. Los precarios inquilinos de Plaza Bolívar gozan de un desprestigio agudo y han dado muestras suficientes que no se puede esperar gran cosa de ellos.
Si fulano pesca la presidencia o zutano la gana por alianzas insólitas, o que perencejo tercie en la lid constituyéndose en la “sorpresa” del resultado, es como el refrán español: Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando. En buen castellano, da lo mismo chana que juana.
La importancia de las leyes que da el Congreso se notan, casi siempre, porque se orientan al favoritismo y simpatía de los conglomerados económicos y porque resguardan la forma y el maquillaje. Ataques al sistema o ruptura de monopolios o privilegios ¡nada de nada!
Para el 95% de los legiferantes, el Parlamento constituye una plataforma muy útil. Garantiza prensa porque hay de la mala que cuando necesita cualquier bagatela, acude a los parlamentarios que no ahorran esfuerzos en pronunciarlas, con voz barítona, con fraseo y deleite, aunque eso no disimule la cabal ignorancia de que son portadores perennes.
Una parte significativa de los representantes no era conocida ni en el perímetro de sus domicilios. Ahora les llaman doctores, tienen chofer 24/7; pelotones de secretarias y brigadas de asesores, duchos en el arte de complicar las cosas y hábiles para urdir dramas que los tengan a ellos como solucionadores. ¿Abandonarían el protocolo de “Congresista de la República”? Es que no han leído a González Prada.
En Los honorables, Bajo el oprobio, 1914, don Manuel, les enderezó su furia y censura:
“¿Qué es un Congreso peruano? La cloaca máxima de Tarquino, el gran colector donde vienen a reunirse los albañales de toda la República. Hombre entrado ahí, hombre perdido. Antes de mucho, adquiere los estigmas profesionales: de hombre social degenera en gorila politicante. Raros, rarísimos, permanecen sanos e incólumes; seres anacrónicos o inadaptables al medio, actúan en el vacío, y lejos de infundir estima y consideración, sirven de mofa a los histriones de la mayoría palaciega. Las gentes acabarán por reconocer que la techumbre de un parlamento viene demasiado baja para la estatura de un hombre honrado. Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en semejante corporación”.
Como en Perú las cosas de puro sabidas se olvidan, hay que recordar qué ha hecho este Congreso en los últimos tiempos.
Por lo menos 15 meses, hicieron cuanto les fue posible, para lograr la vacancia del ex presidente Pedro Castillo. El lo hizo por ellos con la absurda comedia del 7 de diciembre. Teniendo todas las municiones y pretextos, los ciudadanos del Congreso no alcanzaron tal presea.
Olvidan los de Plaza Bolívar que 18 millones de personas, votaron años atrás en referéndum contra la reelección y la vuelta del Senado. Hoy se empecinan en dichos cometidos con la desvergonzada esperanza que la ola los incluya en el rol de pagos del próximo Congreso.
¡Los pretextos son los de siempre, baladíes, palurdos, insolentes! ¡Que existirá una cámara reflexiva! ¡Que se confeccionarán “mejores” leyes! ¡Que la experiencia de largos años de vivir de la cansada ubre del Estado, de ex diputados y senadores, “ayudará”!
¿Qué reflexión puede brotar de seres incapaces de subir una escalera y mascar golosinas al mismo tiempo, sin riesgo de conmoción cerebral aguda? ¡Ninguna!
¿Mejores leyes para quienes viven empeñados en cuerpo y alma a los intereses de empresas foráneas que evaden impuestos, coimean a jueces y autoridades, “rompen” la mano aquí y acullá, con tal de salirse con la suya, con el discreto silencio de sus operadores?
¿Experiencia, la de individuos que se han pasado la vida traficando influencias, estableciendo infiltrados en los ministerios y agentes en las gerencias de logística o de compras para estar cerca de donde se mueven las buenas pro y todas las coimas?
Para el entonces constituyente aprista Luis Heysen, en 1932, el Congreso era nada más que una tribuna de denuncia, donde subrayar las taras republicanas, promover su debate y lograr legislaciones equilibradas, inclusivas y beneficiosas para las grandes mayorías. A la célula parlamentaria de ese partido, la apresaron y deportaron a 27 de sus representantes en aquel año agitadísimo.
Eran tiempos de fronda y pelea a fondo por la justicia social, eran días de definición. No siempre el Congreso fue escenario de sinverguenzas que robaban el sueldo a sus empleados o de panzones que se hacían servir menúes de casi US$ 50 dólares. Tampoco un ágora en el cual ser ignorante y débil mental promovía honores, reconocimientos y pinturas al óleo para la recordación de sus horribles rostros.
24.07.2023
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