La embajada yanqui en Lima
Por Gustavo Espinoza M. (*)
A comienzo de los años sesenta, la embajada norteamericana en Lima estaba situada en una zona central de la ciudad, entre las avenidas Wilson y España. Era un edificio más bien simple, que luego pasó a ser la sede de una transnacional, la General Motors, cuando los representantes del poder imperial optaron por trasladarse a Las Casuarinas, donde tienen hoy un enorme bastión, una fortaleza inexpugnable, a prueba de todos los riesgos.
Por Gustavo Espinoza M. (*)
A comienzo de los años sesenta, la embajada norteamericana en Lima estaba situada en una zona central de la ciudad, entre las avenidas Wilson y España. Era un edificio más bien simple, que luego pasó a ser la sede de una transnacional, la General Motors, cuando los representantes del poder imperial optaron por trasladarse a Las Casuarinas, donde tienen hoy un enorme bastión, una fortaleza inexpugnable, a prueba de todos los riesgos.
En aquella época, los estudiantes solíamos ir a la sede diplomática de los Estados Unidos, pero no para conversar con sus funcionarios, sino más bien para tirar piedras.
En una de esas ocasiones —abril de 1961, Playa Girón— quedaron destrozadas casi todas las lunas de las puertas de ingreso y los ventanales contiguos.
Quizá para evitar la repetición de hechos como estos, los voceros de la Casa Blanca en el Perú prefirieron poco después, emigrar hacia lugares más tranquilos.
(Hay que decir que, en ese lapso, ocurrieron también otros hechos vinculados a las sedes diplomáticas norteamericanas: la caída de Saigón, el 30 de abril de 1975 que nos diera el placer de ver huir a los funcionarios de ese servicio montados en helicópteros por los techos de la embajada; y la toma de la representación USA en Teherán, con la consiguiente captura de rehenes en las postrimerías de la administración Carter)
A los espléndidos y floreados ambientes en los que hoy discurre la actividad diplomática de los Estados Unidos, también vamos ahora. Y, como sucedía antes, tampoco a dialogar con nadie, sino a demandar al gobierno del señor Obama —hasta ayer nomás, a la administración del señor Bush— la libertad de René, Ramón, Fernando, Antonio y Gerardo, los 5 héroes cubanos prisioneros del imperio que cumplirán —si nada cambia— trece años de injusta carcelería en septiembre próximo.
Nos ponemos en la puerta o caminamos ante las sede hasta que invariablemente, la policía nos advierte que estamos “molestando” a los dueños del local. O nos retiramos pacíficamente, o nos echan un poco por la fuerza.
Y no hay duda. Ahora, como ayer, la embajada USA luce desproporcionadamente custodiada y protegida.
Destacamentos policiales, carros de combate, equipos de seguridad, ostentosos aparatos de filmación, y hasta tiradores emboscados que se instalan en ciertas ocasiones en los techos de la inmensa mole de acero y cemento que rompe con toda la belleza del paisaje en esta pintoresca zona de la ciudad; vigilan a los que llegan, o simplemente a quienes merodean por la zona ofreciendo, a veces, helados, pasteles o formularios para visas.
En el interior de la sede diplomática, como se ha puesto recientemente en evidencia, los funcionarios del gobierno norteamericano acreditados en el Perú, trabajan intensamente. Quizá compelidos por los comicios nacionales que tendrán lugar en abril. O tal vez porque eso se les ha vuelto una rutina en los últimos años sobre todo porque el escenario político les luce hostil en la región.
Pero, claro, no todos los que se acercan a la embajada, son hostiles a la presencia yanqui. Van muchos en procura de trámites formales -visas, por ejemplo- o información especializada. Pero van otros a dar cuenta, informar, recrear el escenario político nacional, cuando no a aconsejar a los hombres de Washington respecto a las medidas que deben adoptar para preservar mejor los intereses de las grandes empresas, y el poder que representan.
Uno de estos circunspectos visitantes resultó ser Fernando Rospigliosi, ex líder radical de la izquierda peruana, afiliado al Partido Unificado Mariateguista, y que hoy funge como “consultor” y “analista” para encubrir su papel de gonfalonero de la embajada USA. Dos veces Ministro del Interior e invitado de honor a la tele para opinar sobre estrategias anti terroristas y otras, tiene un “cartel” de especialista que se lo alimentan sus amigos.
