El ejemplo moral de Haya de la Torre

victor_raul_haya_de_la_torre.jpgPor: Wilfredo Pérez Ruiz (*)

Coincidiendo con el natalicio del jefe y fundador del Partido del Pueblo, Víctor Raúl Haya de la Torre (Trujillo, febrero 22 de 1895) a quien uno de sus predilectos discípulos, el destacado líder aprista Carlos Roca Cáceres denominara como “uno de los peruanos más ilustres del siglo XX en el Perú”, es oportuno —en momentos de visible corrupción gubernamental y de evidente deterioro moral en nuestra sociedad— evocar su biografía ciudadana.

Víctor Raúl ha dejado una huella que no pierde vigencia a pesar de los debates ideológicos y doctrinarios producidos alrededor de sus postulados. Nos referimos a sus enaltecedoras virtudes éticas y cívicas. Desde temprana edad renunció a legítimas aspiraciones personales, familiares y profesionales, para depositar sus sueños, sus ideales, sus energías y capacidades por el bienestar común. Eso está, sin exageraciones, por encima de cualquier discrepancia.

Austero, no tuvo inmuebles, tarjetas de crédito, cuentas corrientes, chequeras o bienes materiales. Vivió sus últimos años en una modesta propiedad, otorgada por una cercana familiar suya, en el populoso distrito de Vitarte denominada “Villa Mercedes”, hoy convertida en una casa museo que recomiendo visitar para conocer y apreciar el modelo de vida que lo caracterizó. Un precedente inédito se produce al asumir la presidencia de la Asamblea Constituyente (1978) y asignarse, únicamente, un sol de remuneración mensual. Además, como bien escribió el recordado y querido dirigente aprista Miguel López Cano (quien fue su secretario personal en esa función pública) en su artículo “Haya, político impar”: “Consecuente consigo mismo, Víctor Raúl declinó el emolumento presidencial, suprimió las atenciones gratuitas de la cafetería, no usó el automóvil oficial y devolvió a la policía el patrullero que debía escoltarlo, recibiendo solamente la protección fraterna”. Como se extrañan esos gestos de desprendimiento en nuestros días.

La trayectoria del líder máximo del aprismo estuvo enaltecida por su liderazgo para forjar, con su pensamiento de avanzada, una enorme fortuna intelectual; gestar y organizar uno de los movimientos políticos más importantes de la república; crear los grandes lineamientos de la integración continental, hoy expresada en las alianzas regionales; además, de formar parte de la última generación de políticos cultos, intelectuales y de indiscutible sensibilidad. Integró la “generación del centenario”, que salió de los claustros universitarios para sumarse a las luchas sociales de comienzos del siglo XX en nuestra patria.

Su práctica de la fraternidad debería de ser recogida, especialmente, por quienes tienen la eventual responsabilidad de conducir el partido que él, con otros tantos que parecieron exilio, cárcel, injurias y todo tipo de marginaciones, contribuyeron a constituir. Ahora que observamos a una juventud manipulada y utilizada como operadores de campañas electorales; cuando el valor de la disciplina se ha confundido con la sórdida sumisión; cuando el significado genuino de la fraternidad forma parte de la habitual complicidad; cuando los militantes desempleados y ex burócratas apristas frívolos, pusilánimes e insensibles, buscan desesperadamente acceder a un cargo gubernamental que resuelva sus frustraciones económicas; cuando se busca hacer negocio y comprar conciencias a través del quehacer partidario; cuando en nombre de consignas sectarias, que obedecen a intereses facciosos, se olvidan los anhelos colectivos de las mayorías; es imperativo retomar las banderas de la decencia y reconciliarlas con la política.
 
En su última entrevista al programa “Contacto Directo” (1978) a la pregunta final: ¿Qué cosa es lo principal que usted cree que ha dejado a este país?, visiblemente emocionado, el jefe del Partido Aprista Peruano respondió: “La comprobación de que he servido. La comprobación de que no he hecho otra cosa que dedicar mi vida enterizamente al servicio del país, al servicio del pueblo…Yo he puesto amor, he puesto decisión, voluntad y he hecho todo lo posible por servirle”. ¿Podrán decir lo mismo, en la tarde de su vida, quienes recuerdan a Haya de la  Torre y suscitan aplausos efímeros?

Rendirle tributo es hacer de la honestidad una forma permanente de ejercer esta actividad, entendida como el instrumento que contribuya a canalizar y resolver las esperanzas de los más desposeídos. Nuestro homenaje al incitador de multitudes que ideó un proyecto nacional capaz de convocar entusiasmos y despertar conciencias; nuestra ofrenda al reivindicador del mensaje de Manuel González Prada y que abrazó la causa de obreros,  campesinos y clases medias. Cuanta falta le hace al Perú de hoy su ejemplar entrega.

(*) Docente, conservacionista, militante del Comité Distrital de San Borja e integrante del Buró de la Secretaría Nacional de Relaciones Internacionales del Partido Aprista Peruano. http://wperezruiz.blogspot.com/ http://www.facebook.com/wilfredoperezruiz