Por Herbert Mujica Rojas
Adrede, bajo el dintel titular de un libro publicado, décadas atrás, por el maestro Alfonso Benavides Correa que hoy cumpliría 83 años, me parece importante recordar al público lector, hechos de la historia, ministerio grave, examen de conciencia, para que no olvide el peruano actual qué ocurrió y de qué modo y quiénes fueron los fautores de esos hechos. Que los Pérezdecuéllares, los Allan Wagneres o Niños Diegos, quieran acomodar, rehacer o maquillar a su conveniencia cuanto pasó es un asunto de genuinos pusilánimes y quintacolumnas.
Hoy, siempre al compás de lo que acontece en Chile, jamás por iniciativa o pantalones desde aquí, hay quienes se solazan y dan la bienvenida a los gestos “para sellar las heridas”. ¡Qué fácil y qué falta de vergüenza! ¿Dónde están las peticiones de perdón que sólo pueden hacer pueblos grandes por la comisión de bestialidades que ellos mismos ahora reconocen? ¿En qué lugar los prohombres demandan definiciones y no mohínes a quienes no se distinguen precisamente por su apego a la palabra o a promesa alguna? Maire, maire, cabellicos que se lleva el aire.
En el libro De los reductos a Julcamarca, sobre el inicio de la resistencia en las breñas andinas, se dice en la página 32 y siguientes: “Pero los actos depredatorios no se limitaron a lo dicho: porque a la sombra de la ley marcial extendióse el despojo de las instituciones de cultura. Aún los ejércitos más aguerridos y afortunados las trataron a través del tiempo con especial benevolencia, porque sus preocupaciones se consagran a la civilización y la paz, y sólo como ejemplos de aberración se hace memoria de los casos en los cuales se incluyó en el botín de guerra a los libros o los instrumentos científicos. Y siempre ocurrió que las heridas ocasionadas por la contienda fueran fácilmente restañadas, porque las ocasiona el pasajero desenfreno de la violencia, y su inmediato lenitivo se halla en el retorno a un fraterno entendimiento; pero la saña dirigida contra las creaciones del espíritu entraña un desafío a la razón, descubre móviles y proyecciones que no guardan relación alguna con la eventual competencia disputada en los campos de batalla, y vanamente se intentará justificarla como el ejercicio de un derecho que la victoria otorga al vencedor. En tal fase, el saqueo afectó inicialmente a las colecciones de la Biblioteca Nacional (26-2-1881), cuyas amplias salas fueron convertidas en cuartel; y su octogenario director, el coronel Manuel de Odriozola, suscribió por tal hecho una altiva protesta (1-3-1881), que presentó a N.A. Christiancy, ministro residente de Estados Unidos y en aquellos días circuló profusamente en hojas volantes”.
“La mencionada protesta fue redactada por Ricardo Palma; pero “Odriozola no tuvo inconveniente para firmarla”, según informó aquél, en carta dirigida a Nicolás de Piérola (5-4-1881). Refiere: “El coronel Lagos se constituyó un día en la Biblioteca, pidió a Odriozola las llaves, y desde ese día se principió a encajonar libros”. El texto de la protesta inspirada por tal hecho, es el siguiente:
El infrascrito, Director de la Biblioteca Nacional del Perú, tiene a honra dirigirse a V.E. pidiéndole haga llegar a conocimiento de su ilustrado gobierno la noticia del crimen de lesa civilización cometido por la autoridad chilena en Lima. Apropiarse de bibliotecas, archivos, gabinetes de física y anatómicos, obras de arte, instrumentos o aparatos científicos y todo aquello indispensable para el progreso intelectual, es revestir la guerra con un carácter de barbarie ajeno a las luces del siglo, a las prácticas de beligerante honrado y a los principios universalmente acatados del derecho.
La Biblioteca de Lima fue fundada en 1822, pocos meses después de proclamada la independencia del Perú, y se la consideró por los hombres de letras y viajeros ilustrados que la han visitado, como la primera de América Latina. Enriquecida por la protección de los gobiernos y por obsequios de particulares, contaba a fines de 1880 muy cerca de 50,000 volúmenes impresos y más de 800 manuscritos, verdaderas joyas bibliográficas, entre las que no escaseaban incunables o libros impresos durante el primer siglo posterior a la invención de la imprenta, y como V.E. sabe son de estimable valor; obras rarísimas hoy, esencialmente en los ramos de historia y literatura; las curiosísimas producciones de casi todos los cronistas de la América Española; y libros regalados por los gobiernos extranjeros, entre los que figuraba el de V.E. con no despreciable contingente; tal era, Señor Ministro, la Biblioteca de Lima, biblioteca que con justo título estábamos orgullosos los hijos del Perú.
Rendida la capital el 17 de enero a las fuerzas chilenas, transcurrrió más de un mes, respetando el invasor los establecimientos de instrucción. Nadie podía recelar, sin inferir gratuito agravio al gobierno de chile, gobierno que decanta civilización y cultura, que para él serían considerados como botín de guerra los útiles de la Universidad, el gabinete anatómico de la Escuela de Medicina, los instrumentos de las Escuelas de Bellas Artes y Oficios y de Minas, los códices del Archivo Nacional, ni los objetos pertenecientes a otras instituciones de carácter puramente científico, literario o artístico.
El 26 de febrero se me exigió la entrega de las llaves de la Biblioteca, dándose principio al más escandaloso y arbitrario despojo. Los libros son llevados en carretas, y entiendo que se les embarca con destino a Santiago. La Biblioteca, para decirlo todo, ha sido entrada a saco, como si los libros representaran material de guerra. Al dirigirme a V.E. hágalo para que ante su ilustrado gobierno, ante la América y ante la humanidad entera, conste la protesta que, en nombre de la civilización, de la moral y del derecho, formulo. Manuel de Odriozola”
Recuerda peruano y que la ignorancia de los hechos acontecidos no sea la venda que cubra nuevas y flagrantes traiciones que en nombre de claudicaciones inconfesables hacen gobiernos entreguistas irrespetuosos de la memoria de los mártires.
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