Hasta ahora, la mayoría de los investigadores situaban la magnetorrecepción en el mismo nivel que la radiestesia o la telepatía, o sea, en el terreno de lo paracientífico.
En el caso de los humanos Kirschvink y los demás autores del estudio se propusieron abordar la cuestión por medio de las más modernas técnicas de encefalografía para estudiar y registrar la actividad cerebral de un grupo de voluntarios adultos ante las manipulaciones de un campo magnético dirigidas por científicos en un ambiente aislado, en la llamada jaula de Faraday.
Diversos estudios (como el publicado en Neuroscience en 2007 por S. Carrubba, C. Frilot, A.L Chesson y A.A Marino) mostraron que los seres humanos, hay depósitos de materiales magnéticos en el hueso etmoides de la nariz.
En su nuevo estudio, Kirschvink y sus colegas publicaron los resultados de una serie de experimentos cuidadosamente controlados y que revelan una clara disminución de la actividad cerebral en la banda alfa, que responde a la información sensorial, en algunos de los voluntarios.
Tras replicar el efecto en los participantes que mejor habían respondido, confirmaron que esas respuestas se ajustaban a las variaciones del campo magnético en el hemisferio norte. "Tras la estimulación geomagnética, se produjo una disminución en la amplitud de las oscilaciones de EEG alfa (8-13 Hz) de manera recurrente". Por supuesto, dónde se encuentra y cómo funciona exactamente ese misterioso 'sensor magnético' sigue siendo un enigma.