¡Juro NO robar!
por Herbert Mujica Rojas
 
La jaculatoria a invocar para los próximos parlamentarios electos debía ser, como primeras y fundamentales palabras: ¡Juro NO robar, como parte o instrumento, el patrimonio del pueblo peruano, juro defender a la Patria y pongo mi renuncia en blanco por escrito y admito como testigo a los hombres y mujeres de la nación!
 

Explicaciones banales afirman que la angurria de no pocos que desean ser legisladores, aunque no legislen ni actúen por principio alguno, se verá reintegrada en metálico y vía boleta de pago durante los próximos 60 meses, 5 largos años, que oprobiosamente hay que aguantar a los reeleccionistas absolutamente mediocres y a los nuevos de quienes aún no se sabe nada. Eso es falso.
 
Dicen, en su defensa boba, los viejos dinosaurios, que el legislador NO puede robar porque carece de “iniciativa de gasto”. La interrogante pasa por el análisis de si esa facultad es la única génesis de robos o exacciones del dinero público. En efecto, como el lector habrá deducido, sólo un mentecato podría contentarse con esta explicación.
 
El sueldo del parlamentario es tan poco significativo del “esfuerzo” en que incurren aquellos que a veces hasta se “olvidan” de cobrarlo. El diablo se esconde en los pequeños detalles: en una ley que confluye con mecanismos administrativos cuasi coincidentes; en otra que contradice a una anterior y la vuelve anacrónica (cuando se hace la corrección, quienes debían ganar capital e intereses están más que felices), en fin ¡he allí la clave real del leit motiv: no es tanto el amor al chancho, sino a los chicharrones!
 
Entonces se producen, en los días que corren, espectáculos grotescos: la compra en lote de la conciencia de decenas de aspirantes para que defiendan los intereses de quienes pagan las campañas. ¿No hemos visto el caso de Reflexión Democrática y las muy tembleconas defensas de su supuesta idoneidad? Si quieren educar o entrenar parlamentarios, que conformen un partido político pero que no pasen por el absolutamente inmoral despacho de la oferta y demanda de tarados que llegarán al Congreso con el candado puesto: ¡jamás actuarán por principios propios sino en nombre de quien les sufragó la campaña! Quien gobierna en economía, gobierna en política, aforismo, hasta hoy imbatible.
 
En 1946 en la Plaza Manco Cápac y luego de las elecciones complementarias para congresistas de aquel año, Víctor Raúl Haya de la Torre presidió una concentración multitudinaria y juramentó a sus parlamentarios, entre ellos al a posteriori constituyente Mario Peláez Bazán de Amazonas, que mostraron su renuncia en blanco. ¡Qué tiempos aquellos de acrisolada honradez en la cosa pública y que el jefe de un Partido pudiera demandar de sus dirigentes el pasaporte a su expulsión si incurrían en delitos!
 
¿Quién podría negarse a jurar NO ROBAR al pueblo y poniéndolo de testigo para ser liquidado, enjuiciado y apresado, si caminase por el sucio atajo de la componenda y el delito? Los parlamentarios debían declinar esas invocaciones confesionales o religiosas para caminar por la construcción de un país en que sus funcionarios den el ejemplo de limpieza desde el mismo instante en que asumen la responsabilidad. De lo contrario ¿qué ejemplo dan? ¿más de la misma caterva de tarados y débiles mentales que infestan el recinto de Plaza Bolívar desde, en algunos casos, más de 25 años? El pueblo tiene, porque les paga, el derecho de liquidarlos y en no pocos casos, meterlos tras las rejas.
 
Por dignidad y firme deseo de limpieza y superación los nuevos legisladores debían, con su propia actitud, desmentir, de una buena vez, lo consignado decenios atrás, por don Manuel González Prada:
 
“¿Qué es un Congreso peruano? La cloaca máxima de Tarquino, el gran colector donde vienen a reunirse los albañales de toda la República. Hombre entrado ahí, hombre perdido. Antes de mucho, adquiere los estigmas profesionales: de hombre social degenera en gorila politicante. Raros, rarísimos, permanecen sanos e incólumes; seres anacrónicos o inadaptables al medio, actúan en el vacío, y lejos de infundir estima y consideración, sirven de mofa a los histriones de la mayoría palaciega. Las gentes acabarán por reconocer que la techumbre de un parlamento viene demasiado baja para la estatura de un hombre honrado. Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en semejante corporación.”
 
¿Aceptarán el reto los futuros protagonistas? Vamos a ver qué pasa.
 
Lea
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