Por Jorge Smith*
Al visitar la Pierpont Morgan Library de Nueva York, es difícil resistir a la tentación de volver a ver el manuscrito de la obra Canción de Navidad (A Christmas Carol) de Dickens. Si bien para un latino, tal acto puede ser solo el reflejo de una curiosidad literaria, para los anglosajones dicho manuscrito es observado con una actitud reverente. Mas que con los ojos, dichas páginas, llenas de un sinnúmero de correcciones, las cuales eran un calvario para los editores de Dickens, son vistas por ellos, desde un lugar alejado pero omnipresente en la memoria, como lo son los recuerdos confusos de la infancia. No es para menos, A Christmas Carol es la obra mas leída en estos días de Navidad desde hace más de 170 años. Ahora no solo es leída, sino también vista en diversos filmes realizados sobre el tema de la conversión en la noche de Navidad del avaro Ebenezer Scrooge. Hay múltiples versiones de la obra en dibujos animados, teatralizadas y algunas incluso cantadas.
La obra muestra al rico y avaro Scrooge, con su duro corazón y total indiferencia a los preparativos que hacen los pobres en la noche de Navidad. Preparativos es mucho decir, pues para los pobres en aquellos días, la Navidad era el simple lujo de comer un poco más de pan, o que las panaderías permitiesen que la gente gratuitamente calentase su comida. La noche de Navidad, Scrooge no logra conciliar el sueño y se le aparece el fantasma de su socio Marley, recientemente muerto. Este lo conmina a ser más generoso y cambiar de vida. Tras sucesivas visiones que tendrá durante la noche, ve su pasado, su solitario presente y, sobre todo, se angustia al ver lo que será su triste futuro y su también solitaria muerte, si sigue así. Al amanecer del día siguiente, el avaro se despierta como un hombre nuevo. Al levantarse envía de inmediato un pavo de regalo a su amanuense Cratchit, a quien trataba con una mezquindad sin límites. En una de sus visiones, justamente, Scrooge había visto cómo a la medianoche de Navidad, a pesar de todo y en medio de la pobreza, la familia de Cratchit hacía un brindis a la salud de Scrooge.
Totalmente transformado, decide también llevar regalos a la familia de su empleado y reparte caridades por doquier volviéndose desde entonces en alguien sociable y generoso. El duro hombre se ha convertido, gracias al espíritu solidario, generoso y de esperanza que es el de la Navidad.
Dickens, quien tenía 31 años cuando escribió esta obra, ya tenía en aquel entonces una rica experiencia de vida, habiendo, sobre todo, conocido muchos sinsabores de ésta. Entre ellas el haber tenido un padre en prisión por deudas y una juventud con privaciones diversas. Había además pasado largos años trabajando en una fábrica en penosas condiciones.
En esa Inglaterra de los albores de la revolución industrial, Dickens fue sensible a la triste suerte de los niños que tenían que trabajar en las fábricas y también a las precarias condiciones de salud y de vida de los pobres. Leer a Dickens es, por otro lado, descubrir la otra cara de un siglo XIX que en muchos de sus aspectos fue genial, lleno de inventiva y creatividad. En la época había una clase media que comenzaba a aparecer, pero al lado de ésta había un mar de miseria, con un lumpen proletariat que cargaba con sus frustraciones y tenía vetado al acceso a los bienes materiales. Con su peculiar talento, Dickens describió ese mundo en su vívida y dramática dimensión.
Karl Marx que en 1849 se estableció en Londres, no muy lejos de la morada de Dickens, trató de comprender los mecanismos económicos y sociales que hacían que tal clase social existiese y enarboló, a su vez, una ideología, que terminó generando en octubre de 1917, capitaneada por Lenin, la revolución rusa cuyo destino ya conocemos.
Vale la pena decir que al convertirse pasando de la avaricia a la generosidad, Scrooge en nada dejó de ser un capitalista.
Por su significación podemos decir que A Christmas Carol es algo así como el texto fundador, por lo menos en el mundo anglosajón, del espíritu de la Navidad moderna. Lo curioso es que en aquella obra, no hay prácticamente una sola referencia a la religión, de lo cual mas bien está invadida la atmosfera de la Navidad en los países católicos.
La moraleja de esa obra es la paz que esos días debe reinar entre los seres, transformando el alma de las personas. Eso se manifiesta objetivamente en la capacidad de compartir los bienes, sobre todo el alimento.
La obra tuvo una gran acogida desde su aparición. Una de las consecuencias de la popularidad lograda es haber tenido el dudoso homenaje de ser una de las primeras obras en la historia de la literatura de las cuales salió una edición pirata, casi de inmediato. De la edición original se vendieron 6 mil copias y de la edición pirata no hay forma de saberlo.
Fue también sorprendente el efecto inmediato que produjo la obra, la cual no solo fue loada por la crítica literaria sino que produjo una transformación notable en la vida real y en el carácter de muchas personas. Se dice que los dueños de algunas fábricas, al terminar de leer la obra, conmovidos, dieron un día libre pagado a sus obreros y en muchos otros también comenzó a aparecer un cierto espíritu de hospitalidad y cordialidad desconocido hasta entonces.
Como en los tiempos en que Dickens la visitó, en la Nueva York actual que guarda sus preciosos manuscritos, coexisten siempre la riqueza y la miseria en todas sus formas. La noche de Navidad sin embargo, las más diversas asociaciones caritativas, entre las cuales la voluntariosa Salvation Army tratan de hacer la vida más soportable a los pobres de la ciudad, llevándoles alimentos, regalos y un poco de alegría. En realidad, los hechos históricos demuestran que no fue nada fácil la introducción del espíritu navideño en la Nueva Inglaterra pues los austeros puritanos no querían que se instaurase ese tipo de festividades donde el dispendio y los excesos eran de rigor. En 1659 en el hoy estado de Massachussets, se llegó incluso a declarar que celebrar la Navidad era un crimen y aún en 1706, una horda encolerizada de puritanos atacó a pedradas una iglesia en Boston, donde se celebraba una misa con motivo de la fecha.
Imaginemos el desmayo que hubiese tenido un puritano de esos lares, si hubiese estado en Lima y hubiese presenciado nuestras costumbres. Ricardo Palma, al contar una bella tradición alusiva a la fecha, escribe que la noche de Navidad "tras una comilona bien mascada y mejor humedecida, improvisábase en familia un bailecito al que los primeros rayos del sol ponían remate."
Los únicos que desde el siglo XVII en los Estados Unidos celebraban la Navidad eran la gente de los estados del sur y en el norte sólo los neoyorquinos que ya eran algo relajados en aquel entonces. No nos sorprende por lo mismo, que en la Nueva York actual, los católicos celebren la Navidad, los judíos celebren la Hanuka que es la pascua judía, mientras que a su vez los afroamericanos celebran la Kwanza que es la Navidad africana y a su vez los protestantes celebran el espíritu de la Navidad inmortalizada por Dickens.
En cualquiera de sus formas, lo importante es la persistencia de ese tiempo mágico de concordia que es el mensaje de aquel viejo manuscrito forrado en cuero de la Pierpont Morgan Library que no podemos dejar de contemplar.
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24.12.2017
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