Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
La edad de la inocencia se termina pronto. Vivo en los Estados Unidos desde 1997 y me siento agradecido por los beneficios de que mi familia y yo gozamos a cambio de nuestros conocimientos especializados. Asumo la responsabilidad de defender lo mucho de bueno que existe en estas tierras, que los chinos definen como “bello país”. Mi vecino de pared por medio es un endocrinólogo chino que se especializa en células madre.
Hecha la confesión de parte, paso a la materia, por demás candente.
Nunca he callado lo que no pocos científicos y académicos aquí piensan acerca de la lógica del imperialismo, que de ninguna manera es invención de este país, aunque con él haya llegado a su máxima expresión histórica.
Hace tres semanas, un gran médico y amigo mío dijo:
«En vez de colaborar con los soviéticos después de la Segunda Guerra Mundial, les pusimos el pie en el cuello.»
¿Qué habría ocurrido si los Estados Unidos y la Unión Soviética hubieran cooperado en la posguerra?
Lo primero que aprendí a los dieciséis años, cuando se nos dio por llamarnos marxistas-leninistas y algunos hasta maoístas —pocos años después de la Gran Hambruna en China, resultado de la política económica de Mao y del clima—, fue que una de nuestras tareas era la de derrotar al imperialismo yanqui y europeo. El primer panfleto subversivo que leí fue uno colombiano en que se enseñaba el modo de atacar vehículos de la represión.
Jóvenes idealistas, poco mayores que nosotros, alentados y entrenados en Cuba, se embarcaron en las guerrillas de la década de 1960, y las fuerzas armadas los aplastaron. No sé si algún gobernante cubano ha reconocido la responsabilidad de su gobierno, de la Unión Soviética y de China en lo que fueron treinta años de derrotas consecutivas. No sé si algún gobernante estadounidense ha hecho lo propio en relación al intervencionismo que en buena medida alentó aquellas insurgencias y ayudó a sofocarlas.
No hay nada más difícil que reconocer un error y pedir disculpas.
Centroamérica experimenta actualmente un grado de violencia sin precedentes, lo mismo que América Latina en su conjunto. México, Honduras, Guatemala, El Salvador, Brasil, Colombia, Venezuela y Perú se han convertido en el panorama de un presente y futuro distópicos contra los cuales, sabiéndolos ad portas, mi generación, la anterior y las que nos siguen elevamos y elevaremos nuestra protesta, estemos donde estemos.
¿Qué ejemplo daría yo a mi hija y a mis sobrinos si a estas alturas de mi privilegiada vida —porque vivir es un privilegio— me convirtiera en el inmigrante silencioso?
Una de las ventajas de la madurez es que como usted siente que ya no tiene cincuenta años por delante sino, digamos, y con suerte, unos quince, la valentía de la juventud retoña en tronco añoso, la ilusión de eternidad alimenta con más fuerza su voluntad, y el peligro sigue siendo ameno. Por lo mismo, me permito llamar la atención sobre la probable asociación, peligrosísima, entre los viejos envalentonados por la desesperanza y los jóvenes naturalmente valientes gracias a la esperanza —entre las extremas derecha e izquierda, como sugiere Alexander Reid Ross en Haaretz (17/4/18), en un nota cuyo título traduzco del inglés: «Cómo los crímenes de guerra de Assad unen a la derecha e izquierda extremas—bajo la benevolente mirada de Putin».
Al analizar y criticar a gobernantes, políticos y aparatos estatales, debemos recordar que no estamos tratando con gente psicológicamente equilibrada. Muchos de esos presidentes, ministros y parlamentarios no están en su sano juicio. Viven en carros blindados, en ampolletas saturadas de irrealidad y guardaespaldas, perversamente lejos de un metro, de un ómnibus, de una carretera, de un hospital para veteranos, de los campos de batalla, de los mendigos y delincuentes que veo todos los días en Baltimore, en Washington, en Nueva York, y que tanto usted como yo eludimos a diario desde niños.
¿Quiénes se salvan de esta descripción en la guerra de Siria? La lista de gobernantes, facciones y cabezas visibles del conflicto no ofrece ninguna confianza. Si Victor Hugo sentenció que en época de elecciones el pueblo se comporta como un niño, extiendo su razonamiento para decir que gobernantes, militares y corporócratas se portan como niños, algunos con armas nucleares, en un momento histórico totalmente distinto a los anteriores, pues de prolongarse las guerras y la destrucción del ambiente lo que está en juego no es un triunfo ni una derrota sino la existencia de la vida en el planeta tal como la conocemos.
Los protagonistas de la actual tragedia sacrifican a sus hijos en la guerra o en la paz. La paz en Occidente no es tal si se tiene en cuenta el pésimo aire que respiramos, los ríos y océanos contaminados y las consecuencias del calentamiento global, inclusive el épico flujo de refugiados de guerra, climáticos y económicos. El costo del antropoceno no se incluye en el precio que usted paga por su botellica plástica sino que se endosa a sus hijos y nietos —los biznietos están en duda.
