Los derechos humanos son el camino
Por Xavier Caño Tamayo*
Prisioneros maniatados con ojos vendados, golpeados con cables, desgarrados a latigazos, asfixiados. Quemaduras, descargas eléctricas, brazos y piernas rotos, uñas arrancadas. Presos que mueren bajo custodia policial, prisioneros mantenidos desnudos, presos a los que se impide ver y oír, prisioneros colgados por brazos o piernas durante horas... Es la lista de una indignidad miserable y repugnante que no acaba.
Prisioneros maniatados con ojos vendados, golpeados con cables, desgarrados a latigazos, asfixiados. Quemaduras, descargas eléctricas, brazos y piernas rotos, uñas arrancadas. Presos que mueren bajo custodia policial, prisioneros mantenidos desnudos, presos a los que se impide ver y oír, prisioneros colgados por brazos o piernas durante horas... Es la lista de una indignidad miserable y repugnante que no acaba.
Éstas y otras prácticas abyectas de tortura aparecen como practicadas por aliados iraquíes en informes del Departamento de Defensa de Estados Unidos, desvelados por Wikileaks. Hechos conocidos por las autoridades militares estadounidenses, pero no impedidos ni investigados, negados. Al menos seis presos murieron bajo custodia iraquí y dos informes revelan la ejecución de dos prisioneros maniatados. El sello “no es necesaria ninguna investigación” bloquea centenares de informes y denuncias fundamentadas de violaciones de derechos en Irak. En los informes desvelados, los soldados estadounidenses no perpetran abusos, pero usan esos abusos de las fuerzas iraquíes aliadas para amenazar a detenidos y obtener información. La Alta Comisionada para Derechos Humanos de la ONU, Nancy Pillay, ha pedido al gobierno iraquí que Naciones Unidas pueda supervisar la situación de los presos en los centros de detención iraquíes. Pero ha obtenido la callada por respuesta.
El diario The Guardian ha denunciado que el Ejército británico tiene un manual para humillar y vejar a los prisioneros. Durante décadas ha instruido a sus interrogadores para provocar estados de terror y ansiedad en los detenidos. Vendar lo ojos e impedir la visión, usar orejeras para impedir oír, amenazar para causar terror, causar malestar psicológico y que los detenidos no puedan descansar. Todo realizado en lugares repugnantes y, por supuesto, lejos de oídos ajenos. Por cierto, el ministro británico de Asuntos Exteriores, William Hague, ha negado con vehemencia que soldados británicos desplegados en Irak hayan maltratado a detenidos, como ha desvelado Wikileaks, pero, aún peor, ha osado decir que desvelar los informes secretos de la guerra de Irak es un regalo para los terroristas. El señor Hague parece ignorar que la información a los ciudadanos y la transparencia son esenciales en democracia y que su ausencia es una vía al totalitarismo.
Un informe de 2009 del Consejo de Europa denuncia que en Chechenia la impunidad de las fuerzas estatales rusas en la lucha antiterrorista es total. Secuestros, desapariciones, detenciones secretas, asesinatos, torturas y otros malos tratos degradantes son habituales. Más de 3.000 desaparecidos. Muchos muertos en las calles con signos claros de tortura. Y riesgo de asesinato altísimo para los defensores de derechos humanos.
En España, docenas de casos de tortura y malos tratos por fuerza de seguridad estatales no han sido investigados y sus autores gozan de impunidad. Y, rematando esta relación de horror e indignidad, varios países de la civilizada Europa exportan equipos de detención y seguridad que son instrumentos para torturar, según han denunciado Amnistía Internacional y Omega Research Foundation. Esposas paralizantes que descargan electricidad, esposas de pulgares, esposas atornilladas a la pared que colocan al detenido en posiciones dolorosas, grilletes de pies y cintura que obligan a posturas que hacen sufrir, herramientas de electrochoque, productos químicos asfixiantes... Un catálogo de repulsiva infamia.
Amnistía Internacional constata en su último informe anual que continúa habiendo muchos casos de torturas y otros malos tratos degradante en muchos países, perpetrados precisamente por policías que han de hacer cumplir la ley. O por soldados. Torturas y otros malos tratos degradantes que muy pocas veces son investigados, juzgados y sancionados.
