por Herbert Mujica Rojas
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setiembre 2001
Han pasado los años suficientes como para, aquietadas las pasiones, depuestos los enconos y desaparecidos muchos de los personajes que tienen que ver con la creación, forja e impresión de los folletos denominados El Partido del Pueblo. Historia Gráfica del Aprismo, narrar la génesis de tan importante proyecto que llegó a cristalizar hasta en cinco tomos que circularon profusamente en todo el país. Corría el año 1977.
Don Andrés Townsend Ezcurra, una de las figuras más inteligentes y
lúcidas que exhibió el Apra, tuvo la gentileza de convocarme a una
reunión. En aquel tiempo, sólo ser llamado por un hombre de las
calidades de don Andrés, resultaba un privilegio imborrable. Se trataba
de una idea que se había propuesto presentar al jefe y fundador del
Partido, Víctor Raúl Haya de la Torre y ésta era la de una colección de
revistas que a la vez que narrara la epopeya aprista con textos cortos
pero puntuales, invocaba el testimonio gráfico de los años tortuosos y
de los pocos que fueron hasta entonces los que tuvo el Apra como
democráticos. Asentí fraternamente y seguía preguntándome ¿qué tenía que
ver yo, en mis veinte años, con semejante tarea? Adivinando mi
perplejidad, Townsend dijo: ¡tu vas a ser el investigador! y acto
seguido, sin esperar respuesta (no tenía ninguna porque enmudecí),
expresó: “mañana vamos a ver al Viejo a Villa Mercedes, te espero a las
10 am. en mi oficina, en punto”.
Así fue y una tarde veraniega, en Vitarte, Víctor Raúl y Andrés, me
indicaban qué cajas bajar, cómo limpiar el polvo y cómo eliminar a
algunas arañas simpatizantes del líder aprista y que se cobijaban entre
los miles de libros de su valiosa biblioteca. Una de esas fotos, la que
retrata a un Haya bebe, nos fue entregada de sus propias manos con la
emoción que reúne a padres, hijos y nietos, carne de su carne, sangre de
su sangre. El padre, ¿qué duda cabe? era encarnado por Víctor Raúl, el
hijo, el integérrimo don Andrés y el nieto, quien esto escribe a la
altura de poco menos de la mitad de mi edad actual.
Se quedó pues que como “investigador” tenía que visitar con regularidad a
Víctor Raúl, someterme a sus estrambóticos horarios y a sus
apasionantes conversaciones teniendo por toda compañía a uno de los
muchos Tony que tuvo entre sus mascotas a lo largo de su dilatada
trayectoria política. Como encargado de Correo Aprista ya había tenido
la experiencia munificente de haber trabajado bajo las órdenes directas y
sugestivas de Haya. Recuerdo que me dio una suma increíble de dinero
(algo así como US$ 100 actuales) y me ordenó: ¡abre una cuenta de
ahorros y aprende a guardar el dinero! Pretendí protestar, jamás había
recibido tanta plata y me espetó lo siguiente: ¡no se discute con el
Jefe del Partido!, ¿está claro? ¿Qué me quedaba? Asentí e hice lo que me
indicó.
Pero, quedaba la parte más complicada: encontrar un editor. Y a
sugerencia de Víctor Raúl, don Andrés tomó contacto con el querido
cascarrabias Enrique Delgado, que era el Secretario de Economía del
Partido y padre del hoy diputado José Luis. Hombre práctico, self made
man (hecho a sí mismo), Enrique captó la idea rapidísimo y no puso
mayores reparos, hasta anunció que me avituallaría de gastos de
movilidad.
La odisea de encontrar un diagramador la solucionó don Andrés de un modo
práctico y experto. Buscó y encontró a Carlos Roose Silva,
caricaturista de los pioneros en el Perú y que se había iniciado en La
Tribuna desde 1946. De manera que el equipo estaba completo. Pachochín,
así le llamaba Townsend a Carlos, en honor al personaje pacienzudo
creado por él, era –y es- un tipo sumamente entretenido. Trabajar con
estos gigantes era una diversión perenne como lección diaria. Don Andrés
colocaba la piedra fundamental de conocimiento y recuerdos. Haya de la
Torre supervisaba los avances con regaños y llamados a la disciplina.
