Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)

 

El mundo atraviesa momentos complejos y dolorosos que, entre otras características, tienen como virtud permitirnos conocer y revalorar la grandeza humana expresada en innumerables gestos de solidaridad y adhesión. También, han mostrado el sórdido proceder a través de palpables y reiteradas manifestaciones de apatía, egoísmo y carente sensibilidad.

 

uso mascarilla banca Wilfredo Perez Ruiz

 

Este acontecimiento debemos asumirlo como una oportunidad aleccionadora encaminada a ampliar y fortalecer nuestro “sentido de pertenencia” y, en consecuencia, actuar con sentimientos de generosidad. Por encima de los entendibles descontentos colectivos en relación a las acciones adoptadas por los gobiernos, tengamos un honesto ánimo autocrítico y preguntémonos ¿Qué estamos haciendo al respecto? ¿Cuál es nuestro aporte al entorno? ¿Qué enseñanzas hemos recogido? ¿Cómo ésta contingencia ha contribuido a vivificar nuestra composición emocional y moral?

Concurre un indudable compromiso personal frente a esta lacerante situación. Tengamos presente lo aseverado por el Papa Francisco: “Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás”. Por esta razón, empiezo formulando esta necesaria introspección en esta hora en la que aconsejo sumar esfuerzos, aunar voluntades, robustecer empeños y conjugar benévolas acciones.

En tal sentido, deseo compartir unas recomendaciones para establecer una educada convivencia social en esta coyuntura inédita y, por lo tanto, prescindir incurrir en omisiones, desaciertos e inelegancias en perjuicio de nuestro trato con el semejante. Para comenzar, conduzcámonos con empatía, tolerancia, autocontrol emocional e inteligencia interpersonal. A mi juicio son pilares centrales enfocados a sostener nuestro comportamiento; no obstante, de una u otra manera, todos estamos inmersos en tensiones y apremios que influyen en nuestros elevados niveles de vulnerabilidad.

Seamos responsables con las medidas de seguridad dispuestas en hogares, centro de trabajo y lugares públicos; rehuyamos juzgar o criticar a quienes, por diversas motivaciones, han adoptado disposiciones extremas de protección frente al contagio; esquivemos formular “recomendaciones” sino nos lo han solicitado. Apliquemos la tan requerida y extinta sensatez.

Al saludar es suficiente una ligera inclinación de cabeza y un mensaje oral cordial. No estamos obligados a juntar manos y codos como ocurre con asiduidad. La distancia establecida incluye prescindir de mayores y redundantes acercamientos. Mantengamos la afabilidad habitual y obviemos mirar con suspicacias a los hombres y mujeres con quienes alternamos. No caigamos en exageraciones, dramatismos o desconfianzas.

Evitemos presentar como tema de diálogo asuntos concernientes al virus, al número de fallecidos, enfermos y otros pormenores. Tratemos con cautela estos contenidos y orientemos la plática hacia tópicos positivos y agradables que irradien buenas vibras; desconocemos la susceptibilidad de las personas con quienes departimos. Tampoco comentemos gastos y exámenes médicos, diagnósticos y pormenores. Declinemos contribuir a acentuar la incertidumbre y ansiedad.

Jamás insistamos en visitar familiares o amigos con estricto aislamiento e inmersos en severos códigos de bioseguridad; se sentirán incómodos e incluso amenazados con nuestra concurrencia. Insinúo saludarlos a través de una comunicación telefónica o mediante redes sociales. Entenderán nuestro obligatorio alejamiento.

Si tenemos problemas de salud, aun cuando fuesen inadvertidos, soslayemos el contacto con otros prójimos y permanezcamos apartados. Ignoramos su reacción frente al riesgo que puede suponer para su bienestar. Recuerde: “Nuestros derechos terminan en donde empiezan los ajenos”. Insisto, una vez más, seamos atinados y asertivos.

Este difícil escenario impide acompañar a quienes padecen la pandemia y tampoco podemos acudir a los actos fúnebres. Respetemos la privacidad y las normas vigentes y, únicamente, enviemos un mensaje escrito y un arreglo floral (opcionalmente). Obviemos preguntas impertinentes e indiscretas: acatemos el dolor y la reserva en estos instantes de sufrimiento.

Debemos evadir indagar por asuntos laborales y financieros. Existen quienes gustan curiosear, de manera inescrupulosa, cuestiones absolutamente privadas y extrañas a nuestra incumbencia. No hagamos referencias impertinentes como observo, con desvergonzada frecuencia, en individuos carentes de mínimas consideraciones. Muchas personas atraviesan espinosos tiempos de inestabilidad económica, deudas impagas y pérdida de su empleo.

Sobre el particular, reitero lo afirmado en mi artículo “Disculpa la pregunta…” (2020): “…En cuantas ocasiones usted ha sido víctima de diálogos lesivos a su privacidad. Más allá de la cercanía o afinidad existente, se debe guardar miramiento hacia el semejante. La actitud recatada no es un atributo en una sociedad colmada de inaceptables expresiones de descortesía y exigua prudencia. Sin embargo, rechacemos resignarnos a este proceder ordinario”.

Por último, anhelo que salgamos de nuestra zona de confort y de la inercia, la indiferencia y el desdén. Abrigamos una oportunidad para impulsar y coadyuvar una reacción general sensible al bien común. Es hora de evidenciar nuestra dimensión ética, espiritual y cívica y, especialmente, recojamos las moralejas de estas adversidades; encendamos nuestros ímpetus de compasión hacia quienes claman auxilio.

Actuemos con excelsa educación, proba integridad, elevada dosis de humanidad y cabal sentido común. Estos instantes de honda reflexión me inspiran evocar el poema “El pan nuestro” del universal y recordado poeta peruano César Vallejo (1892-1938): “Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas, y suplicar a no sé quién, perdón, y hacerle pedacitos de pan fresco aquí, en el horno de mi corazón”.

(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/