Irse a los veinte años…

por Herbert Mujica Rojas

In memoriam Analucía Lau García

 
La noticia, preñada de su lúgubre mensaje, al borde de la medianoche y casi al empezar hoy, llegó a mi hijo Alonso: Analucía Lau García no logró superar la acción nefasta de un virus y sucumbió dejando esta vida en edad más que temprana.


No hay palabras, rezos o párrafos que puedan mitigar el gigantesco dolor que sus padres deben estar sintiendo en la yerta soledad que a partir de hoy les inunda por la ausencia de Analucía. Para ellos, en la comunidad de sabernos padres amantes y devotos por nuestros hijos, la solidaridad más emocionada en estos momentos de insondable dolor.
 
Analucía formaba con Alonso y otros jóvenes, un grupo numeroso que, de casa en casa, estudiaba en grupo para pruebas y exámenes en la Universidad de Lima. No la conocí pero sí sé que militaba en ese colectivo académico cuyo paso siempre era evidenciado por lámparas movidas, cables, laptops, cajas vacías de pizzas consumidas vorazmente y por las risotadas, voces, interjecciones que entre ellos se disparaban al compás de esas juvenilias invictas de hombres y mujeres preparándose para la vida profesional y para rendir a sus familias y al Perú, la consagración de talento e inteligencia, virtudes de que en grado sumo fue dueña Analucía.
 
Pocas semanas atrás, precisamente en una de estas sesiones, Analucía empezó a divagar y a pronunciar frases extrañas. Cuenta Alonso que todos creyeron en que la vena bromística había invadido a la joven. No fue así, desgraciadamente. Había sido el primer síntoma de un mal que a las pocas horas llevó a sus padres a internarla en una clínica. Tengo entendido que derivó hacia un estado de coma muy comprometedor. Las visitas fraternas, el cariño por la contertulia, eran parte de una rutina frecuente que todos los chicos y chicas practicaron con amor impecable.
 
Nada puédese hacer ante el advenimiento de la muerte. Analucía fue víctima de algún virus o forma letal que acabó con su joven existencia. Ya no estará con sus compañeros animando esas veladas de estudio y sueño de futuro. Tampoco compartirá con sus padres en la esperanzada y común estela que transitan las familias. Ella ha partido y deben saber sus progenitores que su dolor es también nuestro, inmensamente nuestro. Carece de importancia que no les conozca. Basta que nuestros hijos sí hubieran sido compañeros de la universidad y constructores fraternos de una avenida que a partir de hoy extrañará, pero no olvidará a Analucía.
 
En tu tránsito, Analucía, mi homenaje de padre. Tu recuerdo será vela y señal que ilumine, siempre, los pasos de Alonso que tuvo el honor de admirar tu generosa vivacidad y brillante capacidad intelectual.
 
¡Descansa en paz Analucía!


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