Algunos sectores, como los de atención al cliente, obligan a una gestión de las emociones que puede pasar factura, pero que también tiene sus beneficios
Hay trabajos, sobre todo aquellos que son de cara al público, que requieren forzar sonrisas, poner buena cara, modular el tono de voz… Es lo que se llama trabajo emocional, un término acuñado por la socióloga estadounidense Arlie Rusell Hochschild en su libro The Managed Heart. Commercialization of Human Feeling. Según Eva Rimbau, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), “consiste en suprimir o modificar las propias emociones para representar una emoción que resulte adecuada en el trabajo, a menudo para producir un determinado sentimiento en clientes o compañeros”. En definitiva, se trata de mostrar las emociones adecuadas a la tarea que se ha encomendado. Esa gestión de las emociones tiene beneficios, pero también riesgos, según alertan los expertos.