Luis Rivas
La detención en Minsk del periodista opositor bielorruso, tras el desvío del avión en el que viajaba, ha ofrecido a la Unión Europea una nueva excusa para ocultar sus últimos fracasos en política exterior.
"Acto de piratería aérea", "terrorismo". Las voces de indignación dentro de algunos de los países comunitarios calentaban una "cumbre" europea que encontraba así un asunto más candente y quizá más consensual que los incluidos en la agenda inicial.
El caso del periodista opositor bielorruso, Román Protasévich, cuyo avión aterrizó en Minsk, "por amenaza de bomba" según el gobierno de Alexandr Lukashenko, daba una nueva oportunidad a los 27 de mostrar una postura común, algo que otros asuntos no ha permitido. Y tras la ola de indignación tuiteada con fruición, la diplomacia europea anunció medidas de castigo, como el cierre del espacio aéreo bielorruso que, aseguraban, era la primera de una serie de sanciones que se verán ampliadas más tarde.
La UE no iba más allá porque temía que una discusión más profunda sobre las medidas a tomar podría ser frenada por los intereses particulares de algunos de los 27 gobiernos que forman la organización de librecambio. Ya con motivo de sanciones previas a Minsk, por lo que la UE consideraba represión contra las manifestaciones de oposición, Chipre blandió la bandera del bloqueo si la UE no tomaba medidas de castigo contra Turquía.
PAPEL SECUNDARIO EN ORIENTE PRÓXIMO
Es solo el último ejemplo de la imposible capacidad de Europa para desarrollar una verdadera diplomacia común. No se trata de criticar cada medida, sino de ver la realidad del problema. La Unión Europea pretende ser una potencia internacional, pero para ello sus 27 socios deberían tener los mismos intereses no solo comerciales, sino geopolíticos. Y en las últimas semanas ha habido varios casos que ponen en evidencia sus discrepancias insalvables.
El enfrentamiento entre Hamás, organización considerada terrorista por la UE, y el ejército de Israel despertó de su sueño diplomático a Bruselas casi una semana después del inicio de la confrontación militar. En Europa pocos esperaban algo más que los comunicados habituales pidiendo el cese de los combates y los ruegos para proteger a la población civil de Gaza o Israel. Un comunicado tan sobrio y vago no fue suscrito por uno de sus miembros, Hungría, y con reticencia por los otros tres componentes del Grupo de Visegrado (República Checa, Eslovaquia y Polonia). Nada asegura que alguno de estos cuatro países oponga su veto a una nueva batería de sanciones contra Minsk.
En algunas capitales europeas se señala a Hungría como la "oveja negra" del club; como el país que cierra cualquier oportunidad de consenso. Parece un poco injusto cuando en diferentes asuntos otras capitales defienden sus propios intereses y evidencian la imposible unidad en la acción exterior conjunta.
EL ARMA DE MARRUECOS Y TURQUÍA QUE TEME LA UE
El caso de la entrada ilegal de 8.000 marroquíes en la ciudad española de Ceuta puso también de relieve las diferencias entre los 27. El también sobrio comunicado de la UE en apoyo a Madrid ("Ceuta es Europa") no podía esconder que Francia no mostrara más allá de una solidaridad obligada con respecto al gobierno de Pedro Sánchez.
París y Rabat mantienen unas relaciones especiales en todos los ámbitos. Francia, por su parte, sigue siendo un "enemigo histórico" para Argelia, el vecino rival de Marruecos y base de la guerrilla del Frente Polisario, organización armada que lucha por la independencia del Sáhara Occidental, y cuyo líder fue hospitalizado en secreto en España, lo que dio origen a la respuesta de Marruecos en represalia contra Madrid. Emmanuel Macron no pondría nunca su firma en un comunicado contra Rabat si no es medio escondida entre las 26 de sus socios. Madrid tampoco lo haría con Argelia, de cuyo gas depende en gran medida.
La inmigración ilegal es otro de los grandes ejemplos de la incapacidad de Europa para tomar medidas eficaces. Marruecos, como Turquía, saben que cuentan con un arma que hace temblar a los europeos. La ruta de los Balcanes, las islas del Egeo (Grecia), el archipiélago de las Canarias, Ceuta o Lampedusa (Italia) representan el trazado del negocio multimillonario de los traficantes de seres humanos y el sustento de algunas organizaciones no gubernamentales que mantienen excelentes relaciones con las mafias de la inmigración.
¿Polonia o Finlandia pueden sentirse cien por cien solidarias con los problemas de España, Grecia o Italia, las puertas de entrada favoritas de la inmigración ilegal? España, Italia o Grecia pueden apoyar sin reparos la política de dureza contra Moscú que solicitan Polonia, o los estados bálticos? ¿Alemania aceptaría cancelar el proyecto Nord Stream 2 en solidaridad con sus vecinos europeos orientales? La respuesta parece obvia.
COMPRAR DEMOCRACIA
Insistir sobre la necesidad de unión en la política exterior europea es una pretensión abocada al fracaso y la frustración. Los intereses nunca serán los mismos para 27 países miembros. Un mercado común no implica una diplomacia común, salvo si por ello interpretamos el consenso en comunicados desprovistos de contenido.
Por ello, hay una crítica de algunas capitales, y no solo proveniente de Budapest, que aconseja a Bruselas dejar a un lado la pretensión de ser una referente moral y dar lecciones de ética al resto del mundo.
Más curioso es ver cómo esa superioridad moral le empuja a "comprar" determinados comportamientos políticos. La UE ofrecía a Bielorrusia una ayuda de 3.000 millones de dólares para la "democratización" del país. En su Oriente Próximo, y en especial en ayuda a los palestinos, es el principal proveedor de fondos. El palo moral y la zanahoria en billetes.
La Unión Europea puede presumir de ser un gigante comercial, pero es también un enano político y una especie de ONG que no repara en gastos a fondo perdido.
Con información de Sputnik