Perú: Nuevo Maquillaje Para Una Vieja Impostura
por José Suárez Danós*
El día 10 de Abril del 2011 es la fecha fijada por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) del Perú, para convocar a la ciudadanía a un nuevo proceso en el que se determinen las autoridades presidenciales y congresales que regirán el destino del país, para el período de los cinco años venideros (2011-2016).
por José Suárez Danós*
El día 10 de Abril del 2011 es la fecha fijada por la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) del Perú, para convocar a la ciudadanía a un nuevo proceso en el que se determinen las autoridades presidenciales y congresales que regirán el destino del país, para el período de los cinco años venideros (2011-2016).
Es el quinto evento de esta naturaleza que se registra en los últimos 19 años de vida republicana del país (1992-2011), etapa ésta caracterizada por el ejercicio político de una democracia figurativa desarrollada por los gobiernos que se sucedieron, signados todos ellos por su carencia de arraigo popular, por sus propias prácticas anti-democráticas y por ser poseedores de unas morales pútridas.
Entender ese tipo de democracia requiere conocer en primer lugar, que el factor común a los mandatos presidenciales de esta etapa –Alberto Fujimori, Valentín Paniagua, Alejandro Toledo y Alan García- ha sido sin excepción alguna, el de subordinación a los intereses del gobierno de los EE. UU. de Norteamérica y a los del neoliberalismo económico, por encima de los derechos y soberanía que asisten a la nación peruana.
Ello ha establecido en el país, un status político de neo-colonialismo imperial que desde 1821 y posteriormente de la independencia del reino español se consideraba como de no retorno para el Perú, y que es justo el sistema, al que se pretende maquillar en las urnas.
Pero si hay algún factor que se observa como consuetudinario asistente a estas cosméticas elecciones —direccionadas externamente por la “democracia imperial” (EE. UU.)—, es la desembozada manipulación de los medios de prensa nacionales adictos a la dependencia foránea —casi todos— que intenta orientar a la población electoral a que voluntariamente menosprecie el valor de la historia política del país en su decisión personal, ó al menos, para que no vire el rostro hacia el pasado reciente del Perú con cuyo conocimiento, remembranza ó aporte se le facilitaría la opción en el sentido correcto.
Ello debido a la trascendencia que cobraría el hecho, que una breve mirada del electorado hacia ese pasado no tan lejano, le fuere suficiente para darse cuenta que la cita electoral a la que se le convoca en el presente, inclusive sigue tan indesligablemente unida —cual parto siamés— a la misma vieja impostura imperial diseñada en 1992.
Le permitiría percatarse también de los permanentes ardides y emboscadas a las que ha sido sometido por parte del neoliberalismo económico y sus adláteres criollos, en el afán de éstos por mantenerse aferrados al poder político y económico del Perú.
El período de neocolonialismo imperial al que inicialmente nos referimos —y que sólo voceros de los EE.UU. y élites económicas llaman ‘de democracia plena’— tuvo su inicio en el “autogolpe de Estado” llevado a cabo en el Perú el 05 de Abril de 1992, mediante la injerencia extranjera y complot del gobierno de los EE. UU. (George Bush padre, 1989-1993) con el primer gobierno del mandatario peruano Alberto Fujimori (1990-2000), asistidos por la coordinación del asesor presidencial del dictador y agente peruano de la CIA, Vladimiro Montesinos —nexo entre ambos—.
Para la consolidación de la trama contra la verdadera democracia del Perú, contaron con la asequible y prolija contribución político-diplomática de la Secretaría General de la OEA —Joao Baena Soares (1984-1994)—, la cual finalmente se prestaría a legitimar el espurio mandato a través de acciones de convalidación.
Fue el “momentum” culminante de la conspiración de todos esos personajes en la misma pretensión, pero con distintos objetivos, fines y roles, que sin embargo confluirían en el idéntico logro de hacerse con la soberanía del Perú.
Para el imperio norteamericano el objetivo principal subyacía, en la exigencia de contar con el territorio del Perú para alcanzar el dominio de un bloque geográfico suramericano —junto con los de Chile y Colombia ya en su poder—, a fin de crear el simiente del acariciado proyecto hegemónico neoliberal —y geopolítico— del “Area de Libre Comercio de las Américas” (“ALCA”) que originalmente concebía a toda Latinoamérica –“quedó en alquita”, Hugo Chávez, dixit, Argentina, 2005-.
