Los “elegantes” modales de nuestros políticos
Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Empezó la campaña electoral a la presidencia de la república y comienzan —de sus aspirantes y candidatos de las listas congresales— lamentables y visibles demostraciones de escasa delicadeza, precarias formas y ausencias de consideración a la población que anhelan representar. A través de los medios de comunicación observamos su efímera educación, deferencia y tolerancia. Una nueva comprobación de que las credenciales académicas, profesionales y sociales y, consecuentemente, el bienestar económico no van acompañados de la caballerosidad y mesura.
Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Empezó la campaña electoral a la presidencia de la república y comienzan —de sus aspirantes y candidatos de las listas congresales— lamentables y visibles demostraciones de escasa delicadeza, precarias formas y ausencias de consideración a la población que anhelan representar. A través de los medios de comunicación observamos su efímera educación, deferencia y tolerancia. Una nueva comprobación de que las credenciales académicas, profesionales y sociales y, consecuentemente, el bienestar económico no van acompañados de la caballerosidad y mesura.
No requiero mencionar nombres para hacerle recordar las cotidianas faltas de quienes están inmersos en adjetivos, enfrentamientos y, por lo decirlo menos, en las inelegancias en que se está transformado el certamen electoral. Bien decía Aristóteles: “La ciudad (polis) es una de las cosas que existen por naturaleza; y el hombre es, por naturaleza, un animal político”. Al parecer nuestros postulantes se comportan como “especies silvestres”. “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”, anotaba el ilustre filósofo griego al pensar que el fin de la sociedad y el Estado es garantizar el bien supremo de los hombres, su vida moral e intelectual. La ética es un componente no menos importante en política, en donde la transparencia de sus actos es conveniente revelar a la luz pública. ¿Sabrán nuestros candidatos quien era Aristóteles?
Desde mi punto de vista, esta carencia de compostura, buenos modales y cortesías muestra el deterioro de esta noble actividad que deben conducir gentes con espíritu cívico y con una hoja de vida ejemplar. El gobernante hace docencia con su postura expuesta a la reflexión general que, por cierto, no guarda coherencia con lo que vemos todos los días, incluso con “resignación”. Peor aún, cuando estas faltas provienen de quienes conducen el rumbo de la nación y están obligados a hacer pedagogía política en lugar de proselitismo partidario utilizando recursos provenientes de todos los contribuyentes. Eso también es ordinario.
Es habitual escuchar epítetos como “loquito de la calle” (en referencia a un ex jefe de estado), emplear insultos para responder preguntas incómodas de periodistas, utilizar calificativos agraviantes en lugar de propuestas, usar términos como: “ladrón todos creen que son de su misma condición”, “a la m….con las tachas”, entre otros comentarios. La falta de cultura y óptima formación hace que pierdan “los papeles” estos individuos que nunca pasaron por un elemental curso de urbanidad. Sus gestos, vestimentas, formas de tratar al adversario, afirmaciones exacerbadas, actitudes autosuficientes, etc. constituyen un pésimo referente para el “ciudadano de a pie”.
En este ámbito deseo compartir lo expresado por Mónica Jacobs, Eliana Mory y Odette Vélez en su libro “Ética y política: El arte de vivir y convivir”: “…El significado etimológico de la palabra ‘educar’ es ‘hacer salir de dentro hacia fuera’; en otras palabras, ayudar a crecer, cuidar, guiar, facilitar y acompañar el crecimiento de otros. En este sentido, todos educamos pues cada uno de nosotros se relaciona con otras personas y al relacionarse con los demás estamos influyendo unos en otros (positiva o negativamente). Cada uno de nuestros actos, nuestra forma de relacionarnos con los demás, nuestra manera de vivir y de pensar, nuestras creencias, percepciones y valores, nuestros estilos de utilizar la libertad influyen, directa o indirectamente, en otros: al saludar o dejar de hacerlo, al respetar o maltratar a los demás, al ayudar a alguien en la calle, al cumplir las reglas de tránsito: y así vamos educándonos ética y políticamente”.
Por su condición de representante del pueblo el político está en la “mira” de la opinión colectiva. Mayor razón para calcular los efectos y consecuencias de sus vocablos y trayectoria —en su esfera gubernamental y personal— considerando el grado de desprestigio en que están inmersos. Al parecer, se encuentran “encapsulados” en una realidad diferente a la percibida por nosotros. Desde su perspectiva creen que sus prácticas los “acercan” al lenguaje y comportamiento popular. Pero, el elector no les acepta lo que nosotros podríamos realizar en nuestro quehacer diario. El habitante espera una actuación referencial del hombre público.
