Soy, y lo declaro con circunspecta egolatría, el único ser sobre toda la faz de la Tierra que pasó de carecer de fortuna y renombre a persona con enormes caudales. Y nunca he trabajado. Otros lo han hecho por y para mí.

Imposible descartar la envidia que tienen mis enemigos. En mi riqueza contable hay jueces, parlamentarios, periodistas, ediles, hombres y mujeres de quienes sé, con abundante documentación, dónde y cuándo metieron las uñas. Y en un tris se van a la cárcel. Un ex ministro puede contarles la historia.

En mi primer desbarajuste impulsé la estatización de la banca y el descalabro económico, hiperinflación galopante, caja fiscal quebrada y reservas internacionales diezmadas fueron las maldades que los envidiosos montaron. Los muchachos de la fuerza armada, cuando les pedí alguna ayuda, no me hicieron caso y me enviaron a la porra.

Sí que fue sensacional la teatralidad de bronca con el gobierno de Fujimori y que incluyó hasta un barril gigante para mi heroica huida. Tuve que sacrificarme y salí del país hacia el norte y luego a Europa y viví allá hasta que los delitos de que me acusaban prescribieron. Mis ahorros alcanzaron para gozar, a cuerpo de rey, esos hermosos años sin preocupaciones. ¡Y hasta me compré una casa en París!

Gracias a las prescripciones y a los amigos jueces volví hacia los Andes y fui candidato y me di el lujo de recordar ante multitud, hasta entonces con alguna ilusión y mucha desmemoria, a Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Un frenesí; ¿Qué es la vida? Una sombra, una ilusión, una sombra una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

Y antes de retornar al timón di todo de mí, forrado de billetes y de entusiasmo, para desestabilizar al auto-llamado Cholo Sagrado.

Contra el militar que formó la pareja conyugal repetí la estrategia saboteadora y con muy buenos resultados. Contaba con ujieres que tienen la costumbre vanidosa de hacerse llamar parlamentarios, lo único bueno es que son siervos que cumplen las órdenes sin dudas ni murmuraciones.

El gobierno que nos tocó luego de haber ganado en mesa, fue para las empresas decentes e hicimos de todo para facilitar su aporte al desarrollo: bajos sueldos, services ladronas y miles de indultos a narcotraficantes. Además los precios de las materias primas tenían una excelente cotización. Y ¡no lo olviden! acuñamos esas nuevas categorías sociológicas de peruanos de segunda y tercera. La historia nunca olvidará ese aporte mío.

Pero, también, la ingratitud siempre me ha deparado muestras indignas de envidia. No reconocen mi superioridad, no sólo en talla y kilogramos, lengua y autoría de libros con más de 10 estilos diferentes. Y apenas tengo un departamentito de casi US$ 1 millón de dólares que el generoso préstamo que una universidad privada me dio, ayudó a comprar.

¡Golpe, hay que gritar golpe! Aunque el 7 de octubre nuestra votación fue miserable y casi hemos desaparecido a lo que fuera un gran movimiento político, es imprescindible anunciarlo ante las amenazas.

Hoy frente al avance de las investigaciones sobre aportes y coimas de Odebrecht es importante decir de modo categórico que la justicia se ha politizado. Eso que lo que se ha politizado es la corrupción lo dicen mis enemigos.

Como años atrás no falta nada para que empiece una persecución y entonces pediré asilo porque ¿a qué país no le gustaría tener a AG como refugiado? ¡Ni lo duden!

Estos párrafos pertenecen a mis memorias que entrarán en prensa en pocas semanas más. El Sindicato de los narco-indultados ha puesto los fondos suficientes para una edición en papel couché, con tapa dura y con un extraordinario tiraje de 100 mil ejemplares. Y si es necesario vengo a firmar dedicatorias (a solo US$ 10 cada una) durante una semana entera. AG.

 

04.11.2018