Ref: João Paulo Guimarães
Cinco claves de lectura para entender los incendios forestales que arrasan en Brasil en los últimos años.
En agosto de 2019, algunos terratenientes se pusieron de acuerdo para incendiar la selva amazónica brasileña, más precisamente en la región suroeste del estado de Pará, en lo que se conoció como el ‘Día del Fuego’. Más al sur, al año siguiente, los incendios iniciados en fincas ganaderas que suministran carne a los grandes frigoríficos (1) avanzaron rápidamente y quemaron 4,1 millones de hectáreas del Pantanal (2), el humedal que se extiende a lo largo de las fronteras con Paraguay y Bolivia.
En los últimos tres años, la devastación socioambiental ha estado en el centro de la agenda pública brasileña, mientras que a la par veíamos con mucho asombro cómo el gobierno mentía sobre las causas y su propia responsabilidad en lo ocurrido.
Los datos monitoreados por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) señalan que en marzo de 2019 Brasil tuvo el mayor número de focos de incendio registrados en la serie histórica, que comenzó en 1998, registrando 5.213. En abril de 2020 también hubo un récord, con 4.117 focos de incendio, el máximo registrado en comparación con el mismo periodo de años anteriores.
Y esta realidad no es sólo brasileña. En 2020, el escenario sobre la dinámica de los incendios en Sudamérica empeoró, con el máximo registrado desde 1998 entre los meses de marzo (31.529 focos), abril (23.139) y mayo (15.070).
Más allá de lo que muestran las imágenes de satélite y las cifras sobre los incendios y la deforestación, conviene profundizar en el debate: por un lado, plantear la dimensión de lo que se vive desde el territorio en los bosques y en la región agreste; por el otro, señalar lo que hay detrás del fuego y de la motosierra y su relación con el agronegocio.
En este texto, presentamos 5 claves de lectura que consideramos fundamentales en la articulación Agro é Fogo [Agroindustria es Fuego] (3), una coalición de movimientos sociales, organizaciones y grupos pastorales que trabajan desde hace décadas en defensa de la Amazonía, el Cerrado y el Pantanal y de sus pueblos y comunidades.
1) Los incendios forestales y la deforestación son instrumentos para consolidar el acaparamiento de tierras (conocido como “grilagem” en Brasil) que acompaña la expansión de la frontera agrícola capitalista hacia los territorios de los Pueblos Indígenas y las comunidades tradicionales.
Por lo general, la deforestación y los incendios son tratados como un problema meramente ambiental. Sin embargo, la deforestación opera como un instrumento de apropiación privada de la tierra y, por lo tanto, se concentra en las tierras públicas no asignadas, precisamente las zonas más susceptibles de acaparamiento. (4) La potencial regularización de las tierras acaparadas con amnistías concedidas históricamente a los acaparadores (conocidos como grileiros en Brasil) y deforestadores en Brasil mediante diferentes cambios normativos es lo que hace viable este proceso. Estos cambios se aceleraron tras el golpe de Estado de 2016 y cobraron aún más intensidad bajo el gobierno de Jair Bolsonaro. (5)
Todas estas zonas de bosques y selvas sobre las que el capital pretende avanzar son territorios de una infinidad de Pueblos Indígenas y comunidades tradicionales que los habitan y protegen y que, en muchos casos, no tienen reconocidos sus derechos territoriales. Por lo tanto, no se puede tratar la cuestión ambiental de forma aislada de la cuestión agraria en Brasil. Por el contrario, frente a este entendimiento, la reforma agraria ̶ incluyendo la titulación de tierras tradicionales ̶ tiene que ser considerada no sólo como una cuestión ética y de derechos, sino también como un imperativo ecológico.
2) La cadena de relaciones del agronegocio es global y tiene responsabilidades compartidas en la devastación de territorios. Por mucho que el ambientalismo de mercado intente promover el lavado verde de las materias primas que exporta Brasil, el sistema agroalimentario globalizado y controlado por unas pocas empresas transnacionales altamente financierizadas es intrínsecamente insostenible.
Brasil tiene una economía exportadora extremadamente dependiente del agronegocio, que ocupa espacios de poder y controla un discurso de pujanza. En la mayor cadena de televisión del país, vemos todos los días anuncios que dicen "El agro es pop, el agro es tecnología, ¡el agro es todo!” A pesar de la tecnología proclamada, el agro aumentó volumen de producción en las últimas décadas mucho más debido a la expansión de la frontera agrícola que al aumento de su productividad. En este sentido, el agronegocio moderno depende, como siempre lo hizo, de la invasión de tierras públicas para territorializarse: a través del crimen organizado del acaparamiento de tierras y del saqueo maderero, con el uso intensivo de mano de obra esclava y fraudes sucesivos (6). Al mismo tiempo, en círculo vicioso, mantiene una relación de extrema dependencia con el Estado, que dentro de esa lógica tiene que estar siempre a su servicio.
