Por Herbert Mujica Rojas - Pedro Flecha
Las irreverentes grabaciones que notifican de los enjuagues en que caminan magistrados de alto nivel, pertenecen al mundo de la delincuencia. Son expresiones cotidianas, diarias, en Lima y en el resto del país entero, con las que la mafia da cuenta de su vigorosa existencia.
Quien crea que tan sólo con censurar o pulverizar a los descarados que juegan con la libertad de los ciudadanos y que eso constituye la erradicación de la mafia, incurre en yerro infantil y hasta bobo.
La mafia es inmensa, impregna todo el cuerpo social del Perú en sus múltiples manifestaciones, desde las más elementales (dar coima a policías) hasta los usos más sofisticados (bancos offshore, lavandería por millones de dólares so pretexto de finanzas sin nombre y apellido en cualquier lugar del inmenso orbe). No es, en modo alguno, un grupúsculo. Es casi un sistema cultural que patrocina comportamientos aviesos, fuera de la ley, contra los reglamentos y “facilitadores” de lo que no se puede conseguir correctamente por la simple razón que eso “conspira” contra los intereses creados.
Que se reúnan los grandes concilios y que apliquen la ley tal o cual. Que boten a quien quieran, las puniciones pasan, la mafia queda. ¿Cómo se gobiernan los clubes electorales que tienen entre sus filas a ex presidentes enriquecidos nadie sabe de dónde o cómo si no fue a través de coimas, extorsiones, conferencias y cualquier pretexto recurrente?
La mafia no se limpia desde arriba. Se aplican cosméticamente los castigos, no obstante no hay uno sino 20 ó 30 candidatos a reemplazar al caído y con mañas muy bien aprendidas y por aprender, para evitar futuras reprimendas.
La pelea a muerte contra la mafia tiene que ser desde abajo, haciendo conciente a la masa que el único bien que posee es el de una existencia libre, lo contrario es lo que tenemos hoy en Perú y desde hace largos decenios, cuesta abajo la rodada, como dice la letra del tango.
La insurgencia popular, que los clubes electorales no entienden porque son ruinas desvencijadas y anacrónicas, tiene que ser contra CUALQUIER PODER, no para instaurar uno “nuevo” y tan o más pervertido que el anterior, sino para impedir o atajar que éste sea centralizado por mafiosos que manejen el país desde la industria, finanzas, poder político, poder represor que acalla cualquier protesta o elimina a los rebeldes y reacios a callar.
La insurgencia se transforma en ética social creadora cuando proclama su derecho a ser libre de cualquier clase de delincuencia y ejerce el castigo contra los ladrones de cuello y corbata y sus esbirros hábiles en el ejercicio tramposo de la cosa pública.
Si el pueblo alzado con sus proclamas libertarias y éticas decide que la insuficiente democracia representativa (electoral) ya no rige, entonces alcanzará la liberación de sanguijuelas exaccionadoras de los recursos del Estado (tributo del pueblo que muchas empresas poderosas no pagan y para eso tienen abogángsteres funcionales).
Creer que una golondrina hace verano, es un suicidio colectivo. Además, de promesas, gestos y mentiras, está empedrado el suelo de la república.
A la mafia de la omerta y la suciedad se le pelea desde las bases a los gritos de libertad, igualdad y fraternidad.
10.07.2018