Testimonios desde Bagua
Para llegar a la comunidad aguaruna de Yamayaca, un poblado de 300 personas, hay que viajar tres horas en camioneta por una pista de tierra mal afirmada que parte de la ciudad de Bagua y se interna en la selva y luego cruzar el río Marañón, afluente del Amazonas, en una canoa o en un pequeño bote de madera, llamado “peque peque” por el ruido que hace su lento motor. Los aguarunas pertenecen a la familia étnica de los jíbaros. Su territorio tiene 22,700 kilómetros cuadrados y 60 mil pobladores. Las comunidades más alejadas están a cinco días de viaje desde Bagua, ciudad de 75 mil habitantes que está a mil kilómetros al noroeste de Lima. En la calle de tierra que cruza Yamayaca, donde dos niños juegan al fútbol pateando una lata, encontramos a Bacilio Dekentai. Nos dice que tiene 40 años y cuatro hijos y que vive de su chacra. Como en todas las comunidades aguarunas, lo que se siembra ahí es plátano y yuca, los dos alimentos básicos de la dieta de los nativos, y un poco de cacao y café. La lluvia ha convertido la calle en un lodazal. Los niños que jugaban han desaparecido.