Luis Rivas
La Unión Europea no es el paraíso con el que sueñan todos los habitantes del continente. El rechazo de Suiza a aprobar el Acuerdo Institucional que regularía las futuras relaciones entre Bruselas y Berna puede interpretarse como un "Suizexit", un nuevo revés para la diplomacia comunitaria.
Suiza disfrutaba, hasta el 26 de mayo pasado, de una relación con la Unión Europea (UE) que podía considerarse especial y privilegiada. Sin ser miembro del grupo de 27 países, sin formar parte tampoco del Espacio Económico Europeo (EEE) —como Noruega o Islandia— las relaciones comerciales y de tránsito de personas entre Suiza y sus vecinos comunitarios eran fluidas y abiertas.
Desde 2014 las relaciones entre las dos entidades se negociaban sector por sector, desde el suministro eléctrico al desarrollo espacial, pasando por la cooperación entre universidades. Siete años de complicadas negociaciones que el Consejo Federal (Gobierno) enterró brutalmente el 26 de mayo con el respaldo de todos sus miembros.
RECHAZO DE IZQUIERDA Y DERECHA
Hay que señalar que el gobierno suizo no es monocolor, sino que representa proporcionalmente a las fuerzas políticas mayoritarias, en concreto, las que hayan alcanzado un mínimo del 14,3 por ciento en las urnas. En su seno, conviven hoy desde la izquierda pro-europea a la derecha nacionalista. Todos ellos han preferido enterrar los 120 apartados con que contaba el "Acuerdo Marco" y convertir a la UE en un socio comercial, como podría serlo China o Canadá.
Los propagandistas de la Europa unida ya han puesto el grito en el cielo azul y las estrellas amarillas que representan su bandera. Sacan a relucir el infierno comercial que vivirá Suiza tras su ruptura con el club de los 27. Pero como el asunto no se veía venir, y Suiza no es Gran Bretaña, los "apparatchiks" de la prensa europeísta no tuvieron tiempo de describir los horrores que sufrirían los suizos si abandonaban su alianza con la poderosa maquinaria de Bruselas. Asustar a posteriori ya no deparó los mismos resultados.
Porque no se trata solo de balance comercial ni de ganancias económicas lo que ha decidido al gobierno suizo a levantar la barrera. Se trata de algo más difícil de entender por los burócratas comunitarios y por algunos —no todos— gobiernos europeos: es una cuestión de soberanía.
SINDICATOS EN CONTRA DE LA UE: SALVAR LOS SALARIOS
Tres líneas rojas sustentan el fin del noviazgo: la ciudadanía, la protección de salarios y las ayudas del Estado.
Según el responsable de las relaciones exteriores de Suiza, Ignazio Cassis, su país y la UE no interpretan de la misma manera el concepto de libre circulación de personas. Para Berna, según aclara, se trata de la libre circulación de ciudadanos comunitarios que trabajen en Suiza y de su familia. Para la Unión Europea, la libre circulación abarcaría a todos los ciudadanos de los 27 países miembros, tengan empleo o no en la Confederación Helvética. Los suizos quieren evitar que su país se convierta en un destino de "turismo sanitario" que colapse sus hospitales y centros de salud.
Otro litigio insuperable es la obligación europea de limitar las ayudas del Estado. En Suiza la implicación del sector bancario en el desarrollo empresarial forma parte de la idiosincrasia nacional.
Otro punto de discordia es la oposición de los sindicatos suizos. Los trabajadores helvéticos disfrutan de salarios elevados que disminuirían automáticamente, si el acuerdo con la UE se hiciera efectivo. La entrada de trabajadores "fronterizos", de ida y vuelta cada día, provenientes de Francia, Italia, Alemania o Austria, (cerca de 300.000) ha supuesto ya en algunas regiones una reducción de sueldos significativa y la consiguiente protesta sindical.
Por supuesto, no hay que olvidar el rechazo suizo a depender del Tribunal de Justicia Europeo, una obligación para los países de la Unión Europea que muchos ciudadanos de este continente consideran una aberración y el símbolo más nefasto de la renuncia a su soberanía.
DEMOCRACIA SUIZA V, IMPOSICIÓN COMUNITARIA
Es todavía pronto para conocer cómo se van a articular las futuras relaciones entra Suiza y la UE. Bruselas considera muerto y sin capacidad de reactivación el abortado Acuerdo Institucional. De momento, los intercambios comerciales van a sufrir trastornos inevitables y algunos sectores de la industria helvética ya han empezado a tomar medidas.
Los ciudadanos suizos rechazaron en 1992 la entrada de su país en el Espacio Económico Europeo. Siguiendo el sistema de referéndum que define a este país, si se recogen los apoyos necesarios, la decisión de Berna podría someterse a voto popular. Pero si los partidos que forman el gobierno no lo han presentado, ni siquiera en el Parlamento, es porque temían que el acuerdo con la UE fuera desaprobado por el voto popular.
Hay algo en lo que Suiza sí puede dar lecciones a sus vecinos continentales: cuando el pueblo decide, se respeta su decisión. No como en Francia y Países Bajos, donde el rechazo en las urnas a la Constitución europea fue ignorado por sus dirigentes en 2005.
Sputnik