En concepto de la Organización de Estados Americanos (OEA) –“ministerio de Colonias”, Fidel Castro;“inservible institución”, Mario Vargas Llosa; dixit-, se trataba de coadyuvar eficazmente al cumplimiento de su misión principal: apoyar al imperio norteamericano –su mentor y financista- en la sujeción política de los países de América Latina, a fin que la potencia alcance sus intereses en la región.
Y en pensamiento de los peruanos traidores a su país —Fujimori y Montesinos— los objetivos eran mucho más pragmáticos y tangibles —quizá usuales— acordemente con la ideología neoliberal: hacerse del poder gubernamental en el Perú durante 25 años -de acuerdo al plan llamado “Libro Verde”-, con el propósito de acumular la mayor fortuna personal que pudieren obtener objeto de la sustracción del erario nacional y de la captación de sobornos del nuevo orden económico mundial (1989), en la necesidad de éste, por contar con un poder político bisagra que le facilite su apoderamiento del Perú.
Desde aquella fecha, todo no ha sido otra cosa sino, la continuación de esa impostura apelando a sucesivas mascaradas con el disfraz de democracia política electoral.
En el desarrollo del embuste han transitado por el Palacio de Gobierno del Perú cuatro presidentes y cinco gobiernos, todos ellos previa aprobación y con el auspicio del gobierno de los EE. UU., presentando similar, peor, ó mimetizada catadura, que la del régimen inicial de Fujimori, y cuyas tareas únicamente han sido, continuar y perfeccionar la labor de éste —entregar el país a manos del nuevo orden económico—
Una de las más notorias características de estas seudodemocracias en el Perú, ha sido el reemplazo del poder político por un omnímodo “poder económico” foráneo, que nombra ministros y rige los destinos nacionales.
Esto coadyuvado, por la permanente intoxicación informativa gubernamental hacia la ciudadanía con las falacias de un constante avance porcentual de crecimiento macro-económico -atribuido al país- y de fabulosos precios alcanzados por sus recursos naturales en las Bolsas de Valores internacionales, a cuyas ganancias lamentablemente la población nacional nunca ha tenido acceso en esta etapa –ni lo tendrá- en razón de la propia doctrina del neoliberalismo económico (las ganancias son para el sistema).
Otros rasgos son, el abandono de los deberes sociales del Estado para con la población —auto calificándose éste de ineficiente— a fin de viabilizar de éste modo la privatización transnacional de los servicios públicos a precios de baratija, y también, el incremento vertiginoso de la pobreza, pobreza extrema, y miseria —convertidas en casi crónicas—, alcanzado cifras nunca habidas en el Perú de décadas anteriores.
Asimismo lo son, la renuncia gubernamental a la soberanía nacional en provecho de intereses extranjeros, el intencional debilitamiento de las fuerzas armadas y la policía nacional, el subordinado abandono de las relaciones diplomáticas del Perú en la sub-región como centro geopolítico de ésta y el tutelaje de las mismas por los EE. UU.
Otro de los signos más saltantes de esas democracias, es la pérdida de valores morales y éticos desde el más alto nivel, que dan lugar al establecimiento de una corrupción é impunidad gubernamentales desfachatadas, las cuales convierten a encargados del poder en cleptómanos y al país en un gran botín.
También lo son, la entrega contra la voluntad del soberano, de recursos y riqueza de la nación a intereses foráneos y a los de un pequeño sector empresarial nacional, a costa del empobrecimiento y/ó desaparición de la pequeña, mediana y gran empresa nacional; así mismo también, la pauperización de los trabajadores rurales y artesanales de los pueblos del ande y de la amazonía peruana, en desigual competencia con las empresas transnacionales.
En el campo político-social también lo son, la conformación de una nueva “clase política” —con financiamiento del USAID— vulnerable a ser manejada para actuar contra su país, y además, la arbitrariedad gubernamental para con los grupos sociales más desposeídos en provecho de los cada vez más poderosos sectores empresariales.
En el campo jurídico, se convirtieron en usuales los delitos de lesa humanidad y contra los derechos humanos cometidos desde las más altas instancias del poder —inclusive aplaudidos por algunos medios de prensa—, dándose también un raro retroceso en la administración de justicia, en la cual se comienza a penar el honor y la entereza con la cárcel y se resuelve el delito de entes y personajes allegados al poder con la impunidad.
Todo ello en el marco psicosocial festivo, de acompañamiento mediático por un ejército de la desinformación integrado por casi todos los medios de comunicación nacionales en poder de empresarios del neoliberalismo económico –ó al servicio de éste-, ejerciendo la información y opinión en apoyo aunado a ese orden.
