Por Herbert Mujica Rojas
Refiriéndose al Congreso, Manuel González Prada en su filudo artículo Los honorables (Bajo el oprobio 1914), produjo una definición lapidaria que el tiempo no ha podido borrar:
“Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en semejante corporación.”
La semana que pasó registró el archivamiento de un proyecto de ley contra la reelección parlamentaria. Nadie habría podido imaginar que los legisladores votantes se comportaran de modo distinto. El Congreso, sus honores, protocolos, papeleos, sueldos, tropas de asesores y pelotones de secretarias, amén que prensa turiferaria, conforman el margesí de privilegios de que son avituallados estos ciudadanos.
Cualquier reelección política es un cáncer.
Los reeleccionistas afirman, sin vergüenza ni sangre en la cara, que el país necesita experiencia y que esa virtud es patrimonio de aquellos que ya tienen 15,20,25 años apoltronados en la curul. ¡Como si la mediocridad pudiera ocultarse en cada uno de sus rebuznos o apariciones ante los miedos de comunicación a quienes transmiten sus elocuentes naderías!
Si se juntara a todos aquellos veteranos en el Parlamento y se hiciera auditoría de la calidad de leyes que alguna vez –en los raros momentos en que decidieron trabajar- impulsaron, se comprobaría que el balance es pobre, paupérrimo. En 20 ó 30 años no hay ¡ni 100 propuestas gravitantes en la vida de las mayorías nacionales!
La superficialidad brota de los legisladores de modo espontáneo y sus alocuciones navegan en la epidermis pero ¡eso sí! el rostro grave, el gesto teatral, la voz engolada, la promesa de cumplimiento endosada al asesor que toma nota atenta para olvidarse del asunto a los 5 minutos. Más aún, se refocilan cuando les llaman doctores o el chofer abre las puertas del vehículo asignado para su uso. La gran mayoría no descifra aún los códices elementales del manual de Carreño pero en la tarima legislativa son sabios civiles, dueños de la ciencia infusa que sólo ellos entienden.
La reelección por una vez o indefinida atenta contra la renovación política o ciudadana, yugula cualquier recambio y entroniza a genuinos idiotas con saco y corbata o traje en puestos para los que son absolutamente ineptos.
Hay temas candentes sobre soberanía aérea, marítima, terrestre que debieran ser discutidos por el Congreso. ¡Nada de nada! No sólo es ignorancia y desatención, también es falta de civismo y conocimiento. La minucia despreciable, los 5 minutos de fama, la miopía monumental, caracterizan a un Parlamento desastroso. De 130 integrantes, casi ni 10 lograrían protagonizar un papel fundamental en los destinos del país.
¡Pero tóquenles el tema de la reelección y allí todos son uno! El espíritu de cuerpo y la solidaridad jactanciosa produjo pocos días atrás una morisqueta típica contra cualquier eliminación del tejido necrosado.
Decía González Prada en el artículo citado:
“Porque en todas las instituciones nacionales y en todos los ramos de la administración pública sucede lo mismo que en el Parlamento: los reverendísimos, los excelentísimos, los ilustrísimos y los useseñorías valen tanto como los honorables. Aquí ninguno vive su vida verdadera, que todos hacen su papel en la gran farsa. El sabio no es tal sabio; el rico, tal rico; el héroe, tal héroe; el católico, tal católico; ni el librepensador, tal librepensador. Quizá los hombres no son tales hombres ni las mujeres son tales mujeres. Sin embargo, no faltan personas graves que toman a lo serio las cosas. ¡Tomar a lo serio cosas del Perú!
Esto no es república sino mojiganga.”
14.05.2018