Hambre y derechos humanos (II)
Por Xavier Caño Tamayo (*)
El hambre es causa primera de muerte en el planeta. Jean Ziegler, portavoz de la ONU para el Derecho a la Alimentación, nos recuerda que cada cinco segundos muere de hambre un niño de menos de diez años. Más de 6 millones de niños en ese rango de edad han muerto de hambre en 2007. Y cada cuatro minutos, un ser humano queda ciego por falta de vitamina A, es decir, por alimentación inadecuada e insuficiente. Jacques Diouf, director de la FAO, asegura que la agricultura actual puede alimentar a 12.000 millones de seres humanos. Pero hay 860 millones de hambrientos.
Muerte y ceguera. Y los niños sin suficiente alimentación hasta los 5 años sufren consecuencias de por vida: células cerebrales irreparablemente dañadas. El hambre permanente es angustia diaria intolerable. ¿Le parecería aceptable despertar todos los días preguntándose si hoy comerá?
El hambre no es fatalidad ni desgracia del destino, no es un castigo de los dioses ni es inevitable. Es fruto de la convergencia de codicia, mirar hacia otro lado, estupidez e irresponsabilidad. Pobreza y hambre no se reducen ni eliminan, por ser consecuencia de la ‘liberalización’, privatización de la riqueza y ‘nuevas reglas’ económicas, perpetradas por los poderosos del mundo con la complicidad de FMI, OMC y Banco Mundial. Pobreza y hambre son fruto del sistema político-económico neoliberal.
El hambre es consecuencia nefasta de la pobreza y “la pobreza no es una cuestión de economía. La pobreza es una cuestión de derechos humanos. Y, si es una cuestión de derechos humanos, hay violación de derechos, hay culpables y tienen que ser llevados ante la justicia”, denuncia Esteban Beltrán, director de Amnistía Internacional de España. Aún no existen tribunales locales o internacionales que hagan justicia a los hambrientos, defiendan su derecho a la alimentación y protejan su derecho a la vida. Pero los habrá; tiene que haberlos, pues “toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, y a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios”, como proclama el artículo 25.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. O ¿es retórica? ¿Sólo declaración bien intencionada? No vale pretender que son principios no invocables ante los tribunales. Si no se hace justicia con los hambrientos, se rebelarán. Y acaso convenga que lo hagan para salir todos de esta miseria moral.
La Asamblea General de la ONU proclamó el derecho al acceso regular, permanente y libre a una adecuada alimentación en cantidad y calidad, suficiente para garantizar una vida física y psíquica saludables, libre de angustia, satisfactoria y digna. Nada menos.
Pero la vergüenza del hambre no es de esta crisis. Hace seis años la FAO avisó de que “el progreso en la reducción del hambre se ha detenido”. Y no hemos sido capaces de reanudarlo. ‘Hemos’, pues todos somos responsables. Los dueños del mundo, quienes más, porque ponen sus beneficios antes que todo. Los gobiernos, por ser valedores de los intereses de ésos. Medios informativos, parlamentos y universidades, por no considerar la lucha contra la pobreza, el hambre y el derecho a la alimentación como esencial. Y los ciudadanos bien alimentados, porque miramos hacia otro lado.
La crisis de hambre tiene que ver con las crisis hipotecaria, inmobiliaria y financiera. Todas arrancan de un sistema político-económico injusto y suicida, presidido por la demostrada falsedad de que ‘el mercado’ lo regula y armoniza todo, aunque no regula un rábano. El ‘mercado’ no es un ‘deus ex machina’; tiene nombres y apellidos. El ‘mercado’ son los codiciosos, desproporcionados y muy insolidarios intereses de los años del mundo y sus cómplices y sicarios.
Jean Ziegler ha escrito que esta situación es fruto “del miedo de los amos del mundo a los derechos humanos. Porque si se respetaran todos los derechos humanos de todas las personas, acabaría de raíz este sistema suicida de nuestros días”. Cierto, porque el respeto a los derechos humanos (derechos políticos, civiles, económicos, sociales y culturales) cambiará de raíz la vida en la Tierra. ¿Qué hacer?
Tenemos la palabra para denunciar, para explicar. Tenemos la voluntad para resistir.
(*) Escritor y periodista
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El hambre no es fatalidad ni desgracia del destino, no es un castigo de los dioses ni es inevitable. Es fruto de la convergencia de codicia, mirar hacia otro lado, estupidez e irresponsabilidad. Pobreza y hambre no se reducen ni eliminan, por ser consecuencia de la ‘liberalización’, privatización de la riqueza y ‘nuevas reglas’ económicas, perpetradas por los poderosos del mundo con la complicidad de FMI, OMC y Banco Mundial. Pobreza y hambre son fruto del sistema político-económico neoliberal.
El hambre es consecuencia nefasta de la pobreza y “la pobreza no es una cuestión de economía. La pobreza es una cuestión de derechos humanos. Y, si es una cuestión de derechos humanos, hay violación de derechos, hay culpables y tienen que ser llevados ante la justicia”, denuncia Esteban Beltrán, director de Amnistía Internacional de España. Aún no existen tribunales locales o internacionales que hagan justicia a los hambrientos, defiendan su derecho a la alimentación y protejan su derecho a la vida. Pero los habrá; tiene que haberlos, pues “toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, y a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios”, como proclama el artículo 25.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. O ¿es retórica? ¿Sólo declaración bien intencionada? No vale pretender que son principios no invocables ante los tribunales. Si no se hace justicia con los hambrientos, se rebelarán. Y acaso convenga que lo hagan para salir todos de esta miseria moral.
La Asamblea General de la ONU proclamó el derecho al acceso regular, permanente y libre a una adecuada alimentación en cantidad y calidad, suficiente para garantizar una vida física y psíquica saludables, libre de angustia, satisfactoria y digna. Nada menos.
Pero la vergüenza del hambre no es de esta crisis. Hace seis años la FAO avisó de que “el progreso en la reducción del hambre se ha detenido”. Y no hemos sido capaces de reanudarlo. ‘Hemos’, pues todos somos responsables. Los dueños del mundo, quienes más, porque ponen sus beneficios antes que todo. Los gobiernos, por ser valedores de los intereses de ésos. Medios informativos, parlamentos y universidades, por no considerar la lucha contra la pobreza, el hambre y el derecho a la alimentación como esencial. Y los ciudadanos bien alimentados, porque miramos hacia otro lado.
La crisis de hambre tiene que ver con las crisis hipotecaria, inmobiliaria y financiera. Todas arrancan de un sistema político-económico injusto y suicida, presidido por la demostrada falsedad de que ‘el mercado’ lo regula y armoniza todo, aunque no regula un rábano. El ‘mercado’ no es un ‘deus ex machina’; tiene nombres y apellidos. El ‘mercado’ son los codiciosos, desproporcionados y muy insolidarios intereses de los años del mundo y sus cómplices y sicarios.
Jean Ziegler ha escrito que esta situación es fruto “del miedo de los amos del mundo a los derechos humanos. Porque si se respetaran todos los derechos humanos de todas las personas, acabaría de raíz este sistema suicida de nuestros días”. Cierto, porque el respeto a los derechos humanos (derechos políticos, civiles, económicos, sociales y culturales) cambiará de raíz la vida en la Tierra. ¿Qué hacer?
Tenemos la palabra para denunciar, para explicar. Tenemos la voluntad para resistir.
(*) Escritor y periodista
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