A esa impostura a la que nos referimos, y cuyo capítulo más reciente es el gobierno de Alan García (2006-2011), también pertenece Keiko Fujimori Higuchi —hija del coautor de la trama— ahora candidata a la presidencia del Perú; congresista aliada al régimen de García hasta el 2006, ex primera dama de la República del Perú (1994-2000) en el gobierno de su progenitor, reemplazando a su madre —Susana Higuchi— echada de la función (1994) por el dictador, tras denunciar ésta ilícitos del gobierno de su esposo con ropa usada destinada a gente menesterosa socorrida por la fundación a su cargo.
Ello la haría objeto posteriormente, a la tortura, reclusión e incomunicación forzada, dispuesta por Fujimori y ejecutada por Montesinos.
Para la hija de Fujimori —Keiko—, ésta fue la circunstancia de oro para intervenir en política, relevando a su defenestrada madre y optando por apoyar la tarea de su padre.
También está ligado a la misma, Luis Castañeda Lossio, ex funcionario estatal de los gobiernos de Fujimori, acusado de malversar fondos públicos en todas sus gestiones; primero como presidente del quebrado “Instituto Peruano de Seguridad Social” (1990-1996), luego presidente de la “Caja del Pescador” también quebrada, y finalmente, en la Alcaldía de Lima (2003-2010) a la que llega con apoyo de los mismos facilitadores de la impostura —Embajada de los EE.UU. en el Perú y el neoliberalismo económico—.
Flamante candidato presidencial, es actualmente dentro de esa “clase política”, el que goza de la complacencia y favoritismo del imperio norteamericano, haciéndose merecedor por ello —en especial deferencia— que éste lo dote con el aparato de guerra psicológica del Departamento de Defensa de los EE.UU. (“The Rendon Group”) a fin de manipular informativamente al electorado peruano en su favor.
Otro candidato presidencial para continuar el timo es Alejandro Toledo, ex presidente de la impostura (2001-2006), obsecuente en su mandato a los designios del imperio de los EE. UU., cómplice del lesivo “TLC Perú-EE.UU.” que despoja a los pueblos originarios de sus tierras, sumiso intercesor de George Bush hijo ante presidentes de Latinoamérica como defensor del proyecto imperial “ALCA” (2005), por ello señalado de servil y de renegado de sus orígenes autóctonos por algunos medios internacionales.
Manipulador publicitario del indigenismo peruano, se auto-proclamó (2001) Inca Pachacutec —o su antítesis— en relación al más eficiente gobernante del Estado Inca; otrora favorito de la potencia, hoy a su suerte por renovación política del imperio (los demócratas), intentando reeditar la bufonada con apoyo del empresariado neoliberal chileno heredero del dictador Pinochet, al cual sirvió solícitamente durante su mandato.
Tal es la avidez del gobierno de los EE. UU. por no desasirse del poder político-económico mantenido en el Perú desde 1992, que despreciando el sentir de la población peruana hasta ha decidido tentar esta vez una aproximación más segura al mando presidencial haciendo intervenir en los comicios a un candidato “propio” –no títere-, esta vez de nacionalidad estadounidense -se presume hayan dos más encubiertos-.
El es Pedro Pablo Kuczinsky Godard, candidato a presidente, líder neoliberal de “un partido” conformado para él, nacido accidentalmente en el Perú en 1938, naturalizado estadounidense en 1982 a pesar de prohibirlo la constitución peruana de aquél año, indiferente a las exigencias de la población de mostrar su renuncia a la nacionalidad estadounidense —y aparentemente renunciante a la peruana propia—, avalado por la sesgada Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) y firmante en calidad de naturalizado del “Juramento de Fidelidad a los EE. UU”. que le impone legalmente abjurar a la soberanía y obediencia al mandato de su país origen (Perú).
El caso ha creado un grave precedente —se avizoraba— de inconsistencia en el orden constitucional y legal del Estado peruano en los que el único requisito —sobre nacionalidad— para ser presidente es “ser peruano de nacimiento” sin referirse a las ciudadanías por naturalización, norma que Kuczinsky utilizó válidamente (“lo que no está en la Ley, no es Ley”), aunque taimada y deshonestamente a la vez.
Empero, el que no haya decidido renunciar ni por ética a una de sus dos nacionalidades, que públicamente el gobierno de los EE. UU. no lo ponga al tanto de las implicancias legales (en EE. UU.) caso ser electo presidente, y el que sospechosamente la ONPE haya resuelto en favor del estadounidense, todo ello hace inferir que se trata de una estratagema del imperio de los EE. UU. tentando un “caballo de Troya” de dominio en la presidencia del Perú, más que el aislado ardid de un ambicioso sujeto apátrida.
