por Herbert Mujica Rojas

La insurgencia armada, el levantamiento protagonizado por los cañeros, estudiantes, obreros, hombres y mujeres que la madrugada del jueves 7 de julio de 1932 atacaron el Cuartel O’Donovan en Trujillo, no es sólo un acontecimiento en la historia del aprismo auroral, pertenece, como página gloriosa a la crónica del pueblo peruano y rebasa las fronteras partidarias para significar un hecho que tiene que estudiarse y analizarse por las nuevas generaciones.

 

La mentira, la desidia oficial, la ficción creada por el odio cainita y visceral de los todopoderosos generó y aisló una insurrección para confinarla como un fenómeno solitario, ajeno a los pueblos y no comprometido con lo que entonces era la esperanza de justicia social que encarnó el aprismo temprano y por la que murieron como héroes, miles de luchadores sociales.

Por tanto, como primera premisa de esta noche del pueblo, en honor a la efemérides que celebra hoy 73 años de ocurrida, tenemos que proclamar que Trujillo, julio de 1932, fue el clamor de un pueblo herido y aplastado por un gobierno reaccionario que no dudó en bombardear la ciudad, fusilar sin juicio ni justificación y provocar una separación que duraría decenios entre el pueblo y los militares.

Señal de Alerta

Les invito pues a reflexionar, a 73 años de un acontecimiento que provocó lágrimas combativas y fructificó en el bautizo de sangre para un partido nuevo, el profundo significado de una noche como la de hoy cuando el Perú se debate en los caminos difíciles de la disolución del país, sin miras ni horizontes y cuando los partidos, en lugar de proveer de caminos novedosos, apenas si se han convertido en maquinarias para ganarse un puestito rentado a costas del Estado y en tapadera de conveniencias y negociados que sólo traicionan los anhelos revolucionarios de quienes, como el 7 de julio de 1932, se lanzaron a pelear por el Perú, por su partido y por la victoria de sus ideales.

Un nuevo Perú

Corría el año 1931 y por Talara, Víctor Raúl retornó al Perú. Había comenzado la campaña electoral de ese año pionero en presagios mil, a cual más tenebroso, y marcador indudable de un cambio nacional. Los partidos, hasta entonces, eran clubes de cuchipanda y compadrería; entelequias organizadas para votar por patrones o matones que compraban los sufragios con pisco y butifarra. ¡Cuál no sería el terror de los poderosos cuando brigadas de cientos o miles de ciudadanos con el brazo izquierdo en alto, provistos de pañuelos blancos, cantando himnos libertarios al unísono de voces broncas, masculinas, femeninas, estudiantiles y escolares, obreras y luchadoras, inundaban las calles del país para proclamar su credo antimperialista, su fe en la democracia y su odio indoblegable contra los explotadores de siempre. Eso fue el mensaje redentor del aprismo que invocaba en su Marsellesa a unirse a la nueva religión.

En octubre de ese año, la oligarquía robó el triunfo a Haya de la Torre y colocó al comandante Luis M. Sánchez Cerro en la presidencia. Apenas si 27 representantes apristas llegaron a la Asamblea Constituyente. En corrillos internos, Víctor Raúl había anunciado: ¡quien pierda va contra la pared! Y comenzó el martirologio. Los locales apristas eran asaltados, sus militantes malamente heridos o asesinados como la Navidad de sangre en Trujillo, donde se abaleó a mujeres y niños pacíficos. El Perú enlutecía sus hogares en una pelea desigual, antihistórica, absurda, ignominiosa.

Extraordinario esfuerzo

El escritor y periodista originario de Chepén, Blasco Bazán Vera ha escrito un libro sobresaliente que lleva el título de La Revolución de Trujillo, Primera Insurgencia civil del Siglo XX. Sigo sus líneas fundamentales y describo cuanto él dice en su extraordinario esfuerzo:

“Los revolucionarios habían acordado reunirse en la casa donde se encontraba Manuel Barreto Risco que era una quinta situada en la Av. El Ejército. En una de estas reuniones efectuada el primer día de julio, Barreto informó que tenía en Laredo lista la gente para actuar. Juan Delfín Montoya fue del mismo parecer. La dificultad radicaba en que no se había conseguido los suficientes rifles y carabinas. Se informó que en Laredo sólo se había conseguido una carabina de marca Winchester y que ésta pertenecía a Remigio Esquivel Diestra, natural de Cachicadán, Santiago de Chuco, hermano de Artidoro quien también en esa reunión le acompaña y participaría más tarde en la toma del cuartel. Lo que sí había, y bastante, eran revólveres. Las bombas caseras llegaban al medio centenar. En esta reunión a la que asistió la totalidad de los jefes comprometidos con la revolución se le preguntó a Barreto sobre el Plan Definitivo, respondiendo éste que el objetivo principal era tomar el Cuartel O’Donovan, por asalto. Les informó, sin dar a conocer quienes de la tropa estaban comprometidos con los rebeldes. Mencionó el apoyo de los soldados Vivanco y Chávez y del soldado Valera, cocinero del cuartel, además de 4 centinelas que el día del asalto estarían como tales.”

