La estupidez es democrática
La estupidez es democrática
por Herbert Mujica Rojas
Pocas dinámicas son tan potentes para identificar entre sus integrantes a enormes franjas de hombres y mujeres de todas las razas, de lenguas múltiples, de estaturas diversas, de geografías disímiles, de historias distintas, de trayectorias absolutamente inconexas, como la estupidez. Hay entre sus epígonos, allende y aquende, parlamentarios, per se muy conocidos adalides de la especie; diplomáticos, periodistas, militares, gobernantes, burócratas, intelectuales, los genuinos —unos pocos― o los a la carta al servicio de cualquier ONG que les pague lo que ellas quieren que diga; en palabras breves, la estupidez, con su vasto poder impresionante, es unámbito en que casi todos compiten entre sí para ver quien empeora la bestialidad de los movimientos del vecino. Ninguna disciplina se libra de esta clase de neumáticas, todas gozan del discutible mérito de tener entre sus cultores a estúpidos más o menos brillantes. ¡Ni qué hablar de gobernantes palurdos y zafios! Afirma Robert Heinlein –y así lo recuerda Giancarlo Livraghi en The power of stupidity, May 2009, p. 11: “Never underestimate the power of human stupidity”.
por Herbert Mujica Rojas
Pocas dinámicas son tan potentes para identificar entre sus integrantes a enormes franjas de hombres y mujeres de todas las razas, de lenguas múltiples, de estaturas diversas, de geografías disímiles, de historias distintas, de trayectorias absolutamente inconexas, como la estupidez. Hay entre sus epígonos, allende y aquende, parlamentarios, per se muy conocidos adalides de la especie; diplomáticos, periodistas, militares, gobernantes, burócratas, intelectuales, los genuinos —unos pocos― o los a la carta al servicio de cualquier ONG que les pague lo que ellas quieren que diga; en palabras breves, la estupidez, con su vasto poder impresionante, es unámbito en que casi todos compiten entre sí para ver quien empeora la bestialidad de los movimientos del vecino. Ninguna disciplina se libra de esta clase de neumáticas, todas gozan del discutible mérito de tener entre sus cultores a estúpidos más o menos brillantes. ¡Ni qué hablar de gobernantes palurdos y zafios! Afirma Robert Heinlein –y así lo recuerda Giancarlo Livraghi en The power of stupidity, May 2009, p. 11: “Never underestimate the power of human stupidity”.