Pero si algo puede revelar claramente a que país otorgará lealtad Kuczinsky —caso fuere electo—, es simplemente el trajín de su carrera pública en el Perú.
Esta data desde los años 60’s —aún no era estadounidense y por tanto peruano—, década en que fue infiltrado por el imperio norteamericano a la política del país suramericano, cual asesor económico del gobierno de Fernando Belaúnde (1963-1968).
En esa labor, se develó su compromiso en la entrega irregular de recursos energéticos del Perú a la empresa norteamericana IPC (“International Petroleum Company”) –caso de “la página 11”-, felonía que conduciría a la caída del gobierno de Belaúnde.
Por ello el gobierno entrante del presidente Juan Velasco Alvarado (1968-1975), en defensa de la soberanía nacional dispuso su captura y puesta a disposición de la justicia, que evadió fugándose por la frontera selvática del país, para viajar luego a los EE.UU. que lo acogió como exiliado, sindicando al gobierno de Velasco de ser una “dictadura”.
Fallecido Juan Velasco, el gobierno de ‘tránsito a la democracia’ que lo sucede (Francisco Morales Bermúdez, 1975-1980), sobresee los cargos contra Kuczinsky por delitos de lesa patria, regresando sin antecedente alguno al Perú en 1980 a fin de hacerse cargo del ministerio (energía y minas) que le había reservado Fernando Belaúnde (1980-1985), en reconocimiento a sus méritos de hacía más de una década.
En el período neocolonial (1992-2011), se hace cargo nuevamente de sus funciones de ministro (economía, y energía y minas) en los mandatos de Alejandro Toledo y Alan García, gobiernos éstos de los mayores latrocinios contra la soberanía del Perú.
Del análisis de todo lo anterior es poco a lo que debe aspirar el Perú electoral de hoy, en el que además, la participación ideológico-política permanente se ausentó desde hace ya mucho tiempo atrás y que es aquél en el que los partidos políticos —hasta con ley propia— por conveniencia han sido encaminados hacia grupos de interés electoral coyuntural —y prebendas—, que se conforman antes de los comicios con sorprendente rapidez -le llaman “partidos”- y que acabado el evento desaparecen como por acto de ilusionismo.
En éste status quo la disidencia con el sistema neoliberal y con sus democracias de cartón, puede acarrear a cualquier ciudadano la súbita acusación mediática y/ó judicial de “izquierdista radical” —agitador violento—, de “asociado con las FARC y SL”, ó la imputación de moda —de la prensa— de “ser colaborador con el terrorismo de Hugo Chávez y el de Evo Morales”, temas de ficción éstos, procedentes de los laboratorios de operaciones psicológicas del fascismo imperial —una sóla idea, un sólo partido, un sólo sistema— para el maniqueísmo y control social de las poblaciones.
Y el único ideario político sobre el que se propone debatir ante la ciudadanía, es el relativo al ensueño del crecimiento macro-económico del país —interés particular de las élites de poder económico—, pero que el paso de los años de éstas falsas ‘democracias’ han hecho advertir a la población del Perú que se trata de la prorrogación de un mito que no guarda relación alguna con el beneficio de la nación ni con su propio bienestar social, dado que no redunda en la satisfacción de sus necesidades económicas básicas —una verdad con apariencia de contradicción lógica ó paradoja—.
Empero, los aspectos referentes al crecimiento social —desarrollo humano—, a un necesario cambio del sistema económico imperante, al cobro de impuestos a las sobre-ganancias de las empresas transnacionales, al pago de impuestos a la renta por la extracción de recursos naturales, a la revisión de concesiones de explotación, y otros más, son esquivados calculadamente por casi todas las agrupaciones electorales.
En éstas aciagas circunstancias de pérdida de fe de la nación peruana en el sistema democrático —por suplantación de otro sistema con su nombre—, el adalid criollo del neoliberalismo norteamericano —Alan García Pérez— ha reiterado su llamamiento a la nación para refrendar una nueva edición de lo que él y la actual “clase política” en boga llaman acto de fortalecimiento ‘de la democracia’.
Quienes se percatan del engaño, lo entienden como la astuta invitación a un nuevo maquillaje del bucanero sistema, para nuevos cinco años de destino nacional perdido.
Al llamado de García ya se han hecho presentes alborozados, los medios de comunicación nacionales que asumiendo roles de protagonistas principales y/ó de partidos políticos, han pasado a encabezar la comparsa lanzando cifras de amañadas encuestas y orientaciones sobre cuáles son los personajes que deberían gobernar el país -y cuáles no-, en vez de informar y educar con la historia política del Perú.
