Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
El alcalde de Lima, Jorge Muñoz Wells, informó hace unos días —a través de los medios de comunicación— acerca de sus primeras cuatro semanas de gestión y anunció su determinación de explicar a la población, en forma permanente y fluida, los avances de su administración. Se trata de una inusual muestra de la ansiada "transparencia" que debe de caracterizar a las diversas instancias del Estado. Sus palabras en la ceremonia de su juramentación han definido un estilo diferente de trabajo: “…Me comprometo a servir a los ciudadanos de Lima con energía, eficiencia, compromiso y, sobre todo, integridad... Por mi familia, me comprometo a ser un alcalde decente”. Vocablos inverosímiles de escuchar en otros tiempos, cuando el latrocinio, las edificaciones sobrevaluadas, la prepotencia y la arrogancia simbolizaron la dirección de la comuna limeña.
Sus palabras en la ceremonia de su juramentación han definido un estilo diferente de trabajo: “…Me comprometo a servir a los ciudadanos de Lima con energía, eficiencia, compromiso y, sobre todo, integridad... Por mi familia, me comprometo a ser un alcalde decente”. Vocablos inverosímiles de escuchar en otros tiempos, cuando el latrocinio, las edificaciones sobrevaluadas, la prepotencia y la arrogancia simbolizaron la dirección de la comuna limeña.
Asimismo, alienta nuevas expectativas la reciente suscripción del Pacto por la Integridad, promovido por el burgomaestre metropolitano con 38 representantes distritales, con el afán de combatir la corrupción y asumir un conjunto de medidas como: mantener actualizados los portales virtuales y atender las solicitudes de información, de modo oportuno, tal como establece la normatividad. También, se obligan a divulgar la documentación necesaria sobre sus directivos de confianza y servidores, con la finalidad de impedir conflictos de intereses. El acuerdo implica desplegar mecanismos que permitan alcanzar esos objetivos, entre ellos lo formulado en el Plan Nacional de Integridad y Lucha contra la Corrupción 2018-2021. Al parecer, esperanzadores vientos de decencia soplan en el Palacio Municipal de la “Ciudad de los Reyes”.
Estas elogiables disposiciones contradicen el comportamiento sombrío y sórdido del que hizo gala su antecesor, Luis Castañeda Lossio. Su actuar contribuyó a acentuar el descrédito de la clase política y subrayó las sospechas en relación al primer mandatario capitalino. Lo suyo consistió en colocar un ladrillo sobre otro y percibir el manejo municipal como un listado de desmedidas, anárquicas, antiestéticas y pomposas cimentaciones teñidas de amarillo con placas con su nombre.
Desde mi punto de vista, la “transparencia” no debiera concebirse como un imperativo dispuesto en la vasta legislación que especifica los medios para lograr que el vecino conozca de presupuestos, licitaciones, convenios, perfiles profesionales, acuerdos, balances, etc. El punto central es la innegable ausencia de voluntad. Es decir, concluye siendo una “camisa de fuerza” que debe implementarse en acatamiento de una imposición legal. Todavía prevalecen reticencias sobre la obligación de incorporar el acceso a la información, la neutralidad, la postura honesta, la presentación de declaraciones juradas patrimoniales, la igualdad de trato, el uso adecuado de los bienes y evitar el nepotismo.
Es preponderante integrarla en la visión del funcionario gubernamental. Cada hombre y mujer, comprometido en esta función, tiene que asumir este valor para forjar una relación de respeto, credibilidad y confianza con la ciudadanía. Al mismo tiempo, dar a conocer las decisiones de nuestras autoridades facilita la fiscalización y permite erigir un puente de acercamiento con el Estado.
Es difícil concebir la “transparencia” en un medio en donde el servicio público es un botín para compensar apetitos oportunistas y concretar repugnantes pretensiones. El sistema estatal es el refugio de burócratas inescrupulosos, frívolos, pusilánimes e insensibles. Ese es uno de los males republicanos: usar el poder para retribuir favores, gratificar lealtades, compensar padrinazgos, satisfacer los apremios de operadores y atender las angurrias de amigos y familiares. Es indigno constatar cómo el carnet partidario abre más puertas que la competitividad.