Coordinaciones vitales

Narra Bazán Vera: “Preguntado Barreto sobre el día que se efectuaría la toma del cuartel, respondió que eso lo determinaría en breves días. Mientras tanto, el Comité Central del Partido Aprista de Trujillo que dirigía Agustín Haya de la Torre, hermano del jefe del Apra, integrado además por José Alberto Tejada, Augusto Silva Solís, Ricardo Montoya, Daniel Porras, Leoncio Galarreta, Francisco Fernández y otros, estaba al tanto de las actividades que realizaba Barreto y sus demás hombres, entre ellos Alfredo Tello Salavarría o también conocido años más tarde como Manuel Céspedes o Segundo López o ingeniero Díaz, quien al manifestar sus recuerdos sobre esta revolución, dice: “Búfalo me escogió como uno de los hombres-base, manifiesta. La misión era conseguirse de 90 a 100 hombres para la toma del cuartel O’Donovan. El golpe debía de darse después del 7 de julio pero por una serie de circunstancias se adelantó la fecha”. (Diario NorPerú, página 1, 20-set-1945).

Secreto a voces

“El martes 5 de julio –cuenta Bazán Vera- ya se sabía sobre este acto sedicioso tanto en los corrillos callejeros como en los oídos del gobierno y hasta en las direcciones de los diarios como La Industria y La Nación, ambos de la ciudad de Trujillo. A la redacción de La Industria llegó la noticia este 5 de julio de que “se anunciaba que de un momento a otro estallaría un levantamiento provocado por los apristas”. El día miércoles 6 fue alertado, sobre este hecho, el Subprefecto y también el Jefe de la Caja de Consignaciones. A este último se le hizo conocer mediante un anónimo. Sin embargo, “el día miércoles pasó en absoluto normalidad. Nosotros no volvimos a recibir ningún aviso y hasta nos despreocupamos del asunto”, escribió el director del diario La Industria don José Eulogio Garrido Espinoza en la página 1 del día 13 de julio de 1932. Tanto se había anunciado la revolución que ya no se daba credibilidad a la fecha que explotaría. Por su parte, la Comandancia General del Ejército había dispuesto que la compañía del regimiento de Infantería No 1 acantonada en el Cuartel O’Donovan a mando del capitán Demetrio Martínez, jefe de los alfereces Carlos Valderrama, Raúl Escobar y Carlos Herrera y de 69 soldados que la conformaban, debería, el día jueves 7, estar en el puerto de Salaverry para embarcarse en el vapor Urubamba rumbo a Paita.”

Días decisivos

“Mientras tanto, ese mismo día, miércoles 6 de julio, Daniel Porras, miembro del Comité Aprista Trujillano, hacía conocer a su Secretario General que Barreto haría estallar la revolución en las próximas horas. Inmediatamente Agustín Haya de la Torre, comprendiendo lo que para muchos era un simple rumor, no lo era para él, que bien conocía la intrepidez del líder obrero, ordenó tomar la providencias del caso y aunarse a lo que iba a hacer Barreto no sin antes indicarle a José Alberto Tejada Lapoint, vaya donde Búfalo y trate de disuadirlo”, cuenta Vera Bazán en su antecitada obra.

Protestas de Barreto

“¡Basta ya de esperas! ¡Estoy cansado de prórrogas!.... el asalto se hace hoy porque sólo hoy se puede triunfar. Las fuerzas del cuartel están debilitadas. Parte de ellas y gran parte del parque serán embarcadas para Paita dentro de algunas horas. Van a las Fiestas del Centenario. De manera que el cuartel se queda con pocos efectivos. Dentro de dos o tres días, vendrán nuevas tropas a reemplazar a las que se van. Este es el momento. Así me lo han advertido los cabos y los sargentos comprometidos dentro de la Artillería… ¡Ahora o nunca! Me han dicho. Después ya no nos ayudarán. No hay, pues minutos que perder. Yo tomo ahora mismo el cuartel…..ya lo saben”. (La Revolución de Trujillo, Alfredo Rebaza Acosta, página 40-41, 1934).

Apoyo total

“Informado Cucho Haya de la Torre del resultado de la conversación sostenida, ordenó apoyar a Barreto en la decisión tomada. Al fin iba a desencadenarse una revolución que el mismísimo Víctor Raúl Haya de la Torre venía preparando desde el mes de diciembre de 1931 como nos lo hace saber –cuenta Bazán Vera- Alfredo Tello Salavarría en una entrevista que le hiciera Ismael León del diario La República el 7 de julio de 1982 a quien le declara: “Algunos militares demócratas como el coronel Pardo amigos del Partido Aprista Peruano, ya se habían reunido en Trujillo con los comandantes Julio P. Silva Cáceda y Delgado preparando una verdadera revolución con el fin de traerse abajo al gobierno de Sánchez Cerro. Haya de la Torre –sigue diciendo Tello- encargó personalmente a Barreto la organización de los civiles proclives y entre estos estaba yo como jefe de un grupo que contaba con 100 hombres entre trabajadores del ferrocarril, el muelle de Salaverry y universitarios.”

