Francisco Herranz
El presidente estadounidense, Joe Biden, estuvo presente en el arranque de la Cumbre COP26 de Glasgow y regresó cansado por un intenso viaje transatlántico, sin que estuviera aprobado su ambicioso plan para reformar la política climática de su país. La culpa del retraso la tuvieron dos legisladores demócratas que no deberían ser el objeto de este comentario periodístico.
La propuesta del mandatario norteamericano pasó finalmente el preceptivo trámite parlamentario, tras superar, no sin ciertos problemas, los contradictorios intereses internos estadounidenses que postergaron hasta el viernes 5 de noviembre la votación de su proyecto estrella, un ambicioso plan multisectorial dotado con 1,7 billones de dólares (cifra superior al PIB anual total de España) que prevé reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero de EE. UU. en 2030 con respecto a los niveles de 2005.
EL DURMIENTE
Biden protagonizó, sin querer, la primera imagen que resume esa reunión al más alto nivel celebrada en Escocia para salvar al planeta de la acción de los seres humanos. En una secuencia de apenas medio minuto de duración se le ve bastante afectado por los efectos del jet-lag, cerrando los ojos y echando una breve siesta reparadora. Un asistente tuvo que intervenir con presteza para sacarle de los brazos de Morfeo, porque el espectáculo no era nada ejemplar. La cabezada del inquilino de la Casa Blanca es un ejemplo muy gráfico de la Cumbre de Glasgow, en las que los dirigentes internacionales deben llegar a acuerdos sobre la limitación de la emisión de gases de efecto invernadero. Como demuestra la metáfora de Biden, los Estados se están durmiendo en los laureles y postergando los compromisos alcanzados
La buena noticia de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021, que se desarrolla en Glasgow desde el 31 de octubre al 12 de noviembre, es que Washington dejó la actitud enfurruñada de Donald Trump y volvió a ocupar el centro del escenario. Eso es importante porque los avances deben implicar al mayor emisor, a la economía más grande (de momento) y a la mayor potencia militar (por ahora). EE. UU. está dentro, de nuevo, pero un poco adormilado.
GRETA: EL CENTRO DE ATENCIÓN
La segunda instantánea de esta cita multilateral es el increíble y desproporcionado interés mediático que sigue despertando la menuda figura de la joven sueca Greta Thunberg, icono de la denuncia sobre el cambio climático. Cuando Greta, que ya ha cumplido 18 años, llegó a Escocia hace unos días tuvo que ser escoltada por varios agentes de la policía británica. Se esconde hasta para comer y tiene que llevar seguridad las 24 horas del día para proteger su integridad física. Cientos de simpatizantes –y otros no tanto– persiguen sus pasos allá donde va. Marta Macías es miembro de "Fridays For Future", el movimiento al que pertenece Greta, y vive en primera persona la enorme presión de los medios de comunicación de masas a la que ella se ve sometida.
"El riesgo de crear una figura tan importante es que se pierde el mensaje y te fijas más en la persona y piensas que la lucha climática es únicamente Greta y no es así", admite Marta, citada en un reportaje emitido por la televisión nacional española.
Más o menos lo mismo consideran los activistas de "Extinction Rebellion", un movimiento social mundial cuyo objetivo es influir sobre los gobiernos del mundo y sus políticas medioambientales mediante la resistencia no violenta para minimizar los efectos adversos del calentamiento global. Denuncian que la prensa se fija en los padres de Greta, en si va al instituto o no y en si padece o no el síndrome de Asperger, un trastorno del desarrollo que se incluye dentro del espectro autista. ¿Acaso es eso realmente importante?
"El hecho de que os fijéis en Greta está bien, porque Greta habla muy bien y es muy consciente del problema, pero si os limitáis a describir su personalidad y demás, y tenéis ese enfoque de Hola! [una conocida revista española de prensa rosa], pues no sirve para nada", explica Patricia Herrero, de "Extinction Rebellion", en el citado reportaje de TVE.
Y eso, aseguran, es utilizado como arma arrojadiza por los negacionistas del cambio climático, quienes aprovechan el altavoz de las redes sociales para insultar a Greta o despreciarla sin contemplaciones. Cualquier movimiento que hace es criticado por esos sectores. En Glasgow, por ejemplo, ya se ha cuestionado si la mascarilla que lleva es reutilizable o no. También tuvo mucho eco la palabrota que empleó en una de las manifestaciones que dirigió, micro en mano.
"Es la cabeza de turco perfecta para muchos sectores, considera Jaime Lara, compañero de Patricia; en cuanto se equivoca un poco, dicen que toda la causa climática y ecológica está mal. Perdemos el tiempo en estos debates, en si Greta recicla o no… Al final creo que nos hace más mal que bien".
Ella se defiende diciendo que también se escuchan las voces del sur como la de su colega ugandesa Vanessa Nakate o la del niño colombiano Francisco Vera, de 12 años, amenazado de muerte; pero lo cierto es que, al final, las cámaras terminan siempre iluminando la cara blanca y rubia de Greta. ¿Está quemada su figura pública? ¿Debería apartarse del foco de atención para no perjudicar a un movimiento más trascendente que ella misma? ¿No sería mejor que la lucha climática no tuviera líderes como Greta?
Con información de Sputnik