Es esencial reconciliarla con la eficiencia y la honradez. Los éxitos obtenidos en ejecución presupuestal y en obras —muchas veces inútiles, monumentales y estrafalarias— deben estar acompañados de la “transparencia” y, por lo tanto, los partidos -cada vez más descalificados por su incorrecto desempeño- están llamados a reconsiderar este valor en su cultura institucional.
Ésta debe originarse en las agrupaciones políticas que, lamentablemente, se han transformado en sectas facciosas, tenebrosas y carentes de los mínimos estándares de democracia y apertura de sus padrones, finanzas, cónclaves internos, etc. Allí empieza una monarquía del libertinaje moral y cívico. No obstante, tienen como cometido plasmar conciencia, constituir espacios de análisis de la realidad nacional y canalizar los anhelos sociales. Su rol es desenvolverse como intermediarios entre el pueblo y los niveles de decisión de gobierno.
De otro lado, a propósito de este asunto, es pertinente comentar sus implicancias en el clima laboral, en la comunicación interna y externa, en las contrataciones y en todo aquello que acontece en una compañía. Si bien coincidimos en demandar su atención en la esfera gubernamental, convendría preguntarnos sobre su práctica en el sector privado. Sobre el particular, tengo más de una observación.
A fin de obviar reflexiones subjetivas, deseo presentar unas cuantas situaciones vinculadas a mi ejercicio docente. Vienen a mi mente sucesos que podría sorprender, parecer poco creíbles, fantasiosos y hasta exagerados. Por ejemplo, cuando se rehúye dar a conocer los criterios para la asignación de la carga horaria al catedrático o evitar explicarle las razones —si éstas existen— para renovar contrato. Observo deplorables conductas en corporaciones pedagógicas habituadas a tratar como proveedores a sus profesores y cuya única intención es el lucro.
Existen casos en los que la favorable percepción del instituto educativo es incoherente con lo que acontece en su día a día. Incluso en redes sociales se propagan afirmaciones inexactas ajenas a su contexto. Las componendas son mayúsculas y colisionan con la misión innata de una entidad orientada a moldear futuros profesionales.
Recuerde: las compañías están lideradas por seres humanos que, además, de su solvencia académica deben de poseer un óptimo adiestramiento en habilidades blandas, inteligencia emocional, entre un sinfín de destrezas tendientes a afianzar un cometido encausado dentro de los estándares de la “transparencia”. Su perfil es determinante para saber la valoración que otorgarán a este asunto medular.
En tal sentido, quiero evocar las expresiones del escritor norteamericano Jack Welch: “Los líderes crean confianza con su sinceridad, transparencia y méritos: sea honesto con todo el mundo en la compañía. La sencillez y humildad es muy importante. No permita que su cargo, sea cual fuere, se le suba a la cabeza”.
De lo contrario, este tema seguirá ajeno en los gremios públicos y privados, con las consiguientes incompatibilidades perjudiciales a su reputación. La tendencia moderna consiste en fomentar el gobierno corporativo; reflejado en las buenas prácticas de responsabilidad social y ética, entre otros componentes de importancia en el desarrollo empresarial.
Conducirse con “transparencia” demanda un grado de solvencia e rectitud infrecuente en el “reino de perulandia”, en donde la fragilidad, la oblicuidad, el miedo, el silencio cómplice y la carencia de convicciones es tan común y apetecible como la mazamorra morada. Soslayemos renunciar a los principios que enaltecen nuestra actuación y que nos distinguen de quienes están lacerados por la escasez de entereza.
Por último, en lo personal aplique este valor como una cualidad al relacionarse con el prójimo, forjar su porvenir y enfrentar las adversidades. Usted contribuirá a esparcir vigorosas semillas de ilusión, certeza y probidad. Tenga la seguridad que su huella será imborrable y, además, secundada por quienes requieren de acertados prototipos a imitar.
(*) Docente, conservacionista, consultor, miembro del Instituto Vida y expresidente del Patronato del Parque de Las Leyendas - Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/