Dificultades enormes

Tello recuerda que por esos días de la revolución, se encontraba enfermo de paludismo y dice: “Justamente el día 6 me atacó la terciana. Como tenía fiebre estaba en mi casa, cuando eso de las 6 de la tarde se me presentó un comisionado de Búfalo que me dijo que para esa noche necesitaba mis 100 hombres porque iba a ataca el cuartel. Tuve pues que dejar la cama y fui a hablar con él. Y entonces hemos discutido como tres horas. Yo quería disuadir para que no empezara nada, porque yo estaba en autos de lo que el Comité había preparado y tenía entre manos. Cucho Haya de la Torre, fugitivo y escondido como estaba, había mandado, a un delegado a Chile para que traiga al comandante Jiménez, a quien los militares pedían que fuera el “jefe de la revolución”. Pero ya Búfalo había organizado los cuerpos de trabajadores de las haciendas y los había entusiasmado tanto que el pueblo le exigía que ya dé la orden para empezar la revolución. Hasta llegaron una vez a tratarlo como cobarde porque había dado varios plazos y los había postergado igual de veces. Como lo vi tan decidido me vi obligado a hacerle una confidencia: “Mira –le dije- de lo que se trata es de esperar la llegada de Jiménez que debe estar en camino. Pero, sigue diciendo Tello, Búfalo era un tipo muy impulsivo me contestó: ¡Para qué tenemos que traer a Jiménez, si tan hombre soy yo como Jiménez!. Yo le contesté que no se trataba de hombría, sino que Jiménez tenía conexiones con los militares. Y le discutí eso. No ha habido revolución en el mundo que se haga contra los militares. Siempre las revoluciones son: el pueblo uniformado y el pueblo civil. Si los dos están de acuerdo, entonces se hará la revolución. Pero cuando ya vi que no lo podía contener le dije: Está bien, mis hombres están listos, dame las órdenes. Entonces, me llevé otra sorpresa. Se subió a un poyo que había en la habitación y señalándome el cuartel me dijo: Mira, las armas están allá, y todo el que tenga un buen par de pantalones va conmigo a tomar el cuartel. Bueno, le dije: ¿y qué tengo que hacer?. Te toca tomar el retén, me contestó. Dispón, me dijo, que a las dos de la mañana, con el segundo toque de la Catedral, empiezan. ¡Y al que se adelanta lo fusilo! Nos advirtió!”.

Comienzan los aprestos

Apunta Vera Bazán en libro que ha consagrado a esta gesta insurgente: “Por último se tomaron los siguientes acuerdos: 1) el santo y seña sería: Barreto Risco 2 de la mañana; 2) el ataque comenzaría al sonar el segundo toque del reloj de la Catedral que anunciaba las 2 de la mañana. Y, por supuesto no faltó la consigna, como lo dice Artidoro Esquivel Diestra a quien se le dio la misión de darlas a conocer a los rebeldes de Laredo. Estas fueron. 1) Fusilar al que retroceda; 2) Prohibir fumar; 3) Nadie va embriagado.”

“A las 9 de la noche (miércoles 6 de julio) Barreto Risco, dio las últimas instrucciones a los jefes de grupo. Dejó su casa, sita en la quinta de la Av. El Ejército de Trujillo y se dirigió a Laredo. 130 hombres de esa hacienda, al mando de Remigio Esquivel Diestra lo esperaban blandiendo sus hachas, garfios y machetes: momentos después todos partieron hacia Trujillo a reunirse en el lugar indicado. A las 11 de la noche ya Tello se encontraba con sus hombres en el campo de aterrizaje de Trujillo. A esa misma hora, todos los grupos con sus jefes partieron hacia el Cuartel O’Donovan. Atravesaron la línea del tren al Valle de Chicama. Llegaron al Platanar y allí se agazaparon tras los montículos y las tapias del camino a Mampuesto para luego, Delfín Montoya, Sergio Quiroz Loaces, Manuel Valverde, Castañeda, Terán, Cuervo, Nunca y otros jefes, dirigirse cada uno al frente de su grupo a posesionarse definitivamente de los alrededores del Cuartel y esperar ejecutar el momento decisivo”.

Testimonio de primera

“Veamos –anota Bazán Vera- lo que nos dice el revolucionario Federico Echeandía C. quien para escribir lo que él realizó como verdadero protagonista de estos hechos, se escondió bajo el seudónimo de Félix León Echague, coronel venezolano”. Echeandía solicitó la ayuda del escritor Nicanor Alejandro de la Fuente, Nixa, que adoptó el seudónimo de Alejandro Nureña de la Flor y así, mientras uno relataba (Echeandía) y el otro escribía (De la Fuente), hicieron nacer el libro Lo que vi y lo que sé de la Revolución de Trujillo, 1934.”

