García: “Son parte del Partido del Perú”
por Herbert Mujica Rojas
Dijo el presidente Alan García que no importaba de quién eran las obras o iniciativas porque “son parte del Partido del Perú”. Interesante e inclusivo el concepto. Hay que preguntarle entonces ¿también los narcos que donan, los banqueros que apoquinan, los mineros que obsequian, los de una larga, muy larga lista aún ignota y a quienes habría que devolver, uno a uno, sus contribuciones, son parte del Partido del Perú?
por Herbert Mujica Rojas
Dijo el presidente Alan García que no importaba de quién eran las obras o iniciativas porque “son parte del Partido del Perú”. Interesante e inclusivo el concepto. Hay que preguntarle entonces ¿también los narcos que donan, los banqueros que apoquinan, los mineros que obsequian, los de una larga, muy larga lista aún ignota y a quienes habría que devolver, uno a uno, sus contribuciones, son parte del Partido del Perú?
Años atrás, durante la celebración de la Navidad del Niño del Pueblo en el local del PAP en Alfonso Ugarte, faltaba la suma de US$ 500 para sufragar un paquete de obsequios para la multitud de infantes allí reunidos. La responsable de la fiesta se dirigió a García Pérez y lo conminó fraternalmente a meterse la mano al bolsillo y él, en vista de las circunstancias, no tuvo otra salida, con ayes sonoros, que estirar la mano con la moneda verde. De pronto alguien trajo la noticia que una empresa ya había hecho su contribución. ¿Saben qué ocurrió?: lo predecible, Alan, ni corto ni perezoso, exigió a la matrona el retorno del dinero ipso facto.
La historia anterior que muchos conocen, demuestra hasta qué punto el jefe de Estado es un fiel contador riguroso de cada centavo que pasa por sus manos y las interpósitas. Resulta de muy endeble contextura, de anémica y hasta despreciable lógica la excusa que él estaba fuera cuando se produjo la donación que motorizó el abogado Humberto Abanto para su campaña. ¿Cuántos óbolos de esta putrefacta naturaleza hubo en su lista de contribuyentes para el 2006?
Al Perú le constan todos los esfuerzos letales que el mandatario García ha perpetrado para destruir cualquier herencia del partido-escuela que fue la creación sublime de Haya de la Torre. El Apra fue una fraternidad en que todos se reconocían, con o sin carné, por la comunidad de intereses y la convicción integérrima que peleaban por las mayorías nacionales. Durante la agonía de Víctor Raúl, quien construía desde la Secretaría de Organización, enhebrando su propio y torvo juego, no fue otro que el señor Alan García Pérez. Sembró el odio y lo escudó en la estulticia de posiciones de derecha o de izquierda que no pocos ilusos, hoy arrepentidos, creyeron para dar rienda suelta al dicterio y al insulto fácil contra todo el resto.
El primer gobierno de Alan García navegó por aguas plenas en miasma de corrupción y él mismo salió muy mal parado por la enorme diferencia entre lo que tenía y lo que ingresaba. Los amigotes, mercenarios y absolutamente corruptos, dieron al traste con la máquina partidaria y 1990 terminó en un descalabro mayúsculo.
Como si fuera una maldición, otra vez, el segundo período presidencial del señor García, empareja con océanos de corrupción indetenible. El de allá, ladrón; el de más allá, monrero; el de aquí, piraña; el de acullá, extorsionador de cuello y corbata. Pero como la gente no puede distinguir, tilda de corruptos, mañosos y miserables a todos los apristas sin excepción ni misericordia alguna.
Ahora el señor García habla de devoluciones de dineros indudablemente hediondos y cree que en Perú todos son tan idiotas como para tragarse el cuento que allí acaba la acción que revela la genuina miseria moral de sus fautores. Es obvio que el jefe de Estado sabe que su reinado de paja está corroído hasta la más íntima fibra.
Y entonces habla del “Partido del Perú”. Clara está su referencia a otro partido, no al que ayudó a destruir pero que le catapultó dos veces, 1985-1990, 2006-2011, a la primera magistratura. La política del limón exprimido: las cáscaras se botan y desechan.
No hay casualidad en política dijo alguna vez el susodicho. En efecto, cada una de sus palabras, agotado el embrujo de sus naderías, vil la carga de verdad de sus expresiones, denota cinismo descarado para enunciar sus propósitos: ¡el Apra ya no le sirve, ahora necesita el Partido del Perú! Cierto que para su carrera al 2016.
¡Ay de los pueblos que no aprenden de sus yerros y fulminan sus taras!
