por Juan Sheput
Es cierto que en la mayoría de lugares del mundo los parlamentos no gozan de popularidad pero sí, en muchos de ellos generan respeto. Que se puedan dar leyes a favor o en contra de las mayorías es un asunto que genera polémica y que en clases políticas maduras sirven para el inicio de la docencia ciudadana, esa que busca convencer a los incrédulos.
En nuestro país no es así. Tenemos un Congreso que se ha dedicado a debatir cosas coyunturales o sin sentido, con una angustia por declarar sobre temas intrascendentes, que lo ha convertido de lejos, en el peor que hemos tenido o, como reflexiona Fritz Du Bois "hemos tocado fondo, nunca hemos estado tan mal representados".
Al día de hoy el Congreso ni siquiera ha discutido un tema importante como es la gran reforma política que necesitamos. Para muchos lo que se haga en el Congreso es absolutamente intrascendente. A diferencia de congresos anteriores, ser parlamentario ha dejado de ser un asunto de prestigio. Hoy el Congreso está lleno de personajes populares que no aportan a la discusión y debate de ideas.
Ayer sábado, un prestigioso columnista, Augusto Álvarez Rodrich, señalaba en un buen artículo sobre cómo a la fecha el Congreso peruano no ha podido ponerse ni siquiera de acuerdo en elegir a los integrantes del Tribunal Constitucional, del directorio del Banco Central de Reserva o al responsable de la Defensoría del Pueblo. Lamentable desde cualquier punto de vista. Refleja, en el fondo, nuestra completa debacle institucional, que algunos no quieren ver pero que se traslada a una sociedad indolente que se viene degradando permanentemente como señalara ayer Alfredo Bryce.