Lo dijo Charles Swift, capitán de corbeta de la Marina de Estados Unidos, defensor de oficio del chófer de Bin Laden, preso en Guantánamo: “Si nuestros adversarios consiguen que no sigamos las reglas, perdemos lo que somos. Nosotros seguimos las normas. Y las seguimos independientemente de lo que hagan nuestros enemigos. Eso es lo que nos diferencia”.
La persistencia de torturas y la felonía de tantos mandatarios de países democráticos que las toleran, justifican o miran hacia otro lado es síntoma de totalitarismo. Esos representantes democráticos, que así faltan gravemente a su deber, deberían tener presente que el fin nunca, nunca, justifica los medios. Si para luchar contra el terrorismo se causa tanto dolor como los terroristas, ¿qué justificación tiene esa lucha?
El imperio de los derechos humanos no es el fin: es el camino. El único camino democrático.
*Periodista y escritor, Centro de Colaboraciones Solidarias
El diario The Guardian ha denunciado que el Ejército británico tiene un manual para humillar y vejar a los prisioneros. Durante décadas ha instruido a sus interrogadores para provocar estados de terror y ansiedad en los detenidos. Vendar lo ojos e impedir la visión, usar orejeras para impedir oír, amenazar para causar terror, causar malestar psicológico y que los detenidos no puedan descansar. Todo realizado en lugares repugnantes y, por supuesto, lejos de oídos ajenos. Por cierto, el ministro británico de Asuntos Exteriores, William Hague, ha negado con vehemencia que soldados británicos desplegados en Irak hayan maltratado a detenidos, como ha desvelado Wikileaks, pero, aún peor, ha osado decir que desvelar los informes secretos de la guerra de Irak es un regalo para los terroristas. El señor Hague parece ignorar que la información a los ciudadanos y la transparencia son esenciales en democracia y que su ausencia es una vía al totalitarismo.
Un informe de 2009 del Consejo de Europa denuncia que en Chechenia la impunidad de las fuerzas estatales rusas en la lucha antiterrorista es total. Secuestros, desapariciones, detenciones secretas, asesinatos, torturas y otros malos tratos degradantes son habituales. Más de 3.000 desaparecidos. Muchos muertos en las calles con signos claros de tortura. Y riesgo de asesinato altísimo para los defensores de derechos humanos.
En España, docenas de casos de tortura y malos tratos por fuerza de seguridad estatales no han sido investigados y sus autores gozan de impunidad. Y, rematando esta relación de horror e indignidad, varios países de la civilizada Europa exportan equipos de detención y seguridad que son instrumentos para torturar, según han denunciado Amnistía Internacional y Omega Research Foundation. Esposas paralizantes que descargan electricidad, esposas de pulgares, esposas atornilladas a la pared que colocan al detenido en posiciones dolorosas, grilletes de pies y cintura que obligan a posturas que hacen sufrir, herramientas de electrochoque, productos químicos asfixiantes... Un catálogo de repulsiva infamia.
Amnistía Internacional constata en su último informe anual que continúa habiendo muchos casos de torturas y otros malos tratos degradante en muchos países, perpetrados precisamente por policías que han de hacer cumplir la ley. O por soldados. Torturas y otros malos tratos degradantes que muy pocas veces son investigados, juzgados y sancionados.
Lo dijo Charles Swift, capitán de corbeta de la Marina de Estados Unidos, defensor de oficio del chófer de Bin Laden, preso en Guantánamo: “Si nuestros adversarios consiguen que no sigamos las reglas, perdemos lo que somos. Nosotros seguimos las normas. Y las seguimos independientemente de lo que hagan nuestros enemigos. Eso es lo que nos diferencia”.
La persistencia de torturas y la felonía de tantos mandatarios de países democráticos que las toleran, justifican o miran hacia otro lado es síntoma de totalitarismo. Esos representantes democráticos, que así faltan gravemente a su deber, deberían tener presente que el fin nunca, nunca, justifica los medios. Si para luchar contra el terrorismo se causa tanto dolor como los terroristas, ¿qué justificación tiene esa lucha?
El imperio de los derechos humanos no es el fin: es el camino. El único camino democrático.
*Periodista y escritor, Centro de Colaboraciones Solidarias