Don Enrique bufaba cada vez que le pedía dinero para la reproducción de
las fotos, las fotocopias, los pasajes y ......¡para los almuerzos! Y,
como coordinador, bajo el pomposo título de investigador, visitaba las
hemerotecas más importantes del país, conversaba con los compañeros en
búsqueda de fotos, revistas, periódicos antiguos, recuerdos, versiones y
toda clase de testimonios que ayudaran a la revista.
Y así nació El Partido del Pueblo. Historia Gráfica del Aprismo.
Entonces escribí un artículo en la revista Impacto que dirigía Felipe
Santiago Salaverry y en éste consignaba la opinión que Víctor Raúl tenía
sobre esta historia a la que calificó como “la obra más importante del
Partido después de La Tribuna”.
La Historia Gráfica abarca los antecedentes de lo que hasta hoy ha sido
el movimiento político más importante del Perú: el Aprismo. Desde el
Congreso de Estudiantes de Cusco en 1920, hasta las protestas callejeras
contra la consagración del Perú al Sagrado Corazón de Jesús en 1923,
hecho que le costó la prisión y luego deportación a Víctor Raúl. No
volvería al Perú sino hasta 1931. Las dirigencias poderosas de entonces,
en alianza vergonzosa como consuetudinaria con los militares se
encargaron que así fuera.
Se relatan en sus páginas los años del peregrinaje aprista en diversos
países. Como es obvio, la vida de Haya de la Torre y su peripecia
constituyen probanza e hitos fundamentales en este avatar tan pleno en
ocurrencias y peligros. Víctor Raúl conoció la Rusia bolchevique y trató
con Troski, Frunze, Lunatcharsky. Explicó, sin mayor éxito, la realidad
distinta e intransferible de Indoamérica a los adalides soviéticos que
no entendieron absolutamente nada, tan embebidos como estaban, cegados
en la revolución mundial que cantaban los escritos de Lenin y de su
mentor más poderoso Marx. Años después, León Davidovich Trotski
escribiría a Haya indicándole, desde México, que ahora sí comprendía lo
que habían conversado en Moscú en 1924.
Años después, Haya asistió en el Palacio de Egmont en Bruselas, 1927, al
Primer Congreso Antimperialista y tomó contacto con personalidades como
Ho Chi Min quien habría de ser figura epónima del Vietnam en guerra con
Estados Unidos en los sesenta. Desde entonces, se notó que este
latinoamericano tenía planteamientos distintos, retadores, insolentes
para con los diktats que venían de la Rusia estalinista, ortodoxa e
inflexible. El odio fue mortal y la lucha implacable.
La visita de Víctor Raúl a Centroamérica promovió conferencias, charlas y
debates. Sin embargo, aunque lejana, y hablamos de los años 20, la
garra dictatorial de Leguía, le alcanzó a esas tierras calurosas. Partió
detenido, una vez más, al destierro hacia Alemania.
Y en el país de los germanos Haya recibió la noticia del desplome del
régimen leguiísta. Su destino, su misión era volver al Perú y organizar a
los estudiantes y a los intelectuales en un Frente Unico, como había
sido su prédica desde la juventud en las tribunas universitarias.
Corría el año 1931 y por Talara, Víctor Raúl retornó al Perú. Había
comenzado la campaña electoral de ese año pionero en presagios mil, a
cual más tenebroso, y marcador indudable de un cambio nacional. Los
partidos, hasta entonces, eran clubes de cuchipanda y compadrería;
entelequias organizadas para votar por patrones o matones que compraban
los sufragios con pisco y butifarra. ¡Cuál no sería el terror de los
poderosos cuando brigadas de cientos o miles de ciudadanos con el brazo
izquierdo en alto, provistos de pañuelos blancos, cantando himnos
libertarios al unísono de voces broncas, masculinas, femeninas,
estudiantiles y escolares, obreras y luchadoras, inundaban las calles
del país para proclamar su credo antimperialista, su fe en la democracia
y su odio indoblegable contra los explotadores de siempre. Eso fue el
mensaje redentor del aprismo que invocaba en su Marsellesa a unirse a la
nueva religión.
