Herbert Mujica Rojas
Una tara congénita acompaña al peruano: su infinita capacidad de disimular la estafa, premiar al delincuente y llamar blanco a lo negro, perfumado a lo pestilente. Vemos a tahúres conocidos, tramposos eternos y les damos “crédito” por sus mentiras. ¡Y sabemos que son falsedades!
La prensa concentrada se encarga del trabajo sucio de convertir a genuinos pobres diablos, en “referentes, formadores de opinión, estrategas o politólogos”. A lo más, repetidores de lugares comunes, sospechosos de asaltar faltriqueras y de participar en contratos con nombre y apellido.
¡Todo lo soporta el peruano que adentró para sí ese código extraño que reza “así es la política”, “¿qué vamos a hacer?”. Rendición antes de combatir, muestra indigna de cobardía que se cultiva desde la tierna infancia.
A nadie asombra que si se proclama que llueve para arriba, se esté procurando algún tipo especial de paraguas para las gotas que figuradamente caen a la inversa.
Hay los que están llamados a dar ejemplo y hacen lo contrario: caminan por los derroteros de la trampa y la hipocresía.
Los amantes del lenguaje mentiroso y perdedor, han orlado y emperifollado la fiesta para el país del sur, y ahora las hordas armadas y agresivas desde el norte, van a perpetuar su agresiva intromisión acostumbrada, siempre de la mano de nativos pro domo sua, quintacolumnas oficiosos y funcionales.
No faltan intelectuales indecorosos que de historia nada saben y si entienden lo hacen para ocultar y salvaguardar la propina mensual que les pagan para amordazar sus complacientes inteligencias. También hipócritas.
La semana que pasó dio un campanazo sobre el que debieran prestar atención muy mucha los ciudadanos. Los vientos ariscos y turbulentos en el Ecuador, en cualquier momento enrumban hacia el sur. ¿A qué potencia imperial conviene la demostración de ingobernabilidad y la “urgencia” de una base militar en Perú?
Como todo es al revés, se entiende que la presencia oficial de las bandas representaría un acto irrelevante, porque parvadas de hampones y sus ametralladoras asesinan ciudadanos, propagan el terror y están ya metidos en el cuerpo social peruano. Que pretendamos hacernos los bobos ¡es otra cosa!
¿Quiere el cuerpo policial con 40 mil efectivos, hacernos creer que ellos no saben cómo se mueven las bandas? ¿O que no las han detectado? Es posible que la PNP exhiba carencias, pero si hay algo que sí saben hacer, es ubicar a los núcleos peligrosos a lo largo y ancho del país.
¿Por qué no actúan o es porque a río revuelto, ganancia de pescadores? La reventazón puede representar un estallido de violencia de ida y de vuelta. ¡Basta que algún ciudadano dispare como respuesta (y ya han habido muertos por esto) y se generaliza un conflicto que se sabe cuándo comienza, pero no, cuándo acaba.
Hay otras formas de violencia que pasan desapercibidas. Cuando una empresa comercial vende electrodomésticos, mercadería diversa y múltiple y no responde al presentar estos, fallas insufribles e inaceptables, se zahiere al usuario.
Conté en días pasados la respuesta de una oficina de servicio al cliente: ¡quéjese donde quiera! Y el malcriado tenía acento venezolano o colombiano y probablemente cobre la mitad. Pero las grandes tiendas siguen vendiendo caro y ahora con la incertidumbre de no saber la calidad de los productos.
Cuando el Estado provee servicios pésimos de salud, no solo crece la mortandad sino también la propagación de enfermedades que se suponía estaban erradicadas del país. ¿Cuánta gente tiene los S/ 200 que cuesta una consulta médica en consultorio particular?
Otra forma de violencia es aquella cuando los oncólogos te aterran y hablan de “pre-cáncer” y que es urgente e imprescindible una operación que tiene un costo de S/ 7 u 8 mil soles! Y para los controlos pos operatorios ¡sólo hay que asistir al mismo médico!
Y la política nuestra parece un tribunal gigantesco con mercaderes ofreciendo sus chucherías. Las mentes abogadiles (curas y legos hicieron de este país lo que es), ya están pensando en recursos, hábeas data y demás adefesios, pero sin embargo eso puede tomar años, tantos que nadie se acordará, al día siguiente de su mínima importancia.
Nuestra historia se nutre de la anti-historia, la elusión, el “olvido”. Los días 13 y 15 de enero en 1881, la civilidad no preparada, casi sin armas, y con el solo entusiasmo de la improvisación que “dirigió” el miserable Nicolás de Piérola, y se registran las batallas de San Juan y Miraflores. Y la pérdida de la capital en ese año aciago.
¡Cómo si destruir al Perú constituyera un deporte inacabable! Este país es tan pero tan rico, que avalanchas de delincuentes le han robado y maltratado. Pero aún sigue otorgando sus ubérrimas dotes naturales.
¡Todo al revés!
13.01.2024
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