Nuestra adorada hipocresía
por Herbert Mujica Rojas
En Perú la hipocresía reviste cánones y celebra cada vez que puede la mentira diaria de su engaño cotidiano. Timar no es problema. Se aprende a hacerlo desde los tiernos años de la inocencia, para tapar el cohecho y la suciedad se apela a la mentira blanca como si por serlo la impostura fuere menos grave y monstruosa. Como si la estafa contra cada quien mejorara su horrenda faz con la geografía oportunista de quien produce la triquiñuela o dirige el latrocinio. O como si el fenómeno lacerante y putrefacto trocara su cáncer de acuerdo a quien “dicta” el concierto expoliador, el asalto social que se perpetra o el robo legal que se lleva a cabo. Más fuerte, vital, recurrente, cuasi inexintinguible, la hipocresía nuestra de cada día nos hace más cínicos y descarados. El político sólo sabe robar; el empresario engañar y el burócrata vive de los tontos. Y estos de su trabajo. Y uno que otro payaso se ha creído el cuento que escribe libros epocales porque por sus augustas figuras y cerebros producen mercenarismos que pagan adrede pandillas de pseudointelectuales, historiadores de juguete o héroes de barro.