En octubre de ese año, la oligarquía robó el triunfo a Haya de la Torre y
colocó al comandante Luis M. Sánchez Cerro en la presidencia. Apenas si
27 representantes apristas llegaron a la Asamblea Constituyente. En
corrillos internos, Víctor Raúl había anunciado: ¡quien pierda va contra
la pared! Y comenzó el martirologio. Los locales apristas eran
asaltados, sus militantes malamente heridos o asesinados como la Navidad
de sangre en Trujillo, donde se abaleó a mujeres y niños pacíficos. El
Perú enlutecía sus hogares en una pelea desigual, antihistórica,
absurda, ignominiosa.
En febrero de 1932, el año de la barbarie, los constituyentes apristas
fueron apresados y deportados. Víctor Raúl perseguido fieramente, cayó
preso en mayo. A los pocos días, la marinería se subleva y fusilan a 8
de ellos por el delito de alzarse en nombre de la democracia. La
madrugada del 7 de julio, los cañeros, estudiantes y militantes apristas
se alzan en Trujillo y toman a sangre y fuego el Cuartel O’Donovan.
Manuel Búfalo Barreto es el primero en caer y su valentía bautizó a los
apristas por décadas pues la tradición oral consagró como “búfalos” a
todos los del partido.
Y la barbarie estalló ensañándose con crueldad rayana en lo más oscuro
del alma imaginable contra Trujillo. El pueblo fue bombardeado por la
aviación y los combates se sucedían a diario. Fue entonces que el
heroísmo dio lecciones y escribió su impronta para elevarse como huella
imborrable a los fastos de la historia popular del Perú. Es historia que
no se lee en los textos escolares, porque el odio cainita pudo más y se
ha pretendido negar que esto ocurrió. Y sin embargo así fue. Los
estudiantes que fugaron con los fusiles de sus practicas pre-militares
disparaban contra los soldados desde las copas de los árboles y caían
cuando el agotamiento de sus fuerzas era un hecho o porque el parque de
municiones había colapsado. Víctor Raúl nos contaba cómo los jóvenes
sangraban de tantos culatazos y fogonazos pero persistían en la cumbre
de su valentía hecha realidad fragorosa. Ninguno, probablemente había
leído El Antimperialismo y el Apra o alguno de los textos
propagandísticos del partido. Sin embargo, a la hora suprema de la
lucha, acudieron premunidos de su hombría o femeneidad para decir
presentes en la ocasión del sacrificio. Las mujeres como Agripina
Mimbela bramaban carajos instando a no bajar la guardia y alimentando a
sus combatientes. Los compañeros se turnaban en las guardias para avisar
de los avances militares y de la presencia de soplones, esa raza
maldita que encontró en Montesinos y en Fujimori, sus patrocinadores más
sucios en los últimos tiempos. Los médicos socorrían a los heridos y
los más jóvenes enlazaban al partido con sus dirigentes cuando se podía.
La persecución no daba tregua.
El Comercio se encargó de difundir historias absurdas que engañaron a
muchos peruanos sobre la verdad de lo ocurrido en Trujillo. En cambio
nunca habló de los paredones que empezaron a fusilar por decenas y
centenas a los trujillanos. Ni las lágrimas ni los ayes más dramáticos
pudieron hacer nada contra las draconianas órdenes que Lima impartía.
Había que escarmentar a los apristas y la única forma era fusilándolos. A
casi siete décadas de 1932, no hay en Trujillo familia alguna que no
tenga entre sus integrantes, algún caído en la Revolución.
Trujillo, cuna y tumba del fundador del Apra, fue, pues, la respuesta
insurreccional y bravía de un pueblo malamente armado pero galvanizado
en su aspiración de justicia social hasta la más íntima fibra. Hasta hoy
aguarda a los trovadores que canten su epopeya de hombres de acero,
insobornables e incontaminados. Trujillo 1932, representa el bautizo de
sangre de la generación que fundó el Aprismo y esa lección no debe ser
jamás olvidada.
La Historia Gráfica no encona a los protagonistas de esta lucha
nacional, pero tampoco soslaya a quienes fueron sus actores y más
lúcidos conductores. En las páginas de Historia Gráfica se narran luego
ocurrencias como el intento de asesinato de Sánchez Cerro y cómo se
mantuvo en capilla por largos meses a Juan Seoane y José Melgar. Como el
30 de abril de 1933, cuando pasaba revista a cuadros militares, Sánchez
Cerro es herido de muerte y esa misma tarde juramenta como presidente
Oscar R. Benavides. Pocos meses después, el Apra volvería precariamente a
las calles, para en 1934, retornar a la clandestinidad.
