Daños colaterales de las migraciones
Por Ana Muñoz (*)
“Cuando llamo a casa, mis hijos sólo me preguntan por el dinero”. Es uno de los testimonios de una mujer colombiana que emigró a España en busca de una vida mejor para ella y para su familia.
Más de un millón y medio de los inmigrantes que hay en España son mujeres. En el caso de Latinoamérica, el 54% de la inmigración es femenina. Estas mujeres se separan de sus maridos, de sus hijos, de su entorno… huyendo de la pobreza y con la esperanza de poder ayudar a sus hijos a salir de ella. En muchas ocasiones, y con grandes esfuerzos, lo consiguen. Sin embargo, el precio es, a veces, demasiado alto: soledad, desarraigo, sentimiento de culpabilidad, ruptura de matrimonios o miedo por no cumplir unas expectativas en los familiares que se quedan. “Daños colaterales” que sufren en silencio.
En las sociedades de acogida, cuidan de los más mayores o de niños de madres trabajadoras, pero no son ni sus mayores ni sus hijos. Esto les crea un sentimiento de culpabilidad que les hace replantearse su futuro e, incluso, preguntarse si hicieron bien con dejar a su familia. Dejan de encontrar sentido a su presencia en España y se arrepienten de esa decisión. Viven solas y tristes, próximas en algunos casos a la depresión, según explican asociaciones de inmigrantes, como la Asociación Hispano-Ecuatorian Rumiñahui. “Las mamás como yo, somos las mamás dinero. Tenemos lo que nos hemos buscado”, se lamenta una joven ecuatoriana en un prestigioso diario español. En el último año, 7.500 millones de euros fueron transferidos por inmigrantes en España a sus países. Así, España se ha convertido en el segundo país del mundo en envío de remesas, sólo por detrás de Estados Unidos.
La vuelta no es nada fácil para las mujeres que emigran. Sus hijos han aprendido a vivir sin ellas o son completas desconocidas si los dejaron a cargo de otros familiares siendo pequeños. Y sus maridos tampoco están ahí para apoyarlas cuando regresan. No han podido soportar la soledad y la necesidad de tener una mujer en el hogar que haga las tareas domésticas y se han emparejado de nuevo.
Además, ellas ya no pertenecen a esa sociedad. Han salido, han trabajado, han conseguido mantener a su familia, han aprendido cosas nuevas… han visto otras maneras de vivir. Ya no son las mismas de antes y tampoco encajan en su vida anterior.
Los reagrupamientos familiares tampoco son la panacea. Bien es cierto que cuentan con la compañía de sus hijos y marido, pero los problemas también surgen. El marido se encuentra a una mujer independiente, con empleo e ingresos propios y acostumbrada a vivir su vida de manera autónoma. Y entra en colisión con los principios machistas del esposo. Aparecen, entonces, problemas de maltrato o violencia doméstica. De las 99 mujeres asesinadas por sus parejas en el año 2007 en España, 28 de ellas eran extranjeras.
Los hijos recién llegados no ven tampoco cubiertas sus expectativas de “una vida en el paraíso”. Antes sus madres enviaban cientos de euros con los que podían cubrir sus necesidades escolares y gastar dinero en ropa u otros objetos de consumo superfluos. Trescientos o cuatrocientos euros en Ecuador o Bolivia es lo que puede ganar un padre para mantener a toda su familia.
En España los euros no cunden tanto. La familia tiene que “apretarse el cinturón” y los hijos no suelen estar dispuestos a ello. Y la madre ve cómo ha de trabajar más para poder mantener los “caprichos” de sus vástagos y no sentir la decepción de las expectativas no cumplidas.
La mujer es la columna vertebral de toda sociedad y un elemento fundamental para que esta se desarrolle y crezca. Las mujeres inmigrantes cumplen un papel muy importante en sus países ya que se convierten en ejemplo para otras mujeres y obligan a sus hijas a formarse, a conocer sus derechos, a disfrutar de una maternidad responsable… Y deben cumplir otro fundamental en las sociedades de acogida: crear una red de apoyo para mujeres inmigrantes. Las más veteranas pueden enseñar a moverse por la ciudad, ayudar a encontrar vivienda o un empleo a las recién llegadas. A través de las redes sociales, intentar romper el círculo negativo del desarraigo y la soledad de unas mujeres que tanto necesitamos.
(*) Periodista
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