Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe

No se trata de recuperar una imagen. Humala fue raptado desde que conversó con Vargas Llosa, anciano operador de la ultraderecha que ha homenajeado en Lima a Álvaro Uribe. No hay frase del premiado con quince relojes marca Rolex —eso es lo que significa en su caso un premio nobel, es decir, una limosna para el fiel y seguro servidor— que no se ajuste estrictamente a los planes geoestratégicos del primer mundo. Si lo que afirmo no es así, que Humala me desmienta con sus actos, comenzando por perdirle la renuncia al ministro Valdés.

De pronto, si queremos ser potables, debemos justificar que la policía peruana mate impunemente, que los narcotraficantes maten a decenas de soldados peruanos impunemente y controlen porciones del territorio nacional. Debemos jurar que Fidel, Evo, Chávez, Correa, Ortega, Kirchner, Rousseff et al. son fámulos de Satanás.

Pronto cantaremos el himno del Eje del Bien. México, Colombia, Perú y Chile constituyen el Eje del Bien, aceitado por el control de la producción de cocaína y otras drogas que endulzan la vida del primer mundo, a cambio de guerras interminables en nuestros países; guerras que no se pueden ganar porque su función es mantenernos en zozobra, evitar el surgimiento de alternativas regionales y de un modelo económico que reemplace al fundamentalismo de mercado que se sustenta —no me canso de repetirlo— en la superstición: el crecimiento infinito mediante la conquista militar de los recursos naturales en un planeta de recursos finitos, sin ningún remordimiento por los millones de muertos que causan las sanciones económicas, las guerras civiles inducidas, los bombardeos-alfombra, las ejecuciones extrajudiciales, las alianzas con legiones de diablos: Osama bin Laden, Saddam Hussein, los talibanes, los paramilitares  colombianos, los carteles de la droga, los otros tiranos árabes, etcétera. Súmele usted Afganistán y el eje refulge.

Lo dicho arriba no me inspira ninguna confianza en Brasil, Rusia, India y China mientras el BRIC siga alimentando con sus industrias militares el sueño de opio de tomar la posta de las potencias decadentes. Éstas participan con la misma sensualidad que dichos países en las ferias de muerte o ferias de armamento, donde los misiles se confunden con los bombones humanos ofrecidos en minifalda a los mercenarios de la especulación.

El saludo a la bandera habrá de ser reemplazado por la venia a Pinochet y la genuflexión ante el busto de Prat en la Escuela Naval del Perú.

Los presidentes y dictadores de las repúblicas del mundo son empleados de la Nueva Amsterdam, capital electrónica del planeta, no localizable.

Algunos de nuestros poetas recitaron versos a bordo del Huáscar a cambio de un poquito de huasca, reciben premios en Chile, y últimamente son admitidos en los salones del Club Nacional. Esto lo digo con todo el respeto que se merecen los bróders chilenos, mis amigos poetas y el gremio de mozos del Club Nacional.

Los matrimonios de nuestros tenores se celebran en la Catedral de Lima, a todo meter, y la ceremonia la encabeza un very sexy cardenal involucrado en la secta criminal mal llamada Opus Dei. Célebre en nuestros ambientes fascistas, el cardenal pasó como nota a pie de página a la historia de los crímenes de lesa humanidad cuando dijo, en plena guerra civil en el Perú, que los derechos humanos son una cojudez (una boludez, una estupidez). Amén. ¿Parece novela?

No quiero caer en la sátira fácil. Ni en el odio patológico que gobierna la mente del vicario de Cristo en el Perú. Pero tampoco puedo abandonarme a las lucecitas de la Casa de la Literatura. Mi padre era socio del Club Nacional y por ahí anda una acción mía que jamás utilizaré sino para venderla. Por cincuenta dólares al mes, la YMCA de mi barrio nos ofrece a mí y a mi familia los mismos servicios que el Club Nacional, exceptuadas las/los masajistas y la cocaína a domicilio.

Mi tío tatarabuelo firmó el acta de Independencia del Perú, trabajó con José de San Martín y estuvo en la batalla de Junín. El Perú es mi tierra tanto como lo es del minero informal, del obrero de construcción civil, de los soldados enviados al matadero, de los pueblos originarios, de los empresarios y de los migrantes que acogemos.

El Perú no es la tierra ni la chacra de los perros del hortelano, que se inflan los intestinos con la comida que le niegan al hortelano y a las generaciones futuras. No olvidemos lo que los mejores criadores de perros, como Luis Castañeda Lossio, han presenciado: todos los perros, por finos que parezcan, comen carne hasta vomitarla y una vez vomitada se la vuelven a comer. Los perros del hortelano hacen lo mismo y encima no dejan comer a sus gobernados ni a los hijos de sus gobernados. En caso de catástrofe, a los hijos propios, reconocidos y no reconocidos, los mandarán con la necesaria antelación al primer mundo, acompañados de sendas maletas. ¿No?

El ministro Valdés no tiene que recordarle a Humala que se olvide de sus promesas electorales. Más bien Humala debe recordarle a Valdés que no se olvide de implementar, manu militari, sus mentiras. Y el futuro que se arregle entre primeras y segundas damas o geishas, según el caso. Si soy yo el mentiroso, repito, que Humala me desmienta con sus actos.

Esto se lo ha dicho a usted un escritor que sufre de la mácula de haber trabajado para Alberto Fujimori, condenado a prisión por delitos de lesa humanidad, y para Santiago Fujimori, cuya camioneta, asignada por el Estado, participó en la matanza de Barrios Altos.

¿Exagerado? De lo mismo me acusaban algunos familiares cuando les decía que el narcotráfico comprometía seriamente al gobierno de Fujimori. Vale.

* Originalmente publicado en el semanario Siete (www.siete.pe) de Lima, bajo la dirección de Claudio Cano, el domingo 17 de junio de 2012.

 

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