Cardenal Gerhard Ludwig Müller |
Por Rocío Ferrel*
El Vaticano realiza el Debate de los Padres Sinodales, donde se están discutiendo aspectos de la moral católica en la actualidad, que incluyen el papel de los homosexuales en la Iglesia Católica. “Con relación a los homosexuales se puso de relieve la necesidad de aceptación, pero con la prudencia adecuada, con el fin de no crear la impresión de una evaluación positiva de esa orientación por parte de la Iglesia. La misma atención se solicitó por cuanto respecta a las convivencias”, reporta el Sistema de Información del Vaticano.
Aspectos morales, litúrgicos y otros han experimentado cambio en la Iglesia Católica, como la vestimenta, el rol de la mujer, etc., pero lo que no cambia es la doctrina. En cuanto a la homosexualidad, tanto el Antiguo Testamento (AT) como el Nuevo Testamento (NT) son clarísismos. En el AT se condena la sodomía con la muerte, mientras que en el NT viene el perdón a la mujer adúltera. Sólo habla Jesús de muerte para quien escandalice a los niños.
La conducta homosexual se cuenta entre los pecados de lujuria, como adulterio, el incesto, el bestialismo, etc. Queda muy claro que se trata de pecados, y como tales, deben abandonarse (Rm. 1:24-27, 1 Ti 1:10). Por ejemplo, en 1 Co 6:9 se lee: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones.”
Para la homosexualidad no se puede argumentar factores biológicos, pues incluso personas con serios desbalances hormonales no incurren en este comportamiento. En mujeres, los casos graves se evidencian en el crecimiento de barba y en hombres en el crecimiento de senos, pero esto no acarrea comportamiento homosexual. Por tanto, el comportarse como homosexual depende de la voluntad de la persona. Indudablemente, lo cultural, social y educativo juegan un rol muy importante. Además, está demostrado que se puede abandonar la conducta homosexual.
El pecado es la rebelión contra la voluntad de Dios y todo pecado se limpia con el arrepentimiento, la reparación, la penitencia. Admitir públicamente un pecado sin arrepentirse es un mal ejemplo para la sociedad.
El solo hecho de proclamarse homosexual es persistir en el pecado, que se agrava por ser público, por el escándalo. La única forma en que los homosexuales tengan un lugar en la Iglesia es en calidad de pecadores que intentan luchar contra su pecado, consigan o no vencerlo.
La lógica es muy sencilla. La Iglesia no echa a los pecadores, salvo los que merecen excomunión. Al pecador se le acoge, se respeta su dignidad humana. Es obligación de la comunidad católica ayudar al pecador a comprender la gravedad de su pecado y procurar su conversión y perseverancia en el abandono del pecado, no alentarlos a continuar en pecado ni menos exhibirlo para mal ejemplo, pues sería sentenciarlos a la condenación eterna.
Ante especulaciones que hasta llegan a decir que se admitirían las uniones entre homosexuales, sólo queda esperar que la Iglesia aclare el rumor, pues en nombre de una mal entendida modernidad, donde presionan millones de dólares en los medios, no se podría consagrar el reino de conductas de escándalo.
Como todo pecador, un homosexual o un adúltero no está impedido de colaborar con la sociedad ni con la Iglesia, que es lo que se debate al admitirse que los homosexuales "tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana", declaración que resulta ociosa, pues todo pecador tiene dones que ofrecer a su comunidad.
Al parecer hay cierta discrepancia en la Santa Sede. Del debate se publicó el documento Relatio post disceptationem, que ha recibido críticas del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal alemán Gerhard Ludwig Müller, por haber sido mutilado, y lamentó que no se publiquen las intervenciones íntegras con nombre y apellido ¿Qué miedo tienen de que se conozca lo que han dicho algunos obispos? ¿Por qué quieren esos prelados influir en las sombras, sin ser identificados por los fieles? Sobre la homosexualidad, dice el documento:
Acoger a las personas homosexuales
50. Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana: ¿estamos en grado de recibir a estas personas, garantizándoles un espacio de fraternidad en nuestras comunidades? A menudo desean encontrar una Iglesia que sea casa acogedora para ellos. ¿Nuestras comunidades están en grado de serlo, aceptando y evaluando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio?
51. La cuestión homosexual nos interpela a una reflexión seria sobre cómo elaborar caminos realísticos de crecimiento afectivo y de madurez humana y evangélica integrando la dimensión sexual: por lo tanto se presenta como un importante desafío educativo. La Iglesia, por otra parte, afirma que las uniones entre personas del mismo sexo no pueden ser equiparadas al matrimonio entre un hombre y una mujer. Tampoco es aceptable que se quieran ejercitar presiones sobre la actitud de los pastores o que organismos internacionales condicionen ayudas financieras a la introducción de normas inspiradas a la ideología gender.
52. Sin negar las problemáticas morales relacionadas con las uniones homosexuales, se toma en consideración que hay casos en que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas. Además, la Iglesia tiene atención especial hacia los niños que viven con parejas del mismo sexo, reiterando que en primer lugar se deben poner siempre las exigencias y derechos de los pequeños.
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