Por Liz Sly

Entre los presidentes, primeros ministros, reyes y príncipes que visitaron Moscú durante el año pasado para reunirse con el presidente ruso, Vladimir Putin, se cuentan algunos de los aliados más cercanos de Estados Unidos, que en otro momento se hubiera esperado que visitaran Washington.

Putin y el príncipe Mohammed, durante la Cumbre del G-20, en Buenos Aires

Ocurre que en Medio Oriente hay una nueva potencia en ascenso, y necesita ser cortejada. Tres décadas después del colapso de la Unión Soviética y de que Estados Unidos emergiera como la superpotencia indiscutible de Medio Oriente y África del Norte, Rusia confirma su retorno. Bajo la dirección personal de Putin, Rusia está aprovechando el vacío dejado por el retiro del gobierno de Barack Obama y la imprevisibilidad del presidente estadounidense, Donald Trump, para desafiar el papel dominante de Estados Unidos en la región.

Desde Libia hasta el Golfo Pérsico, los petroleros, vendedores de armas y financistas rusos se diseminaron por la región, cerraron acuerdos por miles de millones de dólares, revivieron viejas relaciones y forjaron otras nuevas.

En el centro de todo está Putin, cuya imagen de caudillo gana influencia entre los gobernantes autoritarios de la región, en una época en la que crecen las dudas sobre el compromiso de Washington con Medio Oriente.

La intervención militar de 2015 de Rusia en Siria le dio a Putin el lustre de líder decisivo que logró lo que se planteó: la supervivencia del presidente Bashar al-Assad.

También posicionó a Putin en el centro de los conflictos superpuestos de Medio Oriente y aumentó la influencia de Rusia mucho más allá de las fronteras de Siria para incluir a todos los países con intereses en el resultado de la guerra, como los rivales Israel e Irán, Qatar y Arabia Saudita, Siria y Turquía.

Excepto Siria, Rusia ha mostrado poco interés en inmiscuirse en la enorme cantidad de conflictos de la región, como la guerra en Yemen, el proceso de paz árabe-israelí y la disputa entre Qatar y sus vecinos. Pero Putin ha recibido a todos los que quisieron visitarlo, convirtiendo a Moscú en un destino ineludible para los líderes con problemas.

“Putin funciona efectivamente como el psicoanalista de la región”, dice Malik Dahlan, profesor de derecho internacional de la Universidad Queen Mary de Londres.

“Los rusos están muy contentos de escuchar a todas las partes involucradas, y están felices de escuchar a todos los que quieran decir algo”.

Los líderes aliados de Estados Unidos que han visitado Moscú esta año incluyen al rey Salman de Arabia Saudita, que el año pasado le dio una fastuosa bienvenida al presidente Trump en Riad, pero luego prefirió Moscú en lugar de Washington para su primera y hasta el momento única visita oficial al exterior, que también significó la primera visita de la historia de un monarca saudita a Rusia.

El emir de Qatar voló inesperadamente a Moscú para reunirse con Putin justo antes de su visita a Washington en abril, por lo que se ganó reproches de la administración Trump. Meses atrás, el príncipe heredero de Abu Dhabi, un aliado de Estados Unidos, rechazó una invitación de Washington, pero fue a Moscú en junio. Fue su séptimo viaje en cinco años y firmó un acuerdo de “asociación estratégica” con Putin.

Las reuniones le permiten a Putin ganar influencia en un momento en que Estados Unidos retira sus tropas de Medio Oriente, en parte para contrarrestar la expansión de China y de Rusia en otras partes del mundo. Su cordial saludo con el príncipe saudita Mohammed ben Salman en la Cumbre del G-20 celebrada en la Argentina refleja la relación personal que Putin está forjando con los líderes de la región.

Acuerdos

A veces esas visitas también se traducen en políticas significativas. El acuerdo entre Rusia y Arabia Saudita para cortar la producción de crudo, resultado de la visita del año pasado del rey Salman a Moscú, le dio a Rusia más peso en el mercado energético mundial.