Es decir y por lo visto, aparentemente hasta el momento, la engañifa sigue igual.
Pero, tal como viene sucediendo en algunas naciones del mundo, también… todo pudiere cambiar.
El cambio se suele producir, cuando llega el inevitable choque entre la dinámica natural de los pueblos con aquello que artificialmente se intenta imponer a éstos.
Y éste siempre ha sido el fin de los imperios y de sus cortes.
Coincidentemente, el Perú también viene pidiendo, no más falsa ‘democracia’, devolución de la soberanía sustraída.
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Entender ese tipo de democracia requiere conocer en primer lugar, que el factor común a los mandatos presidenciales de esta etapa –Alberto Fujimori, Valentín Paniagua, Alejandro Toledo y Alan García- ha sido sin excepción alguna, el de subordinación a los intereses del gobierno de los EE. UU. de Norteamérica y a los del neoliberalismo económico, por encima de los derechos y soberanía que asisten a la nación peruana.
Ello ha establecido en el país, un status político de neo-colonialismo imperial que desde 1821 y posteriormente de la independencia del reino español se consideraba como de no retorno para el Perú, y que es justo el sistema, al que se pretende maquillar en las urnas.
Pero si hay algún factor que se observa como consuetudinario asistente a estas cosméticas elecciones —direccionadas externamente por la “democracia imperial” (EE. UU.)—, es la desembozada manipulación de los medios de prensa nacionales adictos a la dependencia foránea —casi todos— que intenta orientar a la población electoral a que voluntariamente menosprecie el valor de la historia política del país en su decisión personal, ó al menos, para que no vire el rostro hacia el pasado reciente del Perú con cuyo conocimiento, remembranza ó aporte se le facilitaría la opción en el sentido correcto.
Ello debido a la trascendencia que cobraría el hecho, que una breve mirada del electorado hacia ese pasado no tan lejano, le fuere suficiente para darse cuenta que la cita electoral a la que se le convoca en el presente, inclusive sigue tan indesligablemente unida —cual parto siamés— a la misma vieja impostura imperial diseñada en 1992.
Le permitiría percatarse también de los permanentes ardides y emboscadas a las que ha sido sometido por parte del neoliberalismo económico y sus adláteres criollos, en el afán de éstos por mantenerse aferrados al poder político y económico del Perú.
El período de neocolonialismo imperial al que inicialmente nos referimos —y que sólo voceros de los EE.UU. y élites económicas llaman ‘de democracia plena’— tuvo su inicio en el “autogolpe de Estado” llevado a cabo en el Perú el 05 de Abril de 1992, mediante la injerencia extranjera y complot del gobierno de los EE. UU. (George Bush padre, 1989-1993) con el primer gobierno del mandatario peruano Alberto Fujimori (1990-2000), asistidos por la coordinación del asesor presidencial del dictador y agente peruano de la CIA, Vladimiro Montesinos —nexo entre ambos—.
Para la consolidación de la trama contra la verdadera democracia del Perú, contaron con la asequible y prolija contribución político-diplomática de la Secretaría General de la OEA —Joao Baena Soares (1984-1994)—, la cual finalmente se prestaría a legitimar el espurio mandato a través de acciones de convalidación.
Fue el “momentum” culminante de la conspiración de todos esos personajes en la misma pretensión, pero con distintos objetivos, fines y roles, que sin embargo confluirían en el idéntico logro de hacerse con la soberanía del Perú.
Para el imperio norteamericano el objetivo principal subyacía, en la exigencia de contar con el territorio del Perú para alcanzar el dominio de un bloque geográfico suramericano —junto con los de Chile y Colombia ya en su poder—, a fin de crear el simiente del acariciado proyecto hegemónico neoliberal —y geopolítico— del “Area de Libre Comercio de las Américas” (“ALCA”) que originalmente concebía a toda Latinoamérica –“quedó en alquita”, Hugo Chávez, dixit, Argentina, 2005-.
En concepto de la Organización de Estados Americanos (OEA) –“ministerio de Colonias”, Fidel Castro;“inservible institución”, Mario Vargas Llosa; dixit-, se trataba de coadyuvar eficazmente al cumplimiento de su misión principal: apoyar al imperio norteamericano –su mentor y financista- en la sujeción política de los países de América Latina, a fin que la potencia alcance sus intereses en la región.
Y en pensamiento de los peruanos traidores a su país —Fujimori y Montesinos— los objetivos eran mucho más pragmáticos y tangibles —quizá usuales— acordemente con la ideología neoliberal: hacerse del poder gubernamental en el Perú durante 25 años -de acuerdo al plan llamado “Libro Verde”-, con el propósito de acumular la mayor fortuna personal que pudieren obtener objeto de la sustracción del erario nacional y de la captación de sobornos del nuevo orden económico mundial (1989), en la necesidad de éste, por contar con un poder político bisagra que le facilite su apoderamiento del Perú.
