Cara gano yo, sello pierdes tú
Por Humberto Campodónico
El aumento de la inflación siempre preocupa porque golpea a los más pobres. En el Perú este golpe es todavía más fuerte porque el peso de los alimentos en el total de la canasta de consumo es cercano al 48%, casi el doble del nivel promedio en la Región.
Efectivamente, si bien el gobierno peruano saca el pecho diciendo que la tasa de crecimiento del PBI es la mayor de la Región (que lo es), la cuestión es que apenas comienzan los vientos de la inflación (que aún son pequeños en relación con la década del 80) suenan las campanas de alarma en todos los frentes.
La explicación está al alcance de todos. Si el limeño promedio tiene que gastar casi la mitad de su sueldo en alimentos, un alza de precios (como la del pollo de 6.9% en agosto) tiene un impacto directo en la economía familiar. Agreguemos, de un lado, que la inflación en el resto del Perú es superior a la de Lima y, de otro, que los ingresos salariales y no salariales en el resto del país son inferiores a los de la capital.
Pero no sucede lo mismo en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Venezuela, donde el peso de los alimentos en la canasta está entre 21 y 29%.
¿Por qué? Uno de los motivos es que el Perú es un país importador neto de alimentos: en el 2007 se importaron US$ 1,200 millones en alimentos y solo en el I Semestre del 2008 ya se han importado US$ 817 millones. En el 2007 se importó maíz por US$ 260 millones de maíz (principal alimento para pollos), aumentando a US$ 237 millones en el I Semestre del 2008, debido al alza de su precio internacional (de US$ 160/ton a US/ 230/ton de diciembre del 2007 a julio del 2008). Pero la política de impulso al agro brilla por su ausencia.
Otra explicación es que, de un lado, el nivel de salarios en el Perú es uno de los más bajos de la Región y, de otro, que aquí el nivel de pobreza es superior al de nuestros vecinos.
El problema es aún más grave por la desigualdad. En los sectores A y B de Lima, según Apoyo, la población gasta el 26% de sus ingresos en alimentos, similar a nuestros vecinos, mientras que el sector C gasta el 46%. Pero la cosa es grave en los sectores D y E, que tienen que gastar el 55 y el 59% de sus ingresos en alimentos, respectivamente. Este gasto es similar al de muchos países africanos.
El gobierno ha querido combatir la inflación con rebajas arancelarias a los productos importados. Pero esa estrategia, errada por cierto, no ha dado resultados, pues los precios han continuado subiendo. El ejemplo más claro es la eliminación del arancel del 12% al cemento importado por CEMEX: el precio del cemento no ha bajado, pero ahora la SUNAT recauda menos. En total, la rebaja arancelaria le cuesta al país cerca de US$ 500 millones anuales, que ahora el ministro Valdivieso quiere "recuperar", reduciendo el presupuesto público del 2009.
El verdadero combate a la inflación pasa, en el corto plazo, por la reducción de la demanda interna del sector privado y, en mucho menor medida, por la del sector público, que solo es el 12% del total ("El sector privado es el principal responsable de la inflación", 22/8/08, www.cristaldemira.com). Y, también, por un alza del salario mínimo para incrementar los exiguos ingresos de los trabajadores, ya que ha aumentado la productividad de las empresas, a la vez que han bajado los costos laborales.
Qué paradoja. Cuando la economía crece y las utilidades aumentan, los neoliberales dicen los pobres tienen que esperar que "chorree". Y cuando viene la inflación, importada y recalentada por el sector privado, entonces se reduce el presupuesto, el gasto en bienes y servicios y las inversiones, con lo que se acaba la fiesta. "Cara gano yo, sello pierdes tú", esa es la consigna.
Todos los artículos del autor pueden ser leídos en: www.cristaldemira.com