En 1936, se celebraron elecciones nacionales. El Apra no pudo competir
con personero propio de manera que endosó los votos a Luis Antonio
Eguiguren. Cuando éste empezaba a despuntar claramente, se anularon los
comicios y Benavides se quedó en el poder hasta 1939. Ya desde 1934, el
Apra vivía en las catacumbas de la clandestinidad y esta etapa duró
hasta 1945, pasando por el gobierno de Manuel Prado que inauguró su
gestión en 1939.
A partir de 1944, los esfuerzos indómitos de Ramiro Prialé (llamado en
Arequipa, Alfredo Ganoza) comienzan a dar frutos y nace el Frente
Democrático Nacional que impulsa candidaturas apristas en diputados y
senadores y también la de amigos o “demócratas”. El candidato del FDN,
José Luis Bustamante y Rivero, arrasa con su rival, Eloy G. Ureta y
gobierna, por así decirlo, entre 1945 y 1948, cuando un nuevo golpe de
estado, comandado por el general Manuel Odría, interrumpe y frustra el
ensayo democrático.
Hasta este año llegó la edición príncipe de El Partido del Pueblo.
Historia Gráfica del Aprismo. Acaso, las nuevas generaciones, tengan
para sí el honor de continuar una obra tan llena de fe, devoción y amor
por lo que el Partido y su gesta significaron para el país.
Luego de penosa enfermedad y después de haber impuesto su dinámica
increíble de vitalidad y noctambulismo, el 2 de agosto de 1979, Víctor
Raúl partió hacia el puerto sin retorno como polvo en viaje a las
estrellas. Millones de peruanos y latinoamericanos, lloraron la
desaparición de este ciudadano del mundo. Era, por increíble que
parezca, el punto de partida de un cisma que hizo mucho daño y causó las
fricciones más lamentables que partido u organización pudieron sufrir.
Costó, de alguna manera la presidencia en 1980 y posibilitó que Fernando
Belaúnde hiciera su segunda administración.
Entre 1985-1990, llegó al gobierno Alan García Pérez y el reto desbordó
las capacidades y entusiasmos de entonces. La experiencia aún no ha sido
contada del todo y aguarda a que serenos como reflexivos análisis
desnuden en toda su crudeza lo ocurrido. No es a mí a quien toca
hacerlo.
Creo que hacer un prólogo o una nota a algo que me tuvo entre sus
autores, de repente el más humilde, resultaría incompleto si no rindiera
homenaje a la figura inolvidable de Andrés Townsend Ezcurra. El nos
dejó el 31 de julio de 1994. Se fue sin odios, sin enconos y así lo
expresó en su libro autobiográfico 50 años de aprismo que corregí y
edité en 1989. Para mi, don Andrés fue un maestro cariñoso y perdonador
de muchísimas calaveradas juveniles en que incurrí entonces. Columbré
con él al aprismo como una escuela de vida y no reniego ni declino de
cuanto aprendí al lado de figuras como Luis Alberto Sánchez, Luis
Heysen, Nicanor Mujica, Carlos Manuel Cox, Luis Rodríguez Vildósola,
Manuel Solano y tantos otros.
Hoy en la tribuna de más de 40 años, confío en que los más jóvenes
entiendan que el aprismo fue y debe ser, o seguir siendo, una escuela
para la vida, no para la sensualidad que otorgan los buenos sueldos y
las mujeres fáciles o los puestos de favor, sino escultura esforzada de
artistas sociales que tienen por meta el cumplimiento de las ambiciones
de pan y libertad. Recuerden que esas fueron las banderas de los chicos
que cayeron combatiendo en la Revolución de Trujillo y en tantas otras
intentonas insurgentes del aprismo.
A los que se fueron, a la memoria gigantesca de Víctor Raúl, en honor al
fraterno Andrés Townsend y en nombre de la revolución que el Perú
necesita, como dijera más de una vez, Manuel Seoane, entrego estas
líneas preñadas de fraternidad, de cariño y tremenda identificación con
la tierra peruana que me vio nacer y acaso algún día pueda también, como
tantos otros antes, consagrar la lucha y la victoria de mis ideales
para el bien del país. Amén.