Echeandía, primero, nos hace conocer el relato que a él le hiciera un estudiante universitario y nos dice: “Este joven, como de 23 años, me refirió el inicio del movimiento”. (Ese joven universitario fue Luis Gonzáles Pinillos, estudiante de los últimos años de jurisprudencia en la Universidad Nacional de San Marcos.-Nota del autor Bazán Vera- y sigue diciéndonos: “Serían unos 200 hombres los atacantes donde habían estudiantes, choferes, braceros de las haciendas, empleados (…) Todos jóvenes. El único mayor de edad era Delfín Montoya. Los otros apenas asomaban el que más, a los 35 años (….) Contaban con algunos revólveres, tres carabinas, bombas de fabricación nacional, machetes (…..) Un material bélico nada favorable para capturar un cuartel en donde, aparte de haber un regimiento de Artillería, estaba alojada una compañía de Infantería, debidamente provista de toda clase de material de guerra, nos dice, para agregar…. Era la fe la que impulsó a esta acción revolucionaria y el valor recogido en la experiencia diaria como consecuencia del rigorismo tiránico del régimen del señor Sánchez Cerro….”. (Félix León Echague, p. 53).

Se rompen los fuegos

En su capítulo III de La Revolución de Trujillo, Primera Insurgencia Civil del Siglo XX, rememora Bazán Vera: “Búfalo Barreto, antes de marchar, arengó a sus huestes. Con el brazo izquierdo en alto juraron todos cumplir hasta la muerte como estaba ya acordado. Luego, fijaron su mirada en el cuartel que lo tenían más cerca que nunca…………… Faltando diez minutos para los dos de la mañana Víctor Peláez se acercó a su grupo y solicitó enérgicamente un voluntario para matar al centinela. Víctor Eloy Calderón, quien había vivido más de tres años en dicho cuartel, aceptó la propuesta, y así todos los sublevados protegidos por la oscuridad de la noche comenzaron su marcha hacia el cuartel rodeándolo totalmente.”

La Revolución de Trujillo

“Tello Salavarría que conocía muy bien la zona del cuartel pues muchas veces había estado haciendo maniobras blancas con su gente, sabía cuanto tiempo se necesitaba para llegar corriendo hasta el retén desde el sitio en que ya se encontraba con su gente. Decidido y al mando de sus 100 hombres se deslizó por el lado de la cancha de tenis. Escuchó la primera campanada del reloj de la Catedral y sin esperar la segunda y con la voz de arenga de….¡Adentro! ¡Adentro! se lanzó sobre la cuadra del retén tomándola a fuego cernido. Recogió los fusiles y bastante munición. Oscar Idiáquez iba cerca de Nureña también gritando ¡Adentro compañeros! Y luego, ambos, se perdieron de vista. Víctor Peláez tomó el pabellón principal y Montoya con los suyos ingresaron por los albañales del reservado pero su hazaña fue cortada por un certero balazo que le destrozó el riñón.”

Traición mata a Búfalo

“Víctor Calderón se lanzó a la carrera y de dos certeros disparos derribó al centinela de apellido Tarazona, pero una también certera bala disparada por el retén, lo hirió gravemente. Barreto sintió el golpe de la piedra lanzada por Sebastián Valera (cocinero del cuartel), arrojándose al ataque, pero no sabía, quizá lo supo sólo al recibir la ráfaga mortal, que Salomón Arancibia lo había traicionado.  Fue Arancibia quien alteró los planos que el mismo Barreto le encargó confeccionar con el fin de conocer detalladamente los compartimientos del cuartel, de manera que, al pabellón de la izquierda, donde debían estar los clases y soldados simpatizantes con el PAP, Arancibia los colocó en el lado opuesto. Búfalo, resuelto y confiado se dirigió al pabellón supuestamente amigo, de donde pensaba obtener armas. Encontró la puerta cerrada porque ya se había cambiado de guardia. Recurrió a su fuerza física y de un estruendoso empujón la derribó. Ingresó al cuartel en compañía de otros insurgentes pero a 10 metros de hacerlo, cayó fulminado por un tiro en la garganta y otro en los testículos. Sus demás compañeros también fueron acribillados. “Los apristas ya dentro del cuartel no sabíamos qué hacer, narra Víctor Nureña, pues, la gente de dentro que tenía que alcanzarnos las armas, conforme se nos había ofrecido, no aparecía. Yo tenía dos bombas que las había fabricado en mi trabajo”. (Escrito inédito de Nureña). A Salomón Arancibia, natural de Chepén, de oficio talabartero, el 2 de febrero de 1937 se le halló muerto en el bosque Matamula de Lima.”