El sacrificio de Manuel Arévalo, obrero, ex constituyente en 1931, líder genuino y honesto, asesinado bárbaramente un 15 de febrero de 1937 en Cerro Colorado, pareciera haber sido un hecho inútil e intrascendente que el Apra de hoy no recuerda y acaso ni conoce. ¿Qué podría importar a García Pérez la epopeya de un pueblo y un partido más allá de su voracidad frívola de poder y riqueza? La respuesta es simple: nada.
Su patanería de creerse superior por la vulgar causa que está rodeado de serviles y cómplices, denota un narcisismo megalómano cuanto que enfermizo y que sus palafreneros celebran con cada sol o dólar que roban diariamente. Pero García se equivoca. No todos son fronterizos como sus amigotes.
Lea www.voltairenet.org/es
hcmujica.blogspot.com
Skype: hmujica
http://www.voltairenet.org/article168495.html
La historia anterior que muchos conocen, demuestra hasta qué punto el jefe de Estado es un fiel contador riguroso de cada centavo que pasa por sus manos y las interpósitas. Resulta de muy endeble contextura, de anémica y hasta despreciable lógica la excusa que él estaba fuera cuando se produjo la donación que motorizó el abogado Humberto Abanto para su campaña. ¿Cuántos óbolos de esta putrefacta naturaleza hubo en su lista de contribuyentes para el 2006?
Al Perú le constan todos los esfuerzos letales que el mandatario García ha perpetrado para destruir cualquier herencia del partido-escuela que fue la creación sublime de Haya de la Torre. El Apra fue una fraternidad en que todos se reconocían, con o sin carné, por la comunidad de intereses y la convicción integérrima que peleaban por las mayorías nacionales. Durante la agonía de Víctor Raúl, quien construía desde la Secretaría de Organización, enhebrando su propio y torvo juego, no fue otro que el señor Alan García Pérez. Sembró el odio y lo escudó en la estulticia de posiciones de derecha o de izquierda que no pocos ilusos, hoy arrepentidos, creyeron para dar rienda suelta al dicterio y al insulto fácil contra todo el resto.
El primer gobierno de Alan García navegó por aguas plenas en miasma de corrupción y él mismo salió muy mal parado por la enorme diferencia entre lo que tenía y lo que ingresaba. Los amigotes, mercenarios y absolutamente corruptos, dieron al traste con la máquina partidaria y 1990 terminó en un descalabro mayúsculo.
Como si fuera una maldición, otra vez, el segundo período presidencial del señor García, empareja con océanos de corrupción indetenible. El de allá, ladrón; el de más allá, monrero; el de aquí, piraña; el de acullá, extorsionador de cuello y corbata. Pero como la gente no puede distinguir, tilda de corruptos, mañosos y miserables a todos los apristas sin excepción ni misericordia alguna.
Ahora el señor García habla de devoluciones de dineros indudablemente hediondos y cree que en Perú todos son tan idiotas como para tragarse el cuento que allí acaba la acción que revela la genuina miseria moral de sus fautores. Es obvio que el jefe de Estado sabe que su reinado de paja está corroído hasta la más íntima fibra.
Y entonces habla del “Partido del Perú”. Clara está su referencia a otro partido, no al que ayudó a destruir pero que le catapultó dos veces, 1985-1990, 2006-2011, a la primera magistratura. La política del limón exprimido: las cáscaras se botan y desechan.
No hay casualidad en política dijo alguna vez el susodicho. En efecto, cada una de sus palabras, agotado el embrujo de sus naderías, vil la carga de verdad de sus expresiones, denota cinismo descarado para enunciar sus propósitos: ¡el Apra ya no le sirve, ahora necesita el Partido del Perú! Cierto que para su carrera al 2016.
¡Ay de los pueblos que no aprenden de sus yerros y fulminan sus taras!
El sacrificio de Manuel Arévalo, obrero, ex constituyente en 1931, líder genuino y honesto, asesinado bárbaramente un 15 de febrero de 1937 en Cerro Colorado, pareciera haber sido un hecho inútil e intrascendente que el Apra de hoy no recuerda y acaso ni conoce. ¿Qué podría importar a García Pérez la epopeya de un pueblo y un partido más allá de su voracidad frívola de poder y riqueza? La respuesta es simple: nada.
Su patanería de creerse superior por la vulgar causa que está rodeado de serviles y cómplices, denota un narcisismo megalómano cuanto que enfermizo y que sus palafreneros celebran con cada sol o dólar que roban diariamente. Pero García se equivoca. No todos son fronterizos como sus amigotes.
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