Por Samuel Morales Chavarría
La situación actual de la política peruana —tildada con espanto de confrontacional por el conservadorismo limeño — se parece como dos gotas de agua a la escena que domingo a domingo se suscita en los penales peruanos a la hora del término de visita: al transitar por las amplias veredas camino a la salida, los que concurren por primera vez se verán de pronto sorprendidos al hallarse en medio de una feroz pelea entre avezados delincuentes que armados con picos de botella rotos y verduguillos fintean ataques de unos contra otros gritando feroces y bárbaras imprecaciones y procacidades. Rápidamente y a prudente distancia son acordonados por el público visitante que expectante espera de un momento a otro un epílogo sangriento, cuando de pronto y en lo que parece esta vez sí el choque brutal de los contendientes, muchos cierran o cerramos los ojos para no ver la casi segura degollina, y al segundo siguiente, lo que parecía un sangriento desenlace, se troca en el mismo momento del impacto de estos abandonados de Dios, en un abrazo feliz, para sorpresa y respiro de alivio de los espectadores. A renglón seguido el visitante deberá hurgar en sus bolsillos, “una colaboración causita” para recompensar a estos no tan improvisados actores del bajo mundo.
¿Qué de diferente tienen las confrontaciones entre el keikismo (dueño monopólico del congreso) y un poder ejecutivo, que más que liderar, acciona empujado por un amplio espectro popular que asqueado por la corrupción reacciona frente a los aspectos más visibles de ella sin transcender a los elementos centrales del modelo liberal que son los que lo condicionan y alimentan?
Así, justo cuando se revela que el brazo largo del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) a través de quienes fueron sus altos funcionarios, estaba metido de pico y patas en el lodazal de la corrupción, se revela coincidentemente en una suerte de milagro sustitucionista, otro foco de corrupción que nucleaba altos personajes. Y estaba claro que entre golpear a unos cuantos vetustos personajes de la administración de justicia o golpear a la crema y nata del think thank liberal, la opción estaba cantada.
Por el momento el think thank liberal respira aliviado, tanto así, que uno de sus más connotados personajes trasladado hoy a uno de los más importantes organismos del estado (la Contraloría General: ¿cómo llegó ahí?), el mismo que durante más de 20 años no vio ni escuchó nada de lo que ocurría a su alrededor, teniendo los audífonos y telescopios más potentes que le brindaba en control del SIAF, sistema integral de administración financiera, remunera con sueldos de escándalo y en plena austeridad a sus más conspicuos funcionarios.
De esta suerte, un acto político de cierta trascendencia (forzar la aceptación del congreso de un conjunto de medidas propuestas por el ejecutivo, a través de la figura de “cuestión de confianza”) adquiere connotaciones casi míticas a partir de las posiciones vocingleras de nuestros mass media.
Y era de ver a los congresistas del keikismo-fujimorismo. El que menos y sin tener un mínimo de conocimiento sobre la revolución francesa se sentía ya un personaje del Juego de la Pelota y poco faltaba para que declarasen estar dispuestos a inmolarse.
Y del otro lado, los hubo quienes aseguraban esta vez sí, el fuego napoleónico, si es que el congreso no aceptaba los términos del ejecutivo. ¿Y cuál fue el epílogo de esta confrontación casi cósmica? Por el momento nada de nada: El congreso declaró que daba confianza al gabinete y el ejecutivo celebró a tambor batiente el triunfo logrado. Recién y luego de 24 horas se descubrió que el asunto de las fechas –que era lo sustantivo- había sido omitido.
Bien decía Marx en el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte que la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa. ¿Estaría pensando en el Perú?
23.09.2018
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