Desde aquella fecha, todo no ha sido otra cosa sino, la continuación de esa impostura apelando a sucesivas mascaradas con el disfraz de democracia política electoral.
En el desarrollo del embuste han transitado por el Palacio de Gobierno del Perú cuatro presidentes y cinco gobiernos, todos ellos previa aprobación y con el auspicio del gobierno de los EE. UU., presentando similar, peor, ó mimetizada catadura, que la del régimen inicial de Fujimori, y cuyas tareas únicamente han sido, continuar y perfeccionar la labor de éste —entregar el país a manos del nuevo orden económico—
Una de las más notorias características de estas seudodemocracias en el Perú, ha sido el reemplazo del poder político por un omnímodo “poder económico” foráneo, que nombra ministros y rige los destinos nacionales.
Esto coadyuvado, por la permanente intoxicación informativa gubernamental hacia la ciudadanía con las falacias de un constante avance porcentual de crecimiento macro-económico -atribuido al país- y de fabulosos precios alcanzados por sus recursos naturales en las Bolsas de Valores internacionales, a cuyas ganancias lamentablemente la población nacional nunca ha tenido acceso en esta etapa –ni lo tendrá- en razón de la propia doctrina del neoliberalismo económico (las ganancias son para el sistema).
Otros rasgos son, el abandono de los deberes sociales del Estado para con la población —auto calificándose éste de ineficiente— a fin de viabilizar de éste modo la privatización transnacional de los servicios públicos a precios de baratija, y también, el incremento vertiginoso de la pobreza, pobreza extrema, y miseria —convertidas en casi crónicas—, alcanzado cifras nunca habidas en el Perú de décadas anteriores.
Asimismo lo son, la renuncia gubernamental a la soberanía nacional en provecho de intereses extranjeros, el intencional debilitamiento de las fuerzas armadas y la policía nacional, el subordinado abandono de las relaciones diplomáticas del Perú en la sub-región como centro geopolítico de ésta y el tutelaje de las mismas por los EE. UU.
Otro de los signos más saltantes de esas democracias, es la pérdida de valores morales y éticos desde el más alto nivel, que dan lugar al establecimiento de una corrupción é impunidad gubernamentales desfachatadas, las cuales convierten a encargados del poder en cleptómanos y al país en un gran botín.
También lo son, la entrega contra la voluntad del soberano, de recursos y riqueza de la nación a intereses foráneos y a los de un pequeño sector empresarial nacional, a costa del empobrecimiento y/ó desaparición de la pequeña, mediana y gran empresa nacional; así mismo también, la pauperización de los trabajadores rurales y artesanales de los pueblos del ande y de la amazonía peruana, en desigual competencia con las empresas transnacionales.
En el campo político-social también lo son, la conformación de una nueva “clase política” —con financiamiento del USAID— vulnerable a ser manejada para actuar contra su país, y además, la arbitrariedad gubernamental para con los grupos sociales más desposeídos en provecho de los cada vez más poderosos sectores empresariales.
En el campo jurídico, se convirtieron en usuales los delitos de lesa humanidad y contra los derechos humanos cometidos desde las más altas instancias del poder —inclusive aplaudidos por algunos medios de prensa—, dándose también un raro retroceso en la administración de justicia, en la cual se comienza a penar el honor y la entereza con la cárcel y se resuelve el delito de entes y personajes allegados al poder con la impunidad.
Todo ello en el marco psicosocial festivo, de acompañamiento mediático por un ejército de la desinformación integrado por casi todos los medios de comunicación nacionales en poder de empresarios del neoliberalismo económico –ó al servicio de éste-, ejerciendo la información y opinión en apoyo aunado a ese orden.
A esa impostura a la que nos referimos, y cuyo capítulo más reciente es el gobierno de Alan García (2006-2011), también pertenece Keiko Fujimori Higuchi —hija del coautor de la trama— ahora candidata a la presidencia del Perú; congresista aliada al régimen de García hasta el 2006, ex primera dama de la República del Perú (1994-2000) en el gobierno de su progenitor, reemplazando a su madre —Susana Higuchi— echada de la función (1994) por el dictador, tras denunciar ésta ilícitos del gobierno de su esposo con ropa usada destinada a gente menesterosa socorrida por la fundación a su cargo.
