Atilio Boron
Obama está de visita en Brasil para vender los F-16 fabricados en Estados Unidos, desplazando a su competidor francés, y promover la participación de empresas norteamericanas en la gran expansión futura del negocio petrolero brasileño. También, para asegurar un suministro confiable y previsible para su insaciable demanda de combustibles mediante acuerdos con un país del ámbito hemisférico y menos conflictivo e inestable que sus proveedores tradicionales del Oriente Medio o la propia Latinoamérica. Aparte de eso, la carpeta de negocios que lleva Obama incluye la intervención de empresas de su país en la renovación de la infraestructura de transportes y comunicaciones de Brasil y en los servicios de vigilancia y seguridad que requerirán la Copa Mundial de Fútbol (2014) y los Juegos Olímpicos (2016). Además, la creciente gravitación regional y en parte internacional del Brasil es vista con preocupación por Washington. Sin el apoyo de Brasil y Argentina, amén de otros países, la iniciativa bolivariana de acabar con el ALCA no hubiera prosperado. Por lo tanto, un Brasil poderoso es un estorbo para los proyectos del imperialismo en la región.
En realidad, lo que a aquél más le interesa en su calidad de
administrador del imperio es avanzar en el control de la Amazonía.
Requisito principal de este proyecto es entorpecer, ya que no puede
detener, la creciente coordinación e integración política y económica en
curso en la región y que tan importante han sido para hacer naufragar
el ALCA en 2005 y frustrar la conspiración secesionista y golpista en
Bolivia (2008) y Ecuador (2010). También debe tratar de sembrar la
discordia entre los gobiernos más radicales de la región (Cuba,
Venezuela, Bolivia y Ecuador) y los gobiernos “progresistas”
–principalmente Brasil, Argentina y Uruguay- que pugnan por encontrar un
espacio, cada vez más acotado y problemático, entre la capitulación a
los dictados del imperio y los ideales emancipatorios, hoy encarnados en
los países del ALBA, que hace doscientos años inspiraron las luchas por
la independencia de nuestros países. Si tal cosa llegara a ocurrir es
porque la cancillería brasileña habría pasado por alto, con
irresponsable negligencia, el hecho de que en el tablero geopolítico
hemisférico Washington tiene dos objetivos estratégicos: el primero, más
inmediato, es acabar con el gobierno de Chávez apelando a cualquier
expediente, sea de carácter legal e institucional o, en su defecto, a
cualquier forma de sedición. Este es el objetivo manifiesto y
vociferante de la Casa Blanca. Pero el fundamental, de largo plazo, es
el control de la Amazonía, lugar donde se depositan enormes riquezas que
el imperio, en su desorbitada carrera hacia la apropiación excluyente
de los recursos naturales del planeta, desea asegurar para sí sin nadie
que se entrometa en lo que su clase dominante percibe como su hinterland
natural: agua, minerales estratégicos, petróleo, gas, biodiversidad y
alimentos. Para los más osados estrategas estadounidenses la cuenta
amazónica, al igual que la Antártica, es un área de libre acceso en
donde no se reconocen soberanías nacionales y abiertas, por eso mismo, a
quienes cuenten con “los recursos tecnológicos y logísticos” que
permitan su adecuada explotación. Y, coherente con esta realidad, sería
insensato para Brasil apostar a un equipamiento y una tecnología
militar que lo colocaría en una situación de subordinación ante quien
ostensiblemente le está disputando la posesión efectiva de los inmensos
recursos de la Amazonía. ¿O es que alguien tiene dudas de que, cuando
llegue el momento, Estados Unidos no vacilará un segundo en apelar a la
fuerza para defender sus vitales intereses amenazados por la
imposibilidad de acceder a los recursos naturales encerrados en esa
región?
Lo que está en juego, en consecuencia, es precisamente el control de esa
zona. Obviamente, de esto Obama no intercambiará una palabra con su
anfitriona. Entre otras cosas porque ya Washington ejerce un cierto
control de hecho sobre la Amazonía a partir de su enorme superioridad en
materia de comunicación satelital. Además, la extensa cadena de bases
militares con la que Estados Unidos ha venido rodeando esa área
ratifica, con los métodos tradicionales del imperialismo, esa
inocultable ambición de apropiación territorial. La preocupación que
movió al ex presidente Lula da Silva a acelerar el re-equipamiento de
las fuerzas armadas brasileñas fue la inesperada reactivación de la IV°
Flota de Estados Unidos pocas semanas después que Brasilia anunciara el
descubrimiento de un enorme yacimiento petrolífero submarino frente al
litoral paulista. Allí se hizo evidente, como una relampagueante
pesadilla, que Washington consideraba inaceptable un Brasil que además
de contar con un gran territorio y una riquísima dotación de recursos
naturales pudiera también convertirse en una potencia petrolera y, por
eso mismo, en un país capaz de contrabalancear el predominio
estadounidense al sur del río Bravo y, en menor medida, en el tablero
geopolítico mundial. El astuto minué cortesano de la diplomacia
norteamericana ha ocultado los verdaderos intereses de un imperio
sediento de materias primas, energía y recursos naturales de todo tipo y
sobre el cual la gran cuenca amazónica ejerce una irresistible
atracción. Para disimular sus intenciones Washington ha utilizado
–exitosamente, porque la cuenca amazónica terminó siendo rodeada por
bases norteamericanas- un sutil operativo de distracción en el cual
Itamaraty cayó como un novato: ofrecer su apoyo para lograr que Brasil
obtenga un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas. Cuesta entender como los experimentados diplomáticos brasileños
tomaron en serio tan inverosímil ofrecimiento que franqueaba el ingreso
a Brasil mientras se lo cerraba a países como Alemania, Japón, Italia,
Canadá, India y Paquistán. Deslumbrados por esa promesa la cancillería
brasileña y el alto mando militar no percibieron que mientras se
entretenían en estériles divagaciones sobre el asunto la Casa Blanca iba
instalando sus bases por doquier: siete, ¡sí, siete!, en Colombia en el
cuadrante noroeste de la Amazonía; dos en Paraguay, en el sur; por lo
menos una en Perú, para controlar el acceso oeste a la región y una, en
trámite, con la Francia de Sarkozy para instalar tropas y equipos
militares en la Guayana francesa, aptos para monitorear la región
oriental de la Amazonía. Más al norte, bases en Aruba, Curazao, Panamá,
Honduras, El Salvador, Puerto Rico, Guantánamo para hostigar a la
Venezuela bolivariana y, por supuesto, a la Revolución Cubana. Pretender
reafirmar la soberanía brasileña en esa región apelando a equipos,
armamentos y tecnología bélica de Estados Unidos constituye un mayúsculo
error, pues la dependencia tecnológica y militar que ello implicaría
dejaría a Brasil atado de pies y manos a los designios de la potencia
imperial. Salvo que se piense, claro está, que los intereses nacionales
de Brasil y Estados Unidos son coincidentes. Algunos así lo creen, pero
sería gravísimo que la presidenta Rousseff incurriera en tan enorme e
irreparable yerro de apreciación. Y los costos –económicos, sociales y
políticos- que Brasil, y con él toda la región, deberían pagar a causa
de tal desatino serían exorbitantes.
- Dr. Atilio A. Boron, director del Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires,
Argentina
www.centrocultural.coop/pled
http://www.atilioboron.com