Esta primera semana de julio ha sido feraz en comunicaciones, percepciones y convicciones. Entre las últimas, hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz y proclamar que con los cabecillas que “lideran” los clubes electorales, no hay posibilidad alguna de regeneración política.
Su modus vivendi, siempre en desacuerdo con sus ingresos, ya es parte de varias generaciones y sin ese estilo, edificado sobre el tráfico de influencias en el Ejecutivo, Legislativo o Judicial, no pueden vivir. Y lo que es peor, dejar vivir al resto que basa en la verdad honesta su desempeño público.
Lo que más distingue a muchos hombres y mujeres en la cosa pública, en los días que corren desde decenios atrás, es que aquellos exhiben preseas —en realidad condenas y veredictos— obtenidas en juicios penales, civiles, acciones reñidas con las buenas costumbres y la honradez y ostentan la capitanía de genuinas pandillas con un solo designio: esquilmar el puesto en el que ocasionalmente están. Ahora o nunca, parecen decir.
Miles de servidores públicos, llegados al sitial, zahieren con sus malas acciones el dinero público que pasa a ser parte del bolsillo de genuinos ladrones vía contratos con nombre y apellido, buenas pro otorgadas con maña, licitaciones con un solo postor, en síntesis, termitas que atacan un dinero sagrado y de origen popular.
La teoría dice que a más diplomas, cursos, especialidades, doctorados, mayor la eficacia para contribuir en la marcha de la administración pública. La realidad nos muestra que no pocos, atiborrados de horas de estudio aquí y en el extranjero, son los más grandes y científicos pillos que zamaquean la precarísima estructura burocrática del Estado.
Por ejemplo —y así lo dijo, meses atrás, el estudioso social Ernesto Mori en conferencia virtual— ¿de qué es autónomo el Banco Central de Reserva, del Estado peruano, de quienes contribuyen a su mantenimiento y presencia, hombres y mujeres del pueblo? ¿Por qué nadie cuestiona este Estado dentro de otro Estado al que se reputa como intocable y hasta infalible?
En Perú hay un mito interesado: a más “reconocimientos” y “honoris causa”, diplomas y medallas, mayor “capacidad” y “eficiencia”. Entonces ¿por qué funciona tan mal la maquinaria del Estado en todas sus reparticiones?
¿No han sido acaso diplomados con muchas menciones honoríficas, los más deleznables asaltantes del Estado peruano?
Los líderes no son tales y los cabecillas de plagas que saquean al Estado sí lo son. De tal suerte que ni ¡siquiera! existe la más mínima posibilidad de pensar cómo exigir al empleado público honradez, buen trato y excelente servicio.
Con esos “amigos” ¿para qué quiere el pueblo peruano, enemigos?
¿Entrenan los mal llamados “partidos políticos”, en realidad vulgares clubes electorales, a sus “cuadros” para ser honorabilísimos servidores del Estado en cualquier dependencia aquí en la Costa, o en la Selva o la Sierra?
Si la política se mide por resultados, no parece que ocurriera aquello porque hasta donde se sabe, hay langostas que han confundido al ente estatal con una ubre gigante a la que hay exprimir mientras dure el cargo.
Una conclusión imbatible es que con los cabecillas actuales, con su ciclo depredador largamente vencido, NO hay ninguna posibilidad de regeneración de la política peruana? Y reto a que alguien demuestre lo contrario.
Con muy honorables excepciones, el de allá traficó con influencias y se hizo rico. El de acullá tiene su dinero sucio en cuentas cifradas y en Europa. Los de más acá poseen propiedades inmobiliarias de altísimo valor, cuyo sufragio es imposible imaginar con los sueldos que ganaban. Viajes, excursiones, vehículos, casas de campo y de playa, asociación a clubes exclusivos.
Recordemos con Ricardo Palma: cura que no tiene cerería ¿de dónde pecata mía, si no es de la sacristía?
¿Por qué la ciudadanía no comprende que es la que manda, porque paga a los burócratas que mal sirven en los ministerios o en cualquier dependencia del Estado?
Mientras que esa mentalidad de esclavos dependientes de arquetipos que el sistema impone (meritocracia de facciones, casi siempre analfabetos pero con prontuarios más o menos gruesos), Perú no atisbará siquiera los barruntos de la categoría de Nación.
¡Ni mencionar el renacimiento de la política o de toda la organización social del Estado peruano y nuevas reglas! Los cabecillas son mafiosos y egoístas.
Somos rebaños que votan por los más malos y los más perversos y los delincuentes hallan en esta hermosa tierra, el más rentable campo donde inmiscuirse para hacer lo único que saben hacer: ¡robar!
05.07.2024
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