Desde más joven —“El gusano”, le decían— se le notaba ya a Rospigliosi la caída. En alguna ocasión, a comienzo de los años 80, debatimos con él en la Universidad Nacional de Ingeniería. Y nos sorprendió la extraña mezcla que salía de sus labios: era entonces un ultraizquierdista que criticaba a Cuba por considerar que los cambios en ella no eran revolución, sino simples “reformas”.
En ese entonces, su prédica ultra izquierdista asomaba disfrazada y cubierta por un torrente de palabras que no sólo administraba él, sino varios otros de sus compañeros de ayer, y también de hoy, ubicados en la misma función que él cumple con el entusiasmo de un adolescente.
Rospigliosi sigue atentamente el escenario peruano. Apunta, anota y compara, revisa sus textos y enrumba a Las Casuarinas porque -según dicen algunos de los que saben- está ahora en la planilla de la embajada.
Pero la embajada yanqui no se limita a escuchar las sugerencias de sus informantes nativos. Quiere tener un dominio más directo de las cosas y valorar en su real dimensión la consistencia de los candidatos que han de participar en los comicios de abril.
Por eso los invita, no sólo a recepciones y cocteles, sino también a tertulias más bien reservadas en las que anota cuidadosamente todo lo que le interesa. Por lo demás, a esas veladas han ido ya, virtualmente todos los “candidatos grandes” del proceso peruano de hoy —incluido Ollanta Humala—; y con seguridad los del ayer. Los Wiki-leasks así permiten afirmarlo.
Basada en esos antecedentes, la titular del cargo hoy, la Señora Rous Likes se ha toma la libertad de citar, uno por uno, a quienes postulan con alguna posibilidad a la jefatura del Estado.
Como quien administra su casa, aconseja a unos y a otros. Les dice lo que deben hacer, y la forma en que deben comportarse. Y acepta apaciblemente las garantías que le dan sus contertulios, cuando les aseguran que no tendrán motivo de preocupación en el futuro. Después de todo, ninguno de ellos es “adversario” del gobierno norteamericano, ni incuba nada malo contra el país del norte.
Ciertamente es penoso que esto ocurra. Los peruanos no merecemos políticos de esa calaña. Y menos, mandatarios que están dispuestos a servir de alfombra para cuando los yanquis vengan.
Por que no se trata simplemente de un poder extranjero, ni de la embajada de un país amigo. Se trata de la representación diplomática de una potencia que, como dijera en 1954 John Foster Dulles —entonces Secretario de Estado— en el mundo no tiene amigos, sino intereses. Y esos intereses —millones de ejemplos a través de la historia lo confirman— son distintos y contrarios, a los intereses de nuestro país.
La embajada yanqui en Lima, no es, por cierto, una representación diplomática. Es una agencia de control y fiscalización de la sociedad peruana, que pide cuentas a gobernantes, políticos y partidos; y que alienta las prácticas más repulsivas contra el Perú y su pueblo. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / htpp://nuestrabandera.lamula.pe
En una de esas ocasiones —abril de 1961, Playa Girón— quedaron destrozadas casi todas las lunas de las puertas de ingreso y los ventanales contiguos.
Quizá para evitar la repetición de hechos como estos, los voceros de la Casa Blanca en el Perú prefirieron poco después, emigrar hacia lugares más tranquilos.
(Hay que decir que, en ese lapso, ocurrieron también otros hechos vinculados a las sedes diplomáticas norteamericanas: la caída de Saigón, el 30 de abril de 1975 que nos diera el placer de ver huir a los funcionarios de ese servicio montados en helicópteros por los techos de la embajada; y la toma de la representación USA en Teherán, con la consiguiente captura de rehenes en las postrimerías de la administración Carter)
A los espléndidos y floreados ambientes en los que hoy discurre la actividad diplomática de los Estados Unidos, también vamos ahora. Y, como sucedía antes, tampoco a dialogar con nadie, sino a demandar al gobierno del señor Obama —hasta ayer nomás, a la administración del señor Bush— la libertad de René, Ramón, Fernando, Antonio y Gerardo, los 5 héroes cubanos prisioneros del imperio que cumplirán —si nada cambia— trece años de injusta carcelería en septiembre próximo.
Nos ponemos en la puerta o caminamos ante las sede hasta que invariablemente, la policía nos advierte que estamos “molestando” a los dueños del local. O nos retiramos pacíficamente, o nos echan un poco por la fuerza.
Y no hay duda. Ahora, como ayer, la embajada USA luce desproporcionadamente custodiada y protegida.