Fuerzas de flaqueza

“Muerto Barreto, inutilizado Montoya, la revolución y los revolucionarios quedaron sin guías. Remigio Esquivel se acercó a Tello y le dijo: “mataron a Búfalo”. Tello lo hace callar y le pide que no debe saberlo nadie y que diga que Búfalo se encuentra conferenciando con el comandante Silva porque se va a rendir el cuartel. Ya se llevaba hora y media de lucha y el que asumió la conducción del movimiento insurgente fue el sargento Bustamante. Tello ya había capturado a varios oficiales entre ellos a Goycochea, al capitán Herrera, al teniente Padilla que fueron depositados en el sitio donde se posesionaban los jueces de tenis. Al respecto, dejamos la palabra al mismo Tello quien dice: “….pero en eso el capitán Herrera se salió de su sitio y se enfrentó al sargento Bustamante. ¡Quién es el jefe aquí, carajo! le gritó y el otro se le cuadró. La cosa se ponía fea, entonces yo aproveché mi estatura pequeña, como no me vio, salté como una fiera y le metí un culatazo en las mandíbulas al capitán. Se cayó y le ordené a mis hombres: ¡Fusilen a éste!. El oficial se asustó, el sargento ya se recuperó, tomó su fusil y lo mandé a que asegure a Herrera junto con los demás y la lucha siguió”. El combate duró hasta las siete de la mañana, sigue diciendo Alfredo Tello. “Hubo una parada de 30 minutos, algo así porque uno de los hombres que yo tenía se equivocó. Vio un cuarto iluminado y creyó que allí se había escondido alguien. Entonces tocó la puerta y como no contestaban metió una bomba –bombas hechas con un poco de dinamita y perdigones en un tarro de quáker” que cayó al dínamo de la luz y nos dejó a oscuras. Allí se aprovecharon varios prisioneros entre ellos el alférez Valderrama, para fugar con una cantidad de tropa. Así que hice abrir ese cuarto, se arregló el dínamo y siguió entonces el combate. La tropa tenía miedo de que nosotros abriéramos el pañol de los cañones. Todos sus disparos eran para evitar que tomáramos esa puerta, pero hombre que entraba allí caía muerto. Recuerdo al cabo Valera, sigue diciendo Tello, que era cocinero. Tenía como 20 tiros en el cuerpo y no moría. No teníamos enfermeros, materiales para curar a nadie. Valera vino hacia mí y me dijo: “Hermano, me muero de frío”, le di una frazada, y allí abrazadito junto a mí se murió. Desangrado. Y seguíamos disparando”.

Capturan los cañones

“Tello, recordando ese momento sigue diciendo: Bueno, pero felizmente entonces hemos contado con un viejito apellidado Muñoz, que era mozo de un restaurante campestre trujillano llamado Los Ñorbos. El fue el último que en una avalancha se tiró contra la puerta, con todo, la rompieron, gracias también a que con tanta bala estaba hecha astillas y pudimos sacar los dos cañones. El problema era entonces que, si es verdad que tenía balas, en cambio no tenían espoletas ni estopines, de modo que no se podían disparar………………….El fuego se había generalizado por todas partes. La Infantería también se batía con fiereza. Las bombas caseras de los rebeldes comenzaron a funcionar. Arreció el tiroteo. Fue el atacante Víctor Nureña, de quien Tello en su relato –cuenta Bazán Vera- no da el nombre, el que arrojó la bomba hacia el cuarto y el mismo Nureña narra esta pasaje de la siguiente manera: “…de las bombas que había fabricado en mi trabajo prendí una y la lancé contra la puerta de una cuadra, voló la puerta, y qué alegría, dicha cuadra estaba llena de fusiles y municiones. Cada uno agarró el suyo con sus respectivas cacerinas de balas y comenzó el ataque a fuego violento y cada uno tomaba el sitio que le convenía ya que desapareció el control o mando diría yo. Pero lo peor del caso era que la mayoría de los compañeros no sabían manejar los fusiles así que formamos grupos de a tres y de a cuatro para enseñarles el manejo. Allí, agazapados cubriéndonos en una pequeña tapia en quince minutos sacamos buenos fusileros. Todos los de mi grupo éramos Dorados y habíamos recibido enseñanza y manejo de toda clase de armas, prevención y defensa a la persona del Jefe, etc, etc, y todo esto por el general Atagalpa Montezuma quien vino de Nicaragua el 31 no sé si mandado por Sandino o por iniciativa propia. La cosa es que este general que pertenecía a la guardia dorada de Sandino, nos hizo formar en Trujillo con los compañeros seleccionados una Guardia Dorada de 120 compañeros. Arrecia el combate en el cuartel. Me doy cuenta que nos estamos tiroteando con la gente de Búfalo. Busco a mi gente, y me dicen que Jorge, Orfilio, Azabache y los Iparraguirre se han ido a la línea a parar a la Guardia Civil que viene en defensa del Cuartel O’Donovan. Sigo hacia la derecha y me encuentro con Alfredo Tello y le digo: Mira, Alfredo, nos estamos tiroteando con los compañeros de Búfalo. Me responde: Anda y haz calmar el fuego, me ordenó. Le respondí: ¿cómo voy a pasar con ese fuego graneado que hay! Me replicó ¡Tú vas carajo o te mato! Ante tal orden y como Dorado, recordé que las órdenes no se discuten. Le pasé la voz a Miguel Sagástegui que estaba a mi lado y le dije: ¡Vamos Miguel! Comenzamos a cruzar el cuartel por entre las cuadras arrastrándonos y cubriendo el fusil con el cuerpo y las sombras de los álamos. Avanzamos unos 80 metros en más o menos una hora”….. (escrito inédito de Nureña).

