Por David Auris Villegas*
A pesar de una batería de leyes cada vez más enérgicas en nuestro país, seis mujeres fueron liquidadas por las manos del hombre, cinco de ellas por “sus parejas” en los últimos 13 días del año y, según estudios, solamente el 27% de maltratos físicos son denunciados, amén de los maltratos sicológicos, probablemente a causa del síndrome de Estocolmo, temor o dependencia crónica hacia sus verdugos.
Desatendiendo la voz contra el feminicidio, Ni Una Menos surgido en Argentina, miles de hombres peruanos que alguna vez juraron amarla, han convertido en campo de batalla el cuerpo de su pareja, cuya escalada de violencia inicia, como afirman los especialistas, en la etapa del enamoramiento, concluyendo muchas veces con la dramática muerte.
Este fenómeno arremete el escenario de los derechos humanos, convirtiéndose en crimen contra la humanidad, generando como saldo: huérfanos y huérfanas marcados por el resto de sus vidas, costo emocional elevado y ancla a nuestro país en el subdesarrollo, como la máxima expresión de una educación machista alejada de lo ético.
El sistema educativo peruano aún no ha desplegado sus bondades en los hogares, que es ahí donde la permisividad social como el micromachismo germina en la vida del futuro ciudadano, apoyado poderosamente por los medios de comunicación como internet y la televisión de señal abierta que ven a las mujeres como núcleo de negocios publicitarios.
Ante esta naturaleza violenta del ser humano, surgen voces desde el campo de la psicología recomendando el trabajo preventivo, fortaleciendo la salud mental; del campo educativo, la nueva currícula pretende educar preventivamente a los estudiantes y el campo jurídico, trata de endurecer las leyes; sin embargo, las estadísticas abrumadoramente muestran un constante crecimiento del feminicidio.
Ante este escenario, la pedagogía ética como enfoque transversal en la educación a lo largo de la vida, debe insertarse en la currícula del sistema educativo, con el objetivo de empoderar a los seres humanos la práctica de igualdad de género desde la familia, el hogar y la sociedad, anclando el ejercicio de la regla de oro, “tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen.”
Asimismo este enfoque recomienda la construcción pedagógica del cambio cultural en todas las relaciones interhumanas, como las buenas prácticas de convivencia, alejada de un lenguaje vertical y tóxico, siempre poniéndose en el lugar de esa otra persona, apelando a una relación de respeto y sinceridad en la vida cotidiana.
Finalmente, creemos que poniéndonos a salvo de personas tóxicas, a través de nuestra cultura ética preventiva y con la ayuda de la familia, evitaremos ser parte de la estadística.
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18-1-2019