Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)

Empezaré definiendo este concepto cuyo uso errado genera reiterada confusión. A mi parecer, concurren inmensos desconciertos y visibles omisiones sobre su significado. La “calidad de vida” se refiere a los factores favorables al bienestar social.

Entre otros componentes, está relacionado con nuestras actitudes, emociones, percepciones, empatía y elementos que en ocasiones pasan inadvertidos. Hay una expresión de la prestigiosa organización Brahma Kumaris, con la que coincido: “La calidad de tu vida, está determinada por la calidad de tus pensamientos”. También, concurre un extenso repertorio de demandas básicas (alimentación, salud, educación, vivienda) que deben ser atendidas para evaluar la “calidad de vida”.

Disfrutar de robustez espiritual, física y elevar nuestras facultades intelectuales e internas tienen directa connotación con esta idea, que no solo se relaciona con el acceso a información, tecnologías, modernidades, etc. Está vinculada con la prosperidad integral.

Pongamos un par de situaciones: una persona de confort económico y que, en consecuencia, disfruta de múltiples satisfacciones tangibles -que cubren sus requerimientos de subsistencia- tiene un proceder infeliz, arrastra traumas, heridas emocionales, prejuicios, complejos y una complicada relación de convivencia social; un destacado profesional que afronta en su centro de trabajo un pésimo clima laboral y, además, intrigas, injusticias, discriminaciones, tensiones, enemistades y corruptelas. ¿Podremos afirmar que, en ambos casos, gozan de una buena “calidad de vida”?

No obstante, ante la sociedad podrían aparentar envidiable “calidad de vida” y ser considerados prototipos a imitar, a partir solo de medir su exitoso desenvolvimiento financiero y laboral. Evaluar la “calidad de vida” implica un abanico de factores, incluso subjetivos. Es difícil establecerla sin incorporar ingredientes culturales, ecológicos, ancestrales, religiosos y sociales -no precisamente palpables- que demandan de estudio sociológico.

Por su parte, el “nivel de vida” se refiere a la abundancia material de un individuo o grupo e incluye los productos y servicios adquiridos o consumidos. Tiene relación con la bonanza económica lograda. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ha establecido variables encaminadas a calcular el “nivel de vida” de los pobladores de una región. Los más significativos son: índice de desarrollo humano (la longevidad y la salud), nivel educativo y la posibilidad de llevar una vida digna, que se mide a partir del Producto Bruto Interno (PBI). De igual forma, incluye el indicador de pobreza multidimensional, la eficacia y el volumen de abastecimiento de agua potable, el coeficiente de Gini (denominado así en alusión al estadístico italiano Corrado Gini, que estudia el equilibrio en la repartición de la riqueza en un país) y el PBI.

Suele calcularse en función de la riqueza tangible y económica. Esto solo es válido hasta cierto punto: la opulencia es la suma del patrimonio que sujeto posee en términos monetarios. Sin embargo, ello no está determinado precisamente por su ingreso. Quiero compartir dos ilustrativos ejemplos.

Un prójimo adquirió costosas mercancías con el fruto de su trabajo; de pronto se queda sin empleo. Su capital disminuye en la medida en que se cortó el flujo económico mensual al que estaba acostumbrado y, en consecuencia, decrece su “nivel de vida” a pesar de su abundancia material. Una segunda demostración: un hombre con alto ingreso y cuantiosos bienes que, por el contrario, debido a sus deudas destina un elevado porcentaje de su salario a pagarlas. La diferencia de sus ingresos con relación a sus egresos permanentes afecta su “nivel de vida”.

Retomando el tema de la “calidad de vida”, debo enfatizar que los asuntos ambientales tienen directa implicancia. Los pobladores de un asentamiento humano habitan en condiciones de extrema indigencia, usan un recurso hídrico de pésimo estado, respiran un aire con altísimos indicadores de contaminación, carecen de servicios de sanidad pública, consumen alimentos nocivos para la salud y están privados de áreas verdes en su entorno urbano. Superar el círculo vicioso existente entre la pobreza y el deterioro ambiental, será poco probable en el corto y mediano plazo.

Aseguremos su sostenibilidad considerando la importancia, reitero, de trabajar nuestras conductas y sentimientos. Aprender a forjar una relación próxima, educada y armónica; impulsar nuestra espiritualidad; asumir una valoración positiva frente al devenir de la vida; afianzar nuestro sentido de identidad y pertenencia; hacer de nuestros pensamientos una cantera de reflexión, tolerancia y comprensión, facilitará disfrutar una sobresaliente “calidad de vida”.

Es una tarea que depende de nuestra actitud, perseverancia y manera de enfocar el provenir. Está vinculada con nuestra forma de asumir la supervivencia e involucra incontables componentes de nuestra esfera interna. Esta deliberación me trae a la memoria el pertinente e interesante enunciado del político, escritor y dramaturgo español Jacinto Benavente: “La vida es como un viaje por mar: hay días en calma y días de borrasca. Lo importante es ser un buen capitán de nuestro barco”.

 

(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/