En el libro “Rajes del oficio”, del periodista Pedro Salinas, Mario Vargas Llosa señala: “…La política, en primer lugar, no atrae a la mejor gente. La política atrae a gente con apetito de poder, gente inescrupulosa, de una gran mediocridad. Los mejores talentos, los más idealistas, los más puros, los más preparados, muy rara vez se dejan tentar por la política. Y cuando así ocurre, generalmente la política los arrolla, o los corrompe o los expulsa”. ¿El proceder de los políticos no coincide con esta descripción?
Es evidente, por lo que está acontecimiento en la contienda electoral, la falta de finura, elegancia y nivel —entre otros factores— de sus protagonistas. Es prioridad que la “clase política” comprenda su influencia en los destinos nacionales y en la conciencia colectiva de los peruanos que los elegiremos para personificar nuestras expectativas y demandas. Por la salud democrática de la sociedad deseamos que algún día su desempeño sea un “faro” de valores, respeto, convivencia y armonía social.
(*) Expositor de etiqueta social del Instituto de Secretariado ELA y la Corporación Educativa Columbia. Docente y consultor en protocolo, imagen personal y etiqueta.
Desde mi punto de vista, esta carencia de compostura, buenos modales y cortesías muestra el deterioro de esta noble actividad que deben conducir gentes con espíritu cívico y con una hoja de vida ejemplar. El gobernante hace docencia con su postura expuesta a la reflexión general que, por cierto, no guarda coherencia con lo que vemos todos los días, incluso con “resignación”. Peor aún, cuando estas faltas provienen de quienes conducen el rumbo de la nación y están obligados a hacer pedagogía política en lugar de proselitismo partidario utilizando recursos provenientes de todos los contribuyentes. Eso también es ordinario.
Es habitual escuchar epítetos como “loquito de la calle” (en referencia a un ex jefe de estado), emplear insultos para responder preguntas incómodas de periodistas, utilizar calificativos agraviantes en lugar de propuestas, usar términos como: “ladrón todos creen que son de su misma condición”, “a la m….con las tachas”, entre otros comentarios. La falta de cultura y óptima formación hace que pierdan “los papeles” estos individuos que nunca pasaron por un elemental curso de urbanidad. Sus gestos, vestimentas, formas de tratar al adversario, afirmaciones exacerbadas, actitudes autosuficientes, etc. constituyen un pésimo referente para el “ciudadano de a pie”.
En este ámbito deseo compartir lo expresado por Mónica Jacobs, Eliana Mory y Odette Vélez en su libro “Ética y política: El arte de vivir y convivir”: “…El significado etimológico de la palabra ‘educar’ es ‘hacer salir de dentro hacia fuera’; en otras palabras, ayudar a crecer, cuidar, guiar, facilitar y acompañar el crecimiento de otros. En este sentido, todos educamos pues cada uno de nosotros se relaciona con otras personas y al relacionarse con los demás estamos influyendo unos en otros (positiva o negativamente). Cada uno de nuestros actos, nuestra forma de relacionarnos con los demás, nuestra manera de vivir y de pensar, nuestras creencias, percepciones y valores, nuestros estilos de utilizar la libertad influyen, directa o indirectamente, en otros: al saludar o dejar de hacerlo, al respetar o maltratar a los demás, al ayudar a alguien en la calle, al cumplir las reglas de tránsito: y así vamos educándonos ética y políticamente”.
Por su condición de representante del pueblo el político está en la “mira” de la opinión colectiva. Mayor razón para calcular los efectos y consecuencias de sus vocablos y trayectoria —en su esfera gubernamental y personal— considerando el grado de desprestigio en que están inmersos. Al parecer, se encuentran “encapsulados” en una realidad diferente a la percibida por nosotros. Desde su perspectiva creen que sus prácticas los “acercan” al lenguaje y comportamiento popular. Pero, el elector no les acepta lo que nosotros podríamos realizar en nuestro quehacer diario. El habitante espera una actuación referencial del hombre público.
En el libro “Rajes del oficio”, del periodista Pedro Salinas, Mario Vargas Llosa señala: “…La política, en primer lugar, no atrae a la mejor gente. La política atrae a gente con apetito de poder, gente inescrupulosa, de una gran mediocridad. Los mejores talentos, los más idealistas, los más puros, los más preparados, muy rara vez se dejan tentar por la política. Y cuando así ocurre, generalmente la política los arrolla, o los corrompe o los expulsa”. ¿El proceder de los políticos no coincide con esta descripción?
Es evidente, por lo que está acontecimiento en la contienda electoral, la falta de finura, elegancia y nivel —entre otros factores— de sus protagonistas. Es prioridad que la “clase política” comprenda su influencia en los destinos nacionales y en la conciencia colectiva de los peruanos que los elegiremos para personificar nuestras expectativas y demandas. Por la salud democrática de la sociedad deseamos que algún día su desempeño sea un “faro” de valores, respeto, convivencia y armonía social.
(*) Expositor de etiqueta social del Instituto de Secretariado ELA y la Corporación Educativa Columbia. Docente y consultor en protocolo, imagen personal y etiqueta.
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