Ingreso a Trujillo

Describe Bazán Vera: “A las 7 de la mañana del jueves 7 de julio de 1932, las fuerzas revolucionarias hicieron su ingreso a la ciudad por la Plaza Bolognesi. Hagamos una minuciosa observación entre lo que relata el escritor Alfredo Rebaza y lo que relata Federico Echeandía. Minuciosa y necesaria observación, que nos permitiera no olvidar que Rebaza narra los hechos que recogió, y al contrario, Echeandía, relata los hechos que realizó. Rebaza escribe: “No sería posible describir el cuadro estupendo que se ofrecía a la vista. El pueblo triunfador arrastrando los cañones daba el espectáculo homérico de su arrogancia. Hombres rotosos y polvorientos, armados de hoces, de machetes, de cuchillos, daban retumbantes vivas, con los ojos brillantes de júbilo. Algunos traían gorros de piel de conejo y otros ostentaban colgadas al cinto las espadas de los oficiales. Detrás venía, formado en rígidas columnas, el ejército aprista de la Revolución. Todos habían adoptado un aire marcial improvisado. Todos traían sendos fusiles y cartucheras repletas. Algunas mujeres entusiastas habían subido sobre los cañones. Se oían las notas electrizantes de la Marsellesa y de las puertas y boca-calles salían alaridos de alegría de parte de los espectadores. Millares de bocas lanzaban este rugidor: ¡Viva el Apra!

“Leamos lo que relata Echeandía: En este preciso instante, una espesa ola de polvo, se levanta lejos, más allá del Parque Bolognesi, en la avenida que conduce al Cuartel O’Donovan, anunciando a la inquieta ciudad de Trujillo la entrada del grueso de los revolucionarios. En medio, recortando ese telón plomizo, parecía que el monumento al héroe de Arica, en una alternativa histórica, nuevamente con su pistola encendida de fe y patriotismo, estuviera a la cabeza de esos hombres guiándolos hacia el triunfo de sus ideales libertarios.

Estos hombres, formados en compactas columnas civiles traían sobre sus rostros una expresión extraña. Esa expresión de terror, de grandeza, de amor esperanzado, de lucha, que hay en todo forjador después de una victoria. La mala noche, el fragor del combate, el anhelo de muchos anhelos, de muchos laureles de justicia para curar sus propias carnes mordidas por los fieros lebreles de la tiranía, les daban cierta marcialidad, cierta gravedad en el paso lento y soberbio, que yo, uniéndome a ellos, les seguí en su desfile inicial.

Delante venía un cañón Krupp, enseguida, caídos por el peso de la derrota, acaso por el peso de la incomprensión de ese instante histórico que vivía el país arrepentido quizás, caminaban los jefes y oficiales del O’Donovan en condición de prisioneros……No pocos venían bañados en el rojo de esa tinta indómita y salvaje que corre por las venas del indio peruano. La sangre de sus propias heridas, y las de sus compañeros, que habían muerto en el primer choque, les habían favorecido con sus manchas gloriosas. El sacrificio, el anhelo, el sueño mal alimentado por la persecución y el odio, habían tenido su recompensa magnífica para estos sedientos de libertad en esas manchas de sangre, en ese fusil que portaban, en ese quepí militar, en los galones de esa polaca que caía severamente sobre sus humildes pantalones de trabajadores.

Comienzan los desmanes

Escribí en el 2001 narrando cómo se hizo El Partido del Pueblo. Historia Gráfica del Aprismo: “En febrero de 1932, el año de la barbarie, los constituyentes apristas fueron apresados y deportados. Víctor Raúl perseguido fieramente, cayó preso en mayo. A los pocos días, la marinería se subleva y fusilan a 8 de ellos por el delito de alzarse en nombre de la democracia. La madrugada del 7 de julio, los cañeros, estudiantes y militantes apristas se alzan en Trujillo y toman a sangre y fuego el Cuartel O’Donovan. Manuel Búfalo Barreto es el primero en caer y su valentía bautizó a los apristas por décadas pues la tradición oral consagró como “búfalos” a todos los del partido.

Y la barbarie estalló ensañándose con crueldad rayana en lo más oscuro del alma imaginable contra Trujillo. El pueblo fue bombardeado por la aviación y los combates se sucedían a diario. Fue entonces que el heroísmo dio lecciones y escribió su impronta para elevarse como huella imborrable a los fastos de la historia popular del Perú. Es historia que no se lee en los textos escolares, porque el odio cainita pudo más y se ha pretendido negar que esto ocurrió. Y sin embargo así fue. Los estudiantes que fugaron con los fusiles de sus prácticas pre-militares disparaban contra los soldados desde las copas de los árboles y caían cuando el agotamiento de sus fuerzas era un hecho o porque el parque de municiones había colapsado. Víctor Raúl nos contaba cómo los jóvenes sangraban de tantos culatazos y fogonazos pero persistían en la cumbre de su valentía hecha realidad fragorosa. Ninguno, probablemente había leído El Antimperialismo y el Apra o alguno de los textos propagandísticos del partido. Sin embargo, a la hora suprema de la lucha, acudieron premunidos de su hombría o femeneidad para decir presentes en la ocasión del sacrificio. Las mujeres como Agripina Mimbela bramaban carajos instando a no bajar la guardia y alimentando a sus combatientes. Los compañeros se turnaban en las guardias para avisar de los avances militares y de la presencia de soplones, esa raza maldita que encontró en Montesinos y en Fujimori, sus patrocinadores más sucios en los últimos tiempos. Los médicos socorrían a los heridos y los más jóvenes enlazaban al partido con sus dirigentes cuando se podía. La persecución no daba tregua.

