Por Revista Así
“Algunos chilenos cultos concluyeron que Perú estaba destruido como nación”
Lo dice un reconocido historiador chileno, Alfredo Jocelyn-Holt. El robo de la Biblioteca Nacional de Lima por las tropas de su país en la Guerra del Pacifico no solo fue una “devastación a gran escala”. Implicaba una Razón de Estado, que buscaba no solo apoderarse de tales bienes que el país vencido “ya no requería”, pues había sido “destruido”, sino porque quería privarla de los medios culturales para que siga “existiendo” como nación. Reproducimos este revelador artículo para que nuestros lectores saquen sus propias conclusiones.
El saqueo de libros peruanos
Por Alfredo Jocelyn-Holt
Sobre el robo de libros se sabe muy poco. Sobre su prohibición y destrucción, en cambio, se cuentan decenas de casos, algunos tan emblemáticos como el incendio de la Biblioteca de Alejandría, la quema de libros por el Santo Oficio, y la destrucción de museos y bibliotecas en Irak, y antes, en Sarajevo, en nuestros días. Con todo, sabemos poco o nada del saqueo y robo de libros. Y, a juzgar por lo que se ha discutido en la prensa, estas últimas semanas, sobre el despojo de libros de la Biblioteca de Lima durante la Guerra del Pacífico, es más lo que se oculta que lo que se explica.
Devolver saludos
“...Estos libros son bastante más que un botín de guerra. No se trata aquí de despojar al vencido de sus armas, provisiones y demás recursos a fin de premiar a soldados conquistadores. Implica que se quiso turbar la razón, ofuscar el entendimiento, privar al otro de medios para que siga "viviendo".
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Que en este caso se trató de una devastación a gran escala, nadie lo puede dudar. La institución afectada era, probablemente, la principal biblioteca de Hispanoamérica. Poseía 56 mil volúmenes y 800 manuscritos, de los que se salvaron sólo 738 ejemplares. Sus custodios, entre ellos el prestigioso escritor peruano Ricardo Palma, les representaron a las más altas autoridades chilenas tamaña arbitrariedad, cuestión que ha suscitado desde el presidente Santa María hacia abajo, hasta nuestros días, respuestas evasivas y soberbias.
Un reciente ex director de la Dibam, historiador por lo demás, ha manifestado que "sólo tenemos que devolver saludos al Perú". Otra directora del mismo organismo, ha declarado: "Yo nunca vi esos libros, si me hablas de la Enciclopedia de Diderot y D´Alambert, por ejemplo, no es un libro peruano y podemos tener más de un ejemplar. Por fuera no hay cómo saber que son peruanos". Por lo visto, nuestros gobiernos saben elegir a sus subordinados a cargo de asuntos culturales.
Conste que existen testimonios -entre otros, de Ignacio Domeyko- en que se reconoce que nuestro gobierno "ordenó trasladar de Lima a Santiago la Biblioteca Nacional", que una serie de bultos inventariados llegaron a Chile y que ejemplares timbrados se encuentran actualmente en la Sala Medina de nuestra principal biblioteca.
Razón de Estado
El silencio que acompaña un robo de libros de estas proporciones no puede sino ser cómplice. Mi impresión es que estamos ante una suerte de "Razón de Estado" que se remonta a cuando se produjo la capitulación de Lima y algunos chilenos "cultos" concluyeron que Perú estaba destruido como nación. "Lo que venció al Perú, diría Gonzalo Bulnes, fue la superioridad de una raza y la superioridad de una historia; el orden contra el desorden... Era eso lo que había vencido, la superioridad de una historia sana y moral sobre otra convulsionada por los intereses personales". Perú había dejado de ser una sociedad viable. Por eso, al parecer, nuestras autoridades, tanto entonces como ahora, han presumido que los peruanos no precisaban más de libros, nosotros, sí. De ser éste el caso, estos libros son bastante más que un botín de guerra. No se trata aquí de despojar al vencido de sus armas, provisiones y demás recursos a fin de premiar a soldados conquistadores. El que no se haya destruido este material tampoco nos estaría dando cuenta de una No se trata aquí de despojar al vencido de sus armas, provisiones y demás recursos a fin de premiar a soldados conquistadores. El que no se haya destruido este material tampoco nos estaría dando cuenta de una guerra "santa".
Milton ha dicho que "quien destruye un buen libro mata a la Razón misma: mata la imagen de Dios, por así decirlo, en el ojo mismo". Si el anterior símbolo sirve para explicar lo que estamos tratando de entender, el acto de despojar y saquear libros es hasta, quizá, más grave. Implica que se quiso, y en una de éstas se quiere aún enceguecer, turbar la razón, ofuscar el entendimiento, privar al otro de medios para que siga "viendo". guerra "santa".
Milton ha dicho que "quien destruye un buen libro mata a la Razón misma: mata la imagen de Dios, por así decirlo, en el ojo mismo". Si el anterior símbolo sirve para explicar lo que estamos tratando de entender, el acto de despojar y saquear libros es hasta, quizá, más grave. Implica que se quiso, y en una de éstas se quiere aún enceguecer, turbar la razón, ofuscar el entendimiento, privar al otro de medios para que siga "viendo".
Históricamente hablando, sabemos que hay guerras y guerras. Desde luego, las hubo
―alguna vez― más nobles, como cuando se reducían a contiendas entre pares, se regían por códigos de nobleza compartida y se trataba, en lo posible, de no involucrar a la población civil. Hay guerras, también, que se perfilan como "santas" y que se rodean de un aura de fatalidad apocalíptica en que al vencido no le cabe más remedio que morir no menos santamente. El punto al que quiero llegar, sin embargo, es que en las guerras de tipo nacionalista, al igual que en las civiles, no se guarda compostura alguna, ni tampoco se las puede concebir como ineludibles. Es más, dado que el aniquilamiento del otro no es posible entre países limítrofes, o entre clases sociales de una misma comunidad, en este otro tipo de guerras, perfectamente evitables, se aspira no tanto a extirpar al enemigo como el querer humillarlo, esclavizarlo, o seguir violentándolo. En fin, que, en este caso, sean libros valiosos los que sirven para perpetuar semejantes odiosidades, demuestra que nuestro nacionalismo desconoce límites civilizados mínimos.
(Tomado de la revista chilena QUE PASA, 17 de marzo, 2007)