Por Guillermo Olivera Díaz

Tenemos que estar de acuerdo, sin duda en larva, con ponerle punto final al llamado "odio" y a la vil "confrontación" entre peruanos. Esta última, tiene que ser solo la confrontación insulsa, la estéril e injusta, tal como lo propone, con buena fe y sin tiquismiquis, el presidente Martín Vizcarra Cornejo.
 
 
A su vez, él se comprometió en su mensaje con una "lucha frontal contra la corrupción", por ende, reprobar o desaprobar siempre a los corruptos y que los órganos competentes establezcan, con su autonomía sin mella alguna, responsabilidades penales, por ejemplo, las de Pedro Pablo Kuczynski, a quien no mencionó ni una sola vez.
 
En mi calidad de aficionado al campo penal, por más de 47 años de abogado, profesor universitario de las materias que lo integran, repruebo el grave delito, la corrupción pasiva y la activa, a los inveterados y frecuentes corruptos les endilgo sus responsabilidades, por eso en ciertos casos los denuncio y comento sus sinuosidades. No podría denunciarlos sin tener la firme convicción de sus fechorías que han saqueado el país, al regalar con traición 4,2 trillones de pies cúbicos del gas de Camisea (Cusco) o el costoso trasvase e irrigación de Olmos (Lambayeque).
 
Lo malo, vivo y astuto de esta reprobación, es que el corrupto, por zafarse de las garras de la justicia, nos moteja que actuamos por "odio", "venganza" o roles afines. Tal es la ciega y pertinaz "defensa" que el corrupto enarbola. Preña las redes.
 
El Derecho Penal que cultivamos, el Derecho Procesal Penal, el Derecho de Ejecución Penal y Criminología, que enseñé por décadas en las aulas universitarias, sirven de sustento a nuestras imputaciones. Jamás encontré en los libros que leí que sus páginas tengan por sustento el "odio" o la "venganza", sino que la persecución penal es contraponer -confrontar- al delito cometido, la pena merecida.
 
Confrontar a la corrupción y a los corruptos, de toda laya, piel y pelo, no tiene ni debe tener un PUNTO FINAL, sino uno de partida.
 
A tal misión humana, señor presidente, no le debemos poner nunca PUNTO FINAL mientras exista. Nuestra Constitución Política y todas las leyes penales se ocupan de tan necesaria y útil labor represora. Estoy para eso, a su servicio, en defensa de la moral pública, en cuya excelsa tarea jamás transigí.
 
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