El Comercio se encargó de difundir historias absurdas que engañaron a muchos peruanos sobre la verdad de lo ocurrido en Trujillo. En cambio nunca habló de los paredones que empezaron a fusilar por decenas y centenas a los trujillanos. Ni las lágrimas ni los ayes más dramáticos pudieron hacer nada contra las draconianas órdenes que Lima impartía. Había que escarmentar a los apristas y la única forma era fusilándolos. A más de siete décadas de 1932, no hay en Trujillo familia alguna que no tenga entre sus integrantes, algún caído en la Revolución.

Trujillo, cuna y tumba del fundador del Apra, fue, pues, la respuesta insurreccional y bravía de un pueblo malamente armado pero galvanizado en su aspiración de justicia social hasta la más íntima fibra. Hasta hoy aguarda a los trovadores que canten su epopeya de hombres de acero, insobornables e incontaminados. Trujillo 1932, representa el bautizo de sangre de la generación que fundó el Aprismo y esa lección no debe ser jamás olvidada.”

Consecuencias

En el libro que sigo con lealtad por ser un estudio recientísimo y valioso sobre la Revolución de Trujillo, Blasco Bazán Vera anota lo siguiente:

1)      Los protagonistas de ambos bandos guardaron un sepulcral silencio de todo lo acontecido. No un silencio cómplice, sino, prudente, pues, luego de los heroicos episodios que cada grupo realizó en julio de 1932, optaron por callar, concientemente todo lo sucedido.

2)      Esto devino que las universidades, fuentes de toda clase de información, se vieran disminuidas al no poder incluir en su currícula estos acontecimientos sociales. Debemos suponer que esta postergación obedeció a determinaciones fáciles de imaginar.

3)      El interesado y sibilino criterio de casi todos los gobiernos de negarse a sacar a luz la verdad de los hechos, dio lugar a la aparición de muchos libros sobre historia del Perú pero, en ese capítulo, deformaron la narración de muchos episodios y en otros, no los presentaron. Esta deformación y también mutilación, unidos al contundente silencio de ambas partes (gobiernos y rebeldes), los primeros por tratarlos mediana y tibiamente y los segundos, los rebeldes, por guardar para sí los hechos como trofeo de guerra, desfavoreció grandemente para conocer la realidad de lo acontecido.

4)      La determinación irracional de muchos interesados de señalar a los revolucionarios como causantes de la cruel masacre que sobre los militares se perpetró la madrugada del domingo 10 de julio. Esta leyenda negra persiste aún hoy sellando a los insurgentes como culpables de tan cruel acto por lo que se hace imperativo desterrarla definitivamente. No podemos hacer lo mismo con el macabro baile realizado por la alta sociedad de ese entonces en el Club Central de Trujillo en pleno fragor de estos luctuosos hechos.

5)      El rompimiento de la íntima camaradería de dos grandes amigos fundadores del prestigioso Grupo Norte: Antenor Orrego Espinoza y José Eulogio Garrido Espinoza, unidos en amistad desde 1914 a causa de encontrarlos la historia al frente de la labor periodística dirigiendo los más opuestos e impetuosos diarios del momento: El Norte, en manos de Orrego depositario de todas las inquietudes de las clases desposeídas, especialmente de los cañaveleros del Valle de Chicama y La Industria, en ese contexto, inclinada a las clases oligárquicas, bajo la dirección de Garrido Espinoza. A esto hay que agregar la desinformación que daba el diario La Nación de propiedad de Víctor Larco Herrera a la que se unió El Liberal, ambos editados en Trujillo. El diario El Comercio de Lima, como hemos demostrado, estuvo cruelmente desatinado en sus informaciones.

6)      Trujillo, como ninguna ciudad del mundo en aquel entonces, fue castigada por aire, mar y tierra por la fuerza militar de su propio país. Caso semejante aún no había sucedido en América.

7)      Aparecieron libros tratando este incidente social como si los sucesos hubieran sido producto de la imaginación. Entre esos libros incluimos los editados por Guillermo Thorndike, Leoncio Rodríguez Manfourt, etc, que dieron lugar a la casi aproximación de querer narrar estos acontecimientos pero más imperó la imaginación y lo novelesco en sus escritos.