Ello la haría objeto posteriormente, a la tortura, reclusión e incomunicación forzada, dispuesta por Fujimori y ejecutada por Montesinos.
Para la hija de Fujimori —Keiko—, ésta fue la circunstancia de oro para intervenir en política, relevando a su defenestrada madre y optando por apoyar la tarea de su padre.
También está ligado a la misma, Luis Castañeda Lossio, ex funcionario estatal de los gobiernos de Fujimori, acusado de malversar fondos públicos en todas sus gestiones; primero como presidente del quebrado “Instituto Peruano de Seguridad Social” (1990-1996), luego presidente de la “Caja del Pescador” también quebrada, y finalmente, en la Alcaldía de Lima (2003-2010) a la que llega con apoyo de los mismos facilitadores de la impostura —Embajada de los EE.UU. en el Perú y el neoliberalismo económico—.
Flamante candidato presidencial, es actualmente dentro de esa “clase política”, el que goza de la complacencia y favoritismo del imperio norteamericano, haciéndose merecedor por ello —en especial deferencia— que éste lo dote con el aparato de guerra psicológica del Departamento de Defensa de los EE.UU. (“The Rendon Group”) a fin de manipular informativamente al electorado peruano en su favor.
Otro candidato presidencial para continuar el timo es Alejandro Toledo, ex presidente de la impostura (2001-2006), obsecuente en su mandato a los designios del imperio de los EE. UU., cómplice del lesivo “TLC Perú-EE.UU.” que despoja a los pueblos originarios de sus tierras, sumiso intercesor de George Bush hijo ante presidentes de Latinoamérica como defensor del proyecto imperial “ALCA” (2005), por ello señalado de servil y de renegado de sus orígenes autóctonos por algunos medios internacionales.
Manipulador publicitario del indigenismo peruano, se auto-proclamó (2001) Inca Pachacutec —o su antítesis— en relación al más eficiente gobernante del Estado Inca; otrora favorito de la potencia, hoy a su suerte por renovación política del imperio (los demócratas), intentando reeditar la bufonada con apoyo del empresariado neoliberal chileno heredero del dictador Pinochet, al cual sirvió solícitamente durante su mandato.
Tal es la avidez del gobierno de los EE. UU. por no desasirse del poder político-económico mantenido en el Perú desde 1992, que despreciando el sentir de la población peruana hasta ha decidido tentar esta vez una aproximación más segura al mando presidencial haciendo intervenir en los comicios a un candidato “propio” –no títere-, esta vez de nacionalidad estadounidense -se presume hayan dos más encubiertos-.
El es Pedro Pablo Kuczinsky Godard, candidato a presidente, líder neoliberal de “un partido” conformado para él, nacido accidentalmente en el Perú en 1938, naturalizado estadounidense en 1982 a pesar de prohibirlo la constitución peruana de aquél año, indiferente a las exigencias de la población de mostrar su renuncia a la nacionalidad estadounidense —y aparentemente renunciante a la peruana propia—, avalado por la sesgada Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) y firmante en calidad de naturalizado del “Juramento de Fidelidad a los EE. UU”. que le impone legalmente abjurar a la soberanía y obediencia al mandato de su país origen (Perú).
El caso ha creado un grave precedente —se avizoraba— de inconsistencia en el orden constitucional y legal del Estado peruano en los que el único requisito —sobre nacionalidad— para ser presidente es “ser peruano de nacimiento” sin referirse a las ciudadanías por naturalización, norma que Kuczinsky utilizó válidamente (“lo que no está en la Ley, no es Ley”), aunque taimada y deshonestamente a la vez.
Empero, el que no haya decidido renunciar ni por ética a una de sus dos nacionalidades, que públicamente el gobierno de los EE. UU. no lo ponga al tanto de las implicancias legales (en EE. UU.) caso ser electo presidente, y el que sospechosamente la ONPE haya resuelto en favor del estadounidense, todo ello hace inferir que se trata de una estratagema del imperio de los EE. UU. tentando un “caballo de Troya” de dominio en la presidencia del Perú, más que el aislado ardid de un ambicioso sujeto apátrida.
Pero si algo puede revelar claramente a que país otorgará lealtad Kuczinsky —caso fuere electo—, es simplemente el trajín de su carrera pública en el Perú.
Esta data desde los años 60’s —aún no era estadounidense y por tanto peruano—, década en que fue infiltrado por el imperio norteamericano a la política del país suramericano, cual asesor económico del gobierno de Fernando Belaúnde (1963-1968).
En esa labor, se develó su compromiso en la entrega irregular de recursos energéticos del Perú a la empresa norteamericana IPC (“International Petroleum Company”) –caso de “la página 11”-, felonía que conduciría a la caída del gobierno de Belaúnde.
