La ética como decoración
Por Carlos Ferrero
La Confiep acaba de publicar su Código de Conducta. El Consejo de la Prensa Reglamentó su Tribunal de Ética el 2004 y antes de esa fecha ya lo tenían las asociaciones de radio y televisión. Los congresistas aprobaron su Código de Ética el 2002 y ese mismo año entraron en vigencia el de los funcionarios públicos y el de la Sociedad de Pesquería. La Asociación de Anunciantes ya lo había fijado en el 2001. Los médicos lo tienen desde hace 40 años mientras que los abogados lo aprobaron 60 años atrás.
Por Carlos Ferrero
La Confiep acaba de publicar su Código de Conducta. El Consejo de la Prensa Reglamentó su Tribunal de Ética el 2004 y antes de esa fecha ya lo tenían las asociaciones de radio y televisión. Los congresistas aprobaron su Código de Ética el 2002 y ese mismo año entraron en vigencia el de los funcionarios públicos y el de la Sociedad de Pesquería. La Asociación de Anunciantes ya lo había fijado en el 2001. Los médicos lo tienen desde hace 40 años mientras que los abogados lo aprobaron 60 años atrás.
Hay cientos de Códigos de Ética “vigentes”. Pero nos preguntamos si realmente sirven
para algo. ¿Acaso se están cumpliendo? ¿Hay menos maltrato o ha disminuido la conducta indecorosa? ¿Los medios no violan el honor de la gente peor que antes y acaso la autorregulación no es una farsa? ¿Qué está pasando?
Ensayemos una explicación. Primeramente, los grupos a los que se quiere regular, no tienen bien internalizado lo que “ética” significa: la consideran como una exigencia más bien figurativa y voluntaria. La redacción de los textos es vaga y genérica; además, las sanciones que esporádicamente se aplican por vulnerar Códigos éticos son bastante leves. De otro lado, la publicidad del castigo es casi inexistente, quedando sin producirse entonces la indispensable sanción social. Inclusive los sometidos al Código con frecuencia no lo conocen; menos aún los clientes, usuarios o público en general.
Es verdad que la norma ética pretende llegar al campo que el derecho no alcanza, pero donde sí rige la moral. Aunque la línea divisoria es confusa, debe reconocerse que hay conductas no sancionadas por el derecho pero que son mal vistas porque producen daño a terceros y a la paz de la vida social. Eso es lo que los Códigos en teoría buscan cautelar. Pero en un país de informales, en el cual la formalidad principal ―es decir, la ley― se evade continuamente, donde el solo episodio de cumplirla es casi una hazaña, la norma ética es vista como una exigencia desmesurada. Por eso es que la viveza criolla es considerada un merito, y ser “agresivo” es un valor empresarial.
También es verdad que las sociedades cambian sus costumbres. Unas se van y vienen otras diferentes, por eso inclusive hay instituciones que ya cargan con varios códigos.
En cualquier caso, resulta razonable preguntarse si vale la pena seguir actualizando y ampliando los códigos, que son casi letra muerta, o mejor nos dedicamos a extender el ámbito del derecho penal ―lo que supone una coacción real―, para incluir como faltas sancionables lo que ahora se considera solamente omisiones morales. O quizás sea suficiente cumplir la moral explicita de nuestra religión mayoritaria. Mientras tanto, no nos llenemos la boca sobre los nuevos Códigos de Ética que vienen saliendo como pan caliente, mientras en el horno hierve la corrupción.
Publicado en Hildebrandt en sus trece N.º 33 Pág. 3, 03.12. 2010
para algo. ¿Acaso se están cumpliendo? ¿Hay menos maltrato o ha disminuido la conducta indecorosa? ¿Los medios no violan el honor de la gente peor que antes y acaso la autorregulación no es una farsa? ¿Qué está pasando?
Ensayemos una explicación. Primeramente, los grupos a los que se quiere regular, no tienen bien internalizado lo que “ética” significa: la consideran como una exigencia más bien figurativa y voluntaria. La redacción de los textos es vaga y genérica; además, las sanciones que esporádicamente se aplican por vulnerar Códigos éticos son bastante leves. De otro lado, la publicidad del castigo es casi inexistente, quedando sin producirse entonces la indispensable sanción social. Inclusive los sometidos al Código con frecuencia no lo conocen; menos aún los clientes, usuarios o público en general.
Es verdad que la norma ética pretende llegar al campo que el derecho no alcanza, pero donde sí rige la moral. Aunque la línea divisoria es confusa, debe reconocerse que hay conductas no sancionadas por el derecho pero que son mal vistas porque producen daño a terceros y a la paz de la vida social. Eso es lo que los Códigos en teoría buscan cautelar. Pero en un país de informales, en el cual la formalidad principal ―es decir, la ley― se evade continuamente, donde el solo episodio de cumplirla es casi una hazaña, la norma ética es vista como una exigencia desmesurada. Por eso es que la viveza criolla es considerada un merito, y ser “agresivo” es un valor empresarial.
También es verdad que las sociedades cambian sus costumbres. Unas se van y vienen otras diferentes, por eso inclusive hay instituciones que ya cargan con varios códigos.
En cualquier caso, resulta razonable preguntarse si vale la pena seguir actualizando y ampliando los códigos, que son casi letra muerta, o mejor nos dedicamos a extender el ámbito del derecho penal ―lo que supone una coacción real―, para incluir como faltas sancionables lo que ahora se considera solamente omisiones morales. O quizás sea suficiente cumplir la moral explicita de nuestra religión mayoritaria. Mientras tanto, no nos llenemos la boca sobre los nuevos Códigos de Ética que vienen saliendo como pan caliente, mientras en el horno hierve la corrupción.
Publicado en Hildebrandt en sus trece N.º 33 Pág. 3, 03.12. 2010