8)      Jamás, en la historia del Perú se llegó a fusilar a tanta gente, ya sea por la ley dictada por la tristemente célebre Corte Marcial instalada en Trujillo o por los que sin ley dictada, fueron trasladados en camiones, sin contemplación alguna, para ser pasados por las armas en las ruinas de Chan Chan. “Por lo menos un millar, le dijo años más tarde Luis A. Flores a Francisco Belaunde Terry, según testimonio de éste”. (Enrique Chirinos Soto, Historia de la República: 1930-1945, Tomo II, p. 84).

9)      También hoy ya tratamos que el libro Lo que vi y lo que sé de la Revolución de Trujillo, escrito por el coronel venezolano Félix León Echague con el hermoso prólogo de Alejandro Nureña de la Flor, es el más indicado para conocer en parte y con genuina precisión los sucesos de aquella revolución. Doy a conocer que tanto el coronel venezolano y el prologuista son seudónimos empleados por sus autores y uno de ellos sí participó directamente de este episodio.

10)  De los sucesos históricos que devinieron como resultado del enfrentamiento entre el obrero organizado contra la dupla insensible del patrón-policía casi nada se conoce. La juventud de esta parte del Norte del Perú o de toda la juventud peruana, desconoce esta realidad soslayada concientemente por lo que se hace urgente e impostergable necesidad conocerla en toda su dimensión.

11)  Leyendo los libros editados, y que son pocos, sobre la Revolución de Trujillo de julio de 1932, juntando testimonios de los actores directos, almacenando periódicos de la fecha, recurriendo al Libro de Sesiones del Concejo Provincial de Trujillo, determinamos que esta Revolución no debería estar silenciada un instante más porque encierra la bravura de uno y otro bando: revolucionarios y defensores del orden, dignos de resaltar.

12)  Ninguna autoridad militar, ni política, ni aún la Corte Marcial, se preocupó de, por lo menos, iniciar una investigación para dar con los culpables de la masacre en la cárcel. Al menos, los hechos así lo merecían.

13)  El surgimiento de una separación no fundamentada entre dos instituciones importantes en la historia del Perú.

14)  Imposibilidad para efectuar reformas al no conocerse con precisión el Plan Reformista (si es que lo hubo) de parte de los rebeldes por causa de la temprana desaparición de sus cabecillas. Esto dio lugar a la toma de imprecisas acciones de defensa que fueron diluidas por la estrategia y poderío militar.

15)  El despoblamiento de la ciudad de Trujillo por muchos de los comprometidos y también no comprometidos con la revolución que huyeron para salvar sus vidas.

Todos los días son nuestro 7 de julio

Hoy en la tribuna de algo más de 47 años, confío en que los más jóvenes entiendan que el aprismo fue y debe ser, o seguir siendo, una escuela para la vida, no para la sensualidad que otorgan los buenos sueldos y las mujeres fáciles o los puestos de favor, sino escultura esforzada de artistas sociales que tienen por meta el cumplimiento de las ambiciones de pan y libertad. Recuerden que esas fueron las banderas de los chicos que cayeron combatiendo en la Revolución de Trujillo y en tantas otras intentonas insurgentes del aprismo.

Por eso creo que frente a lo que acontece en el país, todos los días son nuestro 7 de julio. Hay que derrumbar los castillos de inmoralidad que aniegan los diques pestilentes del entreguismo de que hace gala este gobierno con sus concesiones, privatizaciones rabiosas y sus TLCs concesivos y claudicantes.

Todos los días son nuestro 7 de julio cuando fuerzas profundamente antipatriotas quieren que Perú adhiera a la Convención del Mar que mutila nuestro mar territorial de 200 a 12 millas y que no es más que una tapadera jurídica para las traiciones sucesivas que se han venido cometiendo contra el Perú, como la que denuncié hace pocas semanas, en noviembre de 1999, cuando las conversaciones con Chile en torno al Artículo 5to del Tratado del 3 de junio de 1929.

Todos los días son nuestro 7 de julio cuando se pretende que votemos o sigamos votando por políticos inmorales acostumbrados a vivir de la ubre del Estado cuando a diario venden sus favores por leyes con nombre propio y negocios particulares que no interesan al común de los peruanos.

Todos los días son nuestro 7 de julio porque se pretende que comulguemos con una globalización que viene hecha llave en mano y para que obedezcamos, cual borregos de ínfima categoría, mandatos ajenos a nuestra realidad y sin ninguna pizca de dignidad o amor al terruño.

Todos los días son nuestro 7 de julio porque hoy que evocamos la efemérides de los héroes que tomaron el Cuartel O’Donovan y que resistieron unos pocos días en Trujillo, hicieron de su convocatoria un deber y de su sacrificio una historia que no debe ser nunca olvidada.

Todos los días, queridos amigos y amigas, son nuestro 7 de julio porque hay que ser como los árboles que mueren de pie y porque somos los creadores de la nueva voluntad de higiene de la política peruana que tiene, látigo en mano, que limpiar el templo de tantos mercaderes y traidores a los que habría que fusilar para que no resuciten por nunca jamás.


Muchas gracias.

Conferencia, Huacho, 7-7-2005

http://www.voltairenet.org/Todos-los-dias-son-nuestro-7-de