Por ello el gobierno entrante del presidente Juan Velasco Alvarado (1968-1975), en defensa de la soberanía nacional dispuso su captura y puesta a disposición de la justicia, que evadió fugándose por la frontera selvática del país, para viajar luego a los EE.UU. que lo acogió como exiliado, sindicando al gobierno de Velasco de ser una “dictadura”.
Fallecido Juan Velasco, el gobierno de ‘tránsito a la democracia’ que lo sucede (Francisco Morales Bermúdez, 1975-1980), sobresee los cargos contra Kuczinsky por delitos de lesa patria, regresando sin antecedente alguno al Perú en 1980 a fin de hacerse cargo del ministerio (energía y minas) que le había reservado Fernando Belaúnde (1980-1985), en reconocimiento a sus méritos de hacía más de una década.
En el período neocolonial (1992-2011), se hace cargo nuevamente de sus funciones de ministro (economía, y energía y minas) en los mandatos de Alejandro Toledo y Alan García, gobiernos éstos de los mayores latrocinios contra la soberanía del Perú.
Del análisis de todo lo anterior es poco a lo que debe aspirar el Perú electoral de hoy, en el que además, la participación ideológico-política permanente se ausentó desde hace ya mucho tiempo atrás y que es aquél en el que los partidos políticos —hasta con ley propia— por conveniencia han sido encaminados hacia grupos de interés electoral coyuntural —y prebendas—, que se conforman antes de los comicios con sorprendente rapidez -le llaman “partidos”- y que acabado el evento desaparecen como por acto de ilusionismo.
En éste status quo la disidencia con el sistema neoliberal y con sus democracias de cartón, puede acarrear a cualquier ciudadano la súbita acusación mediática y/ó judicial de “izquierdista radical” —agitador violento—, de “asociado con las FARC y SL”, ó la imputación de moda —de la prensa— de “ser colaborador con el terrorismo de Hugo Chávez y el de Evo Morales”, temas de ficción éstos, procedentes de los laboratorios de operaciones psicológicas del fascismo imperial —una sóla idea, un sólo partido, un sólo sistema— para el maniqueísmo y control social de las poblaciones.
Y el único ideario político sobre el que se propone debatir ante la ciudadanía, es el relativo al ensueño del crecimiento macro-económico del país —interés particular de las élites de poder económico—, pero que el paso de los años de éstas falsas ‘democracias’ han hecho advertir a la población del Perú que se trata de la prorrogación de un mito que no guarda relación alguna con el beneficio de la nación ni con su propio bienestar social, dado que no redunda en la satisfacción de sus necesidades económicas básicas —una verdad con apariencia de contradicción lógica ó paradoja—.
Empero, los aspectos referentes al crecimiento social —desarrollo humano—, a un necesario cambio del sistema económico imperante, al cobro de impuestos a las sobre-ganancias de las empresas transnacionales, al pago de impuestos a la renta por la extracción de recursos naturales, a la revisión de concesiones de explotación, y otros más, son esquivados calculadamente por casi todas las agrupaciones electorales.
En éstas aciagas circunstancias de pérdida de fe de la nación peruana en el sistema democrático —por suplantación de otro sistema con su nombre—, el adalid criollo del neoliberalismo norteamericano —Alan García Pérez— ha reiterado su llamamiento a la nación para refrendar una nueva edición de lo que él y la actual “clase política” en boga llaman acto de fortalecimiento ‘de la democracia’.
Quienes se percatan del engaño, lo entienden como la astuta invitación a un nuevo maquillaje del bucanero sistema, para nuevos cinco años de destino nacional perdido.
Al llamado de García ya se han hecho presentes alborozados, los medios de comunicación nacionales que asumiendo roles de protagonistas principales y/ó de partidos políticos, han pasado a encabezar la comparsa lanzando cifras de amañadas encuestas y orientaciones sobre cuáles son los personajes que deberían gobernar el país -y cuáles no-, en vez de informar y educar con la historia política del Perú.
Es decir y por lo visto, aparentemente hasta el momento, la engañifa sigue igual.
Pero, tal como viene sucediendo en algunas naciones del mundo, también… todo pudiere cambiar.
El cambio se suele producir, cuando llega el inevitable choque entre la dinámica natural de los pueblos con aquello que artificialmente se intenta imponer a éstos.
Y éste siempre ha sido el fin de los imperios y de sus cortes.
Coincidentemente, el Perú también viene pidiendo, no más falsa ‘democracia’, devolución de la soberanía sustraída.
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