Pilares para la igualdad
Noelia García Palomares (*)
En España, hasta los diarios más conservadores publican varias páginas de anuncios relacionados con la prostitución, una muestra de la hipocresía imperante. Sólo el Diario Público informa en un recuadro que no insertan ese tipo de anuncios.
La ONU ofrece datos preocupantes que nos hacen recapacitar sobre la vulneración de los derechos de las mujeres y sobre el rol que ocupan en la sociedad. Demasiadas mujeres son forzadas sexualmente, golpeadas y maltratadas. Una de cada cinco es víctima de violación y, en otros casos, de mutilación genital e incluso homicidio.
En dos meses han muerto en España 17 mujeres a manos de sus parejas. En el mundo, las cifras se disparan. Desde el feticidio al abuso sexual, la ONU pone en marcha una campaña para erradicar todas las formas de violencia contra la mujer. Un problema que afecta a la mayoría de los países y que supone una de las violaciones más comunes de los Derechos Humanos.
Nos encontramos muy lejos de cumplir los Objetivos del Milenio (ODM) previstos para 2015. Pese a todos los esfuerzos, la desigualdad entre hombres y mujeres persiste. Así lo confirma un informe de la Plataforma 2015 y más, que engloba las perspectivas de la lucha contra la pobreza en coalición internacional con la red Social Watch, tratando de evaluar y reflexionar sobre el cumplimiento de los ODM.
España figura en el mundo como uno de los países con un nivel aceptable de equidad, pero los datos reflejan que la población femenina española se encuentra por debajo del promedio en ingresos y participación económica.
Hay muchos factores que dañan a las mujeres y las sumergen en relaciones destructivas. Entre ellos, una cultura machista, una baja autoestima, las codependencias y hogares disfuncionales que deterioran la socialización y favorecen el incremento de la violencia doméstica. Lo cierto es que por más programas y decretos que los gobiernos elaboran, incluyendo la ley de protección integral contra la violencia de género, hasta ahora, no se ven los cambios esperados.
Según estudios, del 20 al 25% de las mujeres han sufrido violencia física, al menos, una vez en sus vidas, y más del 10% han sido agredidas sexualmente. Algunas encuestas muestran, a su vez, que los principales responsables de la violencia contra la mujer son hombres de su entorno más cercano, muchas veces parejas sentimentales o de relaciones antiguas.
En varias ocasiones, el machismo es inculcado por la madre a sus hijos e hijas, que cuando son adultos dicen ‘soy así y no puedo cambiar’. Esa programación marca y dificulta la convivencia. Hay víctimas porque hay verdugos, mujeres asesinadas porque hay asesinos que matan a sus víctimas y generan un efecto de intimidación sobre otras mujeres. Son mensajeros de un sistema que dice a cada mujer: ‘cuidado con sacar los pies del tiesto’. Hacemos frente a una violencia de dominación.
Una institución aliada secularmente con el machismo ha sido la iglesia católica, para la cual la mujer es la María Magdalena que, con su llanto, deberá lavar los pies de ese hombre que enseñaba que todos somos iguales. Pero, ¿qué es la mujer para esta sociedad y en este sistema neoliberal? Para el catolicismo, la mujer resulta ser un medio; para el capitalismo, casi una mercancía. Sin embargo, ni la iglesia más ortodoxa ni las factorías de Hollywood emiten tanta propaganda pro-machista como algunas escuelas y familias que aún mantienen tópicos y condiciones de dominio en su seno.
El agresor aplica la violencia para mantener el comportamiento de la mujer dentro de unos parámetros que responden, exclusivamente, a la voluntad del hombre. De esta manera, el agresor está convencido de su legitimación para utilizar la violencia con el fin de lograr que la mujer se comporte conforme a un orden determinado. El agresor de género es un dictador que impone su voluntad por medio de violencia en el marco interpersonal de una relación de pareja. No se puede sublimar el amor con la criminalidad, se tiene que transformar la realidad injusta y ningún país se puede construir sobre los pilares de la desigualdad.
(*) Periodista
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