Esta cadena de relaciones es global, conectada a gigantes de la agroindustria – desde frigoríficos y empresas procesadoras de granos hasta exportadores, pasando por grandes laboratorios y empresas de fertilizantes y agrotóxicos – y deja a gran parte de los brasileños en situación de inseguridad alimentaria, aunque el país sea uno de los mayores productores agrícolas del mundo. Esta cadena está cada vez más difusa y financierizada, como con el caso de los Fondos de Pensiones (7) internacionales que hacen inversiones en tierras acaparadas del Cerrado brasileño, ocultando las responsabilidades compartidas. El rastro de fuego del agronegocio brasileño es global y las críticas en torno a la insostenibilidad de las materias primas que dominan el sistema agroalimentario globalizado deben llegar también desde otras partes del mundo.
3) La cadena del agronegocio siempre ha utilizado el fuego para llevar a cabo la deforestación, el acaparamiento de tierras y el control territorial; pero con el combustible de Bolsonaro se incrementó de manera acelerada el uso del fuego como arma para amenazar y expulsar a los pueblos y comunidades de sus territorios de vida.
Históricamente, el fuego ha sido utilizado en estos procesos como una verdadera arma de control territorial contra pueblos y comunidades, buscando expulsarlos de sus tierras tradicionalmente ocupadas. (8) Sin embargo, es evidente que se intensificaron los ataques con el uso de fuego en los ‘frentes’ del proyecto de destrucción del presidente Bolsonaro, quien fomenta la ilegalidad perpetrada por sus partidarios. El llamado ‘Día del Fuego’, realizado a los márgenes de la carretera BR-163 en agosto de 2019, probablemente es la expresión más flagrante de esto, pero no se trata de un hecho aislado. Para ejemplificar, vamos a señalar algunos casos en diferentes regiones del país.
En la zona de expansión de la frontera agrícola en el Cerrado (9), está el Territorio Indígena Gamela, en el estado de Piauí. La comunidad viene sufriendo sucesivos incendios criminales provocados por terratenientes productores de soja: en 2017 y 2020 quemaron casas y en 2021 destruyeron cercos, se llevaron bienes, prendieron fuego a un galpón familiar y amenazaron de muerte a los habitantes.
En la región centro-oeste de Brasil, en la antigua frontera agrícola entre el Cerrado y el Pantanal, durante los devastadores incendios de 2020, se quemaron más de 211.000 hectáreas del Territorio Indígena Kadiwéu, lo que corresponde a un 39,15% de su territorio. En la comunidad ribereña de Barra de São Lourenço, tres familias fueron rescatadas por los bomberos y unas 25 familias pasaron días viviendo con agua con lodo y cenizas.
En lo que se conoce como el ‘Arco de la Deforestación’, una zona de transición entre el Cerrado y la Amazonía, el Territorio Indígena del Parque Indígena de Araguaia, en el estado de Tocantins, donde viven 3.500 indígenas Avá-Canoeiro, Iny Karajá, Javaé y Tapirapé e indígenas aislados, estuvo en 2019 entre los diez territorios indígenas de la Amazonía Legal más afectados por los incendios de ese año. En 2020, había 8.792 puntos de calor en este territorio y en 2021, los incendios han vuelto a destruir lo que quedaba de la vegetación.
Los incendios forestales son una expresión de los conflictos territoriales. Si el Pantanal, el Cerrado y la Amazonía aún siguen en pie, es por la lucha incansable de los Pueblos Indígenas y comunidades tradicionales por mantener sus territorios. Y es precisamente el manejo realizado por los pueblos y comunidades lo que garantiza la preservación de los bosques y multiplica la sociobiodiversidad.
4) El fuego es un elemento de la naturaleza manejado con sabiduría y cuidado por los Pueblos Indígenas y comunidades quilombolas, tradicionales y campesinas de la Amazonía, el Cerrado y el Pantanal desde hace milenios, una práctica cada vez más criminalizada
El discurso que dio Bolsonaro en la Asamblea General de la ONU en septiembre de 2020 de que son "el caboclo y el indio" los que incendian la selva es obviamente una cínica cortina de humo para desviar la atención del origen sobre los incendios. "Caboclo" (mestizo) fue utilizado por el presidente para referirse a las personas de ascendencia indígena. Incluso entre quienes simpatizan con las luchas de los pueblos indígenas y las comunidades tradicionales, hay mucha ignorancia y prejuicios contra la agricultura itinerante (o la roza y quema) y otros usos del fuego en los sistemas tradicionales. (10)
Estos sistemas guardan una sencilla relación con los saberes milenarios desarrollados y adaptados por los antepasados de estos pueblos y comunidades. En este sentido, forman parte del manejo a largo plazo de los paisajes agroforestales, caracterizados precisamente por su alta biodiversidad, además de su capacidad de alimentar y generar ingresos para miles de familias. Especialmente en el Cerrado, el manejo de la biomasa permite prevenir los incendios, un conocimiento que los indígenas también aportaron como bomberos en los programas de los órganos ambientales. (11) Todo este conjunto de saberes forma parte de un patrimonio que debe ser valorado y respetado, y no estigmatizado y criminalizado como está ocurriendo. Son usos del fuego utilizados con cuidado y reverencia hacia este elemento de la naturaleza, a diferencia del fuego capitalista - asociado directa o indirectamente al ciclo de deforestación y acaparamiento de tierras.
