No es la pobreza: es la injusticia

Por Carlos Ferrero Costa

Si Ud. no tiene cuatro millones doscientos cincuenta mil dólares no puede comprar tierras en Olmos, irrigación hecha con la plata de todos los peruanos, porque el lote mínimo es de mil hectáreas. ($ 4,250 p/hectárea)


Si las empresas mineras se han beneficiado extraordinariamente de los precios de exportación y eso no le reditúa un centavo extra al Gobierno y por tanto no puede mejorarse miles de escuelas paupérrimas ni cientos de hospitales miserables, no piense Ud. que nadie es responsable.

Si la semana pasada 139 países en Nueva York renovaron su promesa de cumplir los Objetivos del Milenio erradicando el hambre y la pobreza para el 2015, no se entusiasme, porque el detalle del objetivo octavo los obliga a un sistema financiero “abierto” que los llevaría a un imposible: eliminar las cuentas secretas y los paraísos financieros que esconden dinero ilícito en territorios protegidos por los países más poderosos del mundo.

Estos ejemplos demuestran que la pobreza y la desigualdad no son el problema principal del mundo en que vivimos, sino que, en verdad, son consecuencia de un mal mayor que es la injusticia.

Porque es esencialmente injusto que las oportunidades solo valgan para los que tienen más dinero, o que ante una sobreganancía solo se beneficien los dueños del capital, o que todo lo que se roba se pueda esconder fácilmente.

Tales situaciones inaceptables son simple y llanamente consecuencia directa de la injusticia.

Dejémonos entonces de eufemismos o disimulos. La pobreza o la desigualdad no son lo que nos destruye. Lo que impide el progreso social es la injusticia social, cuya médula esta en el egoísmo del ser humano que, por naturaleza, se desborda cuando los gobiernos que deberían controlarlo han sido sometidos por la delincuencia o por el dinero.

Fuente: Hildebrandt en sus trece N º 24, 1 de Octubre 2010