La respuesta en Arica del Héroe Peruano Justo Arias y Aragüez al invasor chileno el 7 de junio de 1880.
Escribe: Nicanor Molinare (Chile)
El coronel don Justo Arias y Aragüez, ronco de gritar animando a los suyos, vive aún y defiende con denuedo sus colores, el puesto que se le ha señalado.
Aquel heroico soldado, sable en mano, se pasea impávido en la plazoleta del fuerte, en la del costado principal desafiando a nuestros soldados y a la muerte.
A todos llama la atención aquel héroe que sin quepis presentaba su desnuda, calva, blanca y venerable cabeza a las balas.
En verdad, los alientos de aquel soldado no dicen con su cuerpo. Arias es chico, pero de marcial apostura. Lleva garbosamente su uniforme francés, de coronel de Ejército, con galoneado pantalón garanse y ciñe su levita el cinturón de su sable.
Lo repetimos, en el momento en que se encuentra, está sin quepis, sin duda lo ha perdido en el fragor del combate; con su diestra, empuña la espada, y ante el inmenso peligro que lo rodea, que no teme y desprecia, aquel anciano soldado, agiganta su físico, enaltece su ser moral.
Arias, desafiando el peligro infunde respeto y admiración a los nuestros, que con la clara luz del día, pueden ver y aquilatar a su saber la bizarra actitud del jefe enemigo. Su valor satisface a los hombres del 3.º y se disponen a salvar la vida de Arias.
Todo el mundo le grita:
--¡Ríndase mi coronel, no queremos matarlo!
--¡No me rindo carajo! ¡Viva el Perú! ¡Fuego, muchachos! --responde aquel ínclito guerrero y con su ejemplo estimula el valor de su tropa, la defensa del “Ciudadela”.
Pero la hora suprema de aquel hombre había llegado; que escrito estaba hubiera de caer como un bravo en medio del asalto y a manos de chilenos.
El fuerte “Ciudadela”, en puridad de verdad, ya es nuestro; el valor del coronel Arias ha impuesto respeto a los asaltantes; su denuedo, la simpática y altiva figura del jefe enemigo, hace que nuestros hombres intimen nuevamente al comandante de los Granaderos de Tacna, que se rinda.
Un soldado del Tres se aproxima al coronel y le grita:
--¡Ríndase mi coronel!
Pero el jefe enemigo no quiere hacerlo, rehúsa la intimación; rechaza indignado esa pretensión, no quiere nada que sea chileno, ni aún la vida, y de un feroz sablazo tiende a sus plantas al noble soldado que lo ha querido salvar.
--¡No me rindo carajo! ¡Viva el Perú! --grita don Justo Arias y Aragüez.
Y una descarga cerrada tiende al invicto guerrero, que cae muerto dentro del fuerte, y su espíritu libre de la humana envoltura, traspone los lindes de la vida y penetra en el templo sereno de la inmortalidad…
Fuente: Nicanor Molinare. 1911. Asalto y toma de Arica. 7 de junio de 1880. Santiago de Chile: El Diario Ilustrado.
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