Póngase usted a pensar: Putin y su Estado policiaco. Trump en la presidencia del país más poderoso de la historia. La ascensión del fascismo y del nazismo en la Europa que el nazismo y el fascismo arrasaron. Likud, Hamas, Hezbollah (partido de Dios, partido de Alá), teocracia iraní, monarquía y wahabismo saudíes, armoniosamente empeñados en el exterminio recíproco. Macron y May, infaltables, bailando el tweet. La nazi Marine Le Pen entra en escena como salvadora. Periodistas y escritores mermeleros (peruanismo para coimeros) por doquier. Y mercenarios y contratistas cobrando su cuota en Siria. Y tras ellos y por encima de ellos, el complejo militar-industrial, las bolsas de valores que enfeudan jubilación, votos y opiniones, el fundamentalismo religioso de todos los dioses, silenciamiento de científicos, esclavismo, nostalgia de la jamás realizada dictadura del proletariado, y estupidización de masas.
Sin embargo, existen bemoles del tamaño de partituras. Si las Coreas firman la paz, habremos dado un enorme paso adelante. Si la diplomacia y la cooperación internacionales se imponen al guerrerismo ancestral, el futuro pertenece a nuestros biznietos.
Viejo stalinista, Putin se las ha arreglado para manipular los sentimientos de un sector generacional de la izquierda y de sus jóvenes adláteres. El nazismo ascendente, con semejante eficiencia, captura la imaginación de la clase obrera y media empobrecidas así como la del lumpenproletariado.
La guerra ha sido permanente hasta el día de hoy. Como nunca antes, sus consecuencias son globales en un planeta que ya no la resiste. Uno de los grandes desafíos de las próximas décadas es el de derrotar la guerra tal como hemos vencido las epidemias y controlado un número enorme de enfermedades, que en la Gran Bretaña del siglo XVII reducían la expectativa de vida a trentaicinco años. Asimismo se puede controlar la pandemia de corporócratas, gobernantes, militares, mercenarios, terroristas y contratistas de la destrucción, echando mano de las reservas morales que existen entre ellos y sin arrogarnos ninguna clase de inocencia.
Como lo he repetido varias veces en otros lugares, la Guerra es una estafa. Ésta es la traducción de War is a racket, breve y magistral libro escrito por el Major General Smedley Butler. Desgraciadamente, se requiere haber sobrevivido y matado en los campos de batalla para saber quiénes son los que en verdad sufren y mueren —los pobres y los pobres idealistas— y quienes los que llenan sus cuentas de dinero electrónico y sus cuerpos cavernosos de sangre ajena. Me permito, para ilustración del lector, traducir un segmento de un discurso de Butler pronunciado en 1933, reproducido por la Federation of American Scientists (https://fas.org/man/smedley.htm):
«Puede parecer raro que yo, un militar, establezca tal comparación. La verdad me obliga a establecerla. Pasé trentaitrés años y cuatro meses en servicio militar activo como miembro de la fuerza militar más ágil de este país, el Cuerpo de Marines. Serví en todos los rangos desde subteniente hasta Major General (dos estrellas). Y durante ese periodo pasé la mayor parte de mi tiempo como músculo de clase alta para los Grandes Negocios (Big Business), Wall Street y los banqueros. En pocas palabras, era un chantajista, un gángster del capitalismo.
»Por entonces, sospechaba que era parte de una estafa. Ahora estoy seguro. Como todos los miembros de la profesión militar, jamás tuve un pensamiento propio hasta que dejé el servicio. Mis facultades mentales se mantuvieron en suspensión animada mientras obedecí las órdenes de mis superiores. Esto es lo típico para todos los que sirven en la milicia.
»En 1914, ayudé a hacer de México, especialmente de Tampico, un lugar seguro para los intereses petroleros de los Estados Unidos. Ayudé a hacer de Haití y de Cuba lugares decentes para que los muchachos del National City Bank aseguraran sus ganancias. Colaboré en la violación de media docena de repúblicas centroamericanas en beneficio de Wall Street. El récord de chantaje es largo. Entre 1909 y 1912, ayudé a purificar Nicaragua para beneficio de la casa bancaria internacional de Brown Brothers (¿dónde he escuchado ese nombre antes?). En 1916, llevé la luz a la República Dominicana en beneficio de los intereses azucareros estadounidenses. En China ayudé a que la Standard Oil continuara sus operaciones sin inconvenientes.
»Durante aquellos años tenía entre manos, como decían los muchachos en el cuarto trasero, una gran estafa. Viendo las cosas en retrospectiva, creo que hubiera podido dar dado algunos consejos a Al Capone. Lo máximo que él pudo hacer fue operar en tres distritos. Yo operé en tres continentes.»
Sin duda, Mr Butler. Pero su decepción y su coraje no me obligan a creer en el falsiloquio de los otros bárbaros. Soy, yo mismo, uno de estos y uno de aquellos. O nos reconciliamos o acabamos liquidándonos, y, como hombres y mujeres de bien, ascendemos a los cielos cristiano, judío y musulmán, contiguos, conectados, existentes en un plasma común.
¿Habremos de renunciar a la paz y al paraíso terrenal por culpa de nosotros mismos? No. Todavía hay tiempo de sacarnos el pie del cuello, y pensar en tataranietos que no migren a Marte.