Cuando no recibe visitas, Putin suele utilizar el teléfono, por lo general para tratar problemas relativos a la guerra en Siria, y de paso aprovecha para afianzar los lazos con algunos de los amigos más cercanos de Estados Unidos.

Durante el último año, el premier israelí, Benjamin Netanyahu, que llamó a Trump “un verdadero amigo”, habló 11 veces por teléfono con Putin y solo tres con Trump. El año pasado, Netanyahu visitó cuatro veces Moscú, y desde que Trump ocupa la Casa Blanca, solo visitó Washington en dos ocasiones.

Turquía, aliado histórico de Estados Unidos e integrante de la OTAN con siglos de historia de rivalidad con Rusia, quedó cada vez más dentro de la órbita de influencia de Moscú. El país intensificó su cooperación con Rusia y las relaciones con Washington se volvieron tensas.

Rusia también está ganando adeptos en el Líbano y en Irak, ambos aliados de Estados Unidos y beneficiarios de asistencia militar estadounidense. En Irak, Moscú selló acuerdos militares con el gobierno, invirtió en un oleoducto estratégico que une el Kurdistán iraquí con Turquía, y abrió un centro de intercambio de inteligencia con las fuerzas militares en Bagdad, lo que marca su regreso a un país al que había perdido como aliado tras el derrocamiento de Saddam Hussein por parte de Estados Unidos.

Según funcionarios rusos, Putin es consciente de que muchos de los problemas de Medio Oriente no pueden resolverse fácilmente. Involucrarse demasiado en las disputas de la región podría exponer los límites del potencial ruso, que es mucho menor que el estadounidense.

“Los rusos conocen muy bien sus límites. No creo que Rusia quiera reemplazar a Estados Unidos en todas partes, sería muy costoso”, dice Yuri Barmin, del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia.

La estrategia militar de Rusia en la región se concentra en torno al Mediterráneo. Rusia se aseguró derechos a largo plazo para sus fuerzas militares en Siria, incluida una base naval expandida en Tartús, que le permite tener una fuerte presencia en ese mar.

Moscú también extendió su influencia en Egipto, un aliado de Estados Unidos desde la década de 1970. En Libia, exaliado de los soviéticos, los militares rusos establecieron una relación cercana con el jefe militar libio Khalifa Hifter y firmaron acuerdos petroleros con el gobierno que le permiten a Moscú tener un rol destacado en cualquier acuerdo de paz futuro entre las facciones en disputa en el país.

“En líneas generales, hace mucho tiempo que el Mediterráneo tiene una importancia estratégica para Rusia”, dice Barmin. “Rusia considera que la región es crucial para contrarrestar el peso de la OTAN”.

Según Carole Nakhle, experta en energía de la universidad británica de Surrey, en otras partes el rol de Rusia se ha concentrado básicamente en torno a acuerdos de negocios, que sirven tanto para compensar el impacto de las sanciones de Estados Unidos y de Europa como para consolidar su influencia regional.

Según los analistas, no estamos ante un regreso de la época de la Guerra Fría, en la que Moscú y Washington competían por las lealtades de los poderes regionales, y los países de Medio Oriente tenían que dirimir de qué lado estaban. Aun con el importante involucramiento de Rusia en Siria, su presencia “no tiene la misma fortaleza que durante la Guerra Fría, cuando Rusia mantenía miles de tropas en Egipto y en Siria”, dice Bruce Riedel, de la Brookings Institution.

Aunque Estados Unidos mantiene una considerable ventaja económica, militar y tecnológica, Rusia cada día se vuelve más ineludible para una región consumida por las crisis y dubitativa sobre la fiabilidad de Washington.

“En Medio Oriente, Rusia logró crear la impresión de que es más poderoso, más competente y más relevante que Estados Unidos”, dice Riad Kahwaji, director del Instituto de Análisis Militar de Medio Oriente y el Golfo. “No se trata del poder que tienen efectivamente, sino de la manera en que lo usan”.

Traducción para La Nación de Jaime Arrambide

La Nación, Buenos Aires 07-12-2018
https://www.lanacion.com.ar/2200093-seduccion-putin-saca-provecho-del-vacio-de-eeuu-en-medio-oriente-y-extiende-su-influencia