5) La intensificación de la deforestación y de los incendios forestales en los dos últimos años debe ser comprendida como un desafío común en la defensa de la Amazonia, el Cerrado y el Pantanal
Por último, hay una relación sociometabólica entre la Amazonía, el Cerrado y el Pantanal. La historia de devastación del Cerrado presiona la expansión de la frontera agrícola hacia el Pantanal y la Amazonía. Y la devastación de más de la mitad del Cerrado, especialmente en las mesetas donde nacen los ríos que alimentan diversas cuencas hidrográficas, tiene todo que ver con la crisis hídrica en varias regiones del país y con los bajos niveles de agua en la meseta del Pantanal - no olvidemos que el río Paraguay nace en el Cerrado, desemboca en el Pantanal y baña a otros países de la región.
Es decir, la defensa de la Amazonía, el Cerrado y el Pantanal está conectada. La Articulación Agro é Fogo [Agronegocio es Fuego] entiende esto y, por lo tanto, construye una lucha común. Ahora tratamos de ampliar este diálogo con otros aliados en Sudamérica, ya que este entramado sociometabólico se extiende, obviamente, más allá de las fronteras, hacia la Panamazonía, el Gran Chaco y el Bosque Seco Chiquitano, donde también se han producido intensos incendios a raíz de la expansión de la frontera agrícola.
Diana Aguiar, investigadora postdoctoral en el Programa de Ciencias Sociales en Desarrollo, Agricultura y Sociedad (CPDA) de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ) y asesora de la Campaña Nacional en Defensa del Cerrado.
Bárbara Dias, secretaria ejecutiva de Articulación Agro é Fogo [Agro es Fuego] y doctoranda en Antropología Social en el Museo Nacional de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (MN/UFRJ).
Carolina Motoki, coordinadora de investigación de la Articulación Agro é Fogo [Agro es Fuego] y asesora de la Campaña Nacional de Prevención y Combate al Trabajo Esclavo de la Comisión Pastoral de la Tierra.
Valéria Pereira Santos, coordinadora de la Comisión Pastoral de la Tierra en el Cerrado y magíster en Demandas Populares y Dinámicas Regionales por la Universidad Federal de Tocantins (UFT).
(1) https://reporterbrasil.org.br/2020/09/fogo-no-pantanal-mato-grossense-comecou-em-fazendas-de-pecuaristas-que-fornecem-para-gigantes-do-agronegocio/
(2) https://lasa.ufrj.br/noticias/area-queimada-pantanal-2020/
(3) http://www.agroefogo.org.br
(4) Sobre la relación entre la deforestación y el acaparamiento de tierras, más información en portugués aquí.
(5) En este artículo se puede ver la línea de tiempo que muestra las leyes que facilitaron la implementación del acaparamiento de tierras [en portugués].
(6) Sobre la relación entre la deforestación, el acaparamiento de tierras y el trabajo esclavo, consulte dos artículos [en portugués] aquí y aquí.
(7) En estos artículos hay más información sobre la relación entre el Estado y el agronegocio y sus implicaciones. Ver [en portugués] aquí y aquí.
(8) En la sección "Sobre el rastro del fuego" se puede seguir los diversos conflictos sistematizados por la plataforma, en los que se utiliza el fuego como arma para la ocupación ilegal de tierras públicas, para amenazar y expulsar a comunidades y pueblos tradicionales [en portugués].
(9) Para demostrar de forma más concreta la intensificación del uso del fuego como arma contra los pueblos y comunidades tradicionales de la Amazonía, el Cerrado y el Pantanal en los últimos años, utilizamos la base de datos de conflictos en el campo de la Comisión Pastoral de la Tierra y de los conflictos territoriales en el dossier Agro é Fogo.
(10) Sobre el manejo del fuego en las comunidades tradicionales, véase aquí.
(11) Véase: https://apublica.org/2021/09/conhecimento-indigena-inova-estrategia-de-combate-a-incendios/