Destacamentos policiales, carros de combate, equipos de seguridad, ostentosos aparatos de filmación, y hasta tiradores emboscados que se instalan en ciertas ocasiones en los techos de la inmensa mole de acero y cemento que rompe con toda la belleza del paisaje en esta pintoresca zona de la ciudad; vigilan a los que llegan, o simplemente a quienes merodean por la zona ofreciendo, a veces, helados, pasteles o formularios para visas.
En el interior de la sede diplomática, como se ha puesto recientemente en evidencia, los funcionarios del gobierno norteamericano acreditados en el Perú, trabajan intensamente. Quizá compelidos por los comicios nacionales que tendrán lugar en abril. O tal vez porque eso se les ha vuelto una rutina en los últimos años sobre todo porque el escenario político les luce hostil en la región.
Pero, claro, no todos los que se acercan a la embajada, son hostiles a la presencia yanqui. Van muchos en procura de trámites formales -visas, por ejemplo- o información especializada. Pero van otros a dar cuenta, informar, recrear el escenario político nacional, cuando no a aconsejar a los hombres de Washington respecto a las medidas que deben adoptar para preservar mejor los intereses de las grandes empresas, y el poder que representan.
Uno de estos circunspectos visitantes resultó ser Fernando Rospigliosi, ex líder radical de la izquierda peruana, afiliado al Partido Unificado Mariateguista, y que hoy funge como “consultor” y “analista” para encubrir su papel de gonfalonero de la embajada USA. Dos veces Ministro del Interior e invitado de honor a la tele para opinar sobre estrategias anti terroristas y otras, tiene un “cartel” de especialista que se lo alimentan sus amigos.
Desde más joven —“El gusano”, le decían— se le notaba ya a Rospigliosi la caída. En alguna ocasión, a comienzo de los años 80, debatimos con él en la Universidad Nacional de Ingeniería. Y nos sorprendió la extraña mezcla que salía de sus labios: era entonces un ultraizquierdista que criticaba a Cuba por considerar que los cambios en ella no eran revolución, sino simples “reformas”.
En ese entonces, su prédica ultra izquierdista asomaba disfrazada y cubierta por un torrente de palabras que no sólo administraba él, sino varios otros de sus compañeros de ayer, y también de hoy, ubicados en la misma función que él cumple con el entusiasmo de un adolescente.
Rospigliosi sigue atentamente el escenario peruano. Apunta, anota y compara, revisa sus textos y enrumba a Las Casuarinas porque -según dicen algunos de los que saben- está ahora en la planilla de la embajada.
Pero la embajada yanqui no se limita a escuchar las sugerencias de sus informantes nativos. Quiere tener un dominio más directo de las cosas y valorar en su real dimensión la consistencia de los candidatos que han de participar en los comicios de abril.
Por eso los invita, no sólo a recepciones y cocteles, sino también a tertulias más bien reservadas en las que anota cuidadosamente todo lo que le interesa. Por lo demás, a esas veladas han ido ya, virtualmente todos los “candidatos grandes” del proceso peruano de hoy —incluido Ollanta Humala—; y con seguridad los del ayer. Los Wiki-leasks así permiten afirmarlo.
Basada en esos antecedentes, la titular del cargo hoy, la Señora Rous Likes se ha toma la libertad de citar, uno por uno, a quienes postulan con alguna posibilidad a la jefatura del Estado.
Como quien administra su casa, aconseja a unos y a otros. Les dice lo que deben hacer, y la forma en que deben comportarse. Y acepta apaciblemente las garantías que le dan sus contertulios, cuando les aseguran que no tendrán motivo de preocupación en el futuro. Después de todo, ninguno de ellos es “adversario” del gobierno norteamericano, ni incuba nada malo contra el país del norte.
Ciertamente es penoso que esto ocurra. Los peruanos no merecemos políticos de esa calaña. Y menos, mandatarios que están dispuestos a servir de alfombra para cuando los yanquis vengan.
Por que no se trata simplemente de un poder extranjero, ni de la embajada de un país amigo. Se trata de la representación diplomática de una potencia que, como dijera en 1954 John Foster Dulles —entonces Secretario de Estado— en el mundo no tiene amigos, sino intereses. Y esos intereses —millones de ejemplos a través de la historia lo confirman— son distintos y contrarios, a los intereses de nuestro país.
La embajada yanqui en Lima, no es, por cierto, una representación diplomática. Es una agencia de control y fiscalización de la sociedad peruana, que pide cuentas a gobernantes, políticos y partidos; y que alienta las prácticas más repulsivas contra el Perú y su pueblo. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / htpp://nuestrabandera.lamula.pe