por Eduardo González Viaña

Tomé un taxi en Miraflores y le pedí a su conductor que me llevara al centro de Lima. Todavía no habíamos entrado en la Vía Expresa cuando el chofer me preguntó:

Ante mi asombro, el caballero comenzó a dar una serie de razones que lo inducían a pensar que ese conflicto bélico era inminente.

    ¿No cree usted, señor, que deberíamos comprar barcos?

    ¿Barcos?

    Sí. Barcos. Barcos de guerra.

Como no estamos en la época de comprar regalos de Navidad, pensé que me había topado con un conductor fumón, y le avise que prefería bajar en la otra esquina.

-No me malinterprete. Me refería a que debemos comprar barcos para prepararnos frente a la guerra con Chile.

Ante mi asombro, el caballero comenzó a dar una serie de razones que lo inducían a pensar que ese conflicto bélico era inminente. Todas eran sacadas de los tabloides que lee habitualmente o cuya portada ojea en los quioscos de periódicos.

Los taxistas en el Perú suelen expresar la opinión pública con casi tanta exactitud que las empresas encuestadoras. Por otro lado, ellos son una muestra de un profundo problema social. La desocupación ha obligado a millares de ciudadanos a comprar un sticker y pegarlo sobre el parabrisas de su carro o del que les alquilan.

Trabajan todo un día para ganar 60 dólares que están distribuidos en 20 para el propietario del vehículo, 20 para la gasolina y 20 para llevar a casa. No tienen vacaciones. Si quieren tener un domingo libre, tendrían que ayunar. Mi taxista de ese momento era ingeniero y estaba desocupado desde la época de Fujimori.

   ¿No le parece que debemos comprar barcos?- insistió el hombre que iba al timón.

   Tal vez se pueda comprar juguetes cuando usted tenga un puesto de trabajo o cuando en el país se resuelvan los conflictos sociales con la decisión de las mayorías y no con las balas.

   A propósito de eso, señor. ¿No cree usted que los Chilenos les están pagando a los cajamarquinos para que impidan la explotación del oro?

Un canillita se acercó al taxi para ofrecer sus tabloides, pero el chofer no compró ninguno porque -según me explicó- tenía una colección de la semana pasada. Le dije yo que suponía que aquellos cambiaban de noticia cada día.

El hombre sonrió y continúa hablando de la guerra con Chile. Me explicó que las noticias eran siempre las mismas y que versaban siempre sobre las armas compradas por el vecino, sobre un diabólico presidente regional o sobre la necesidad de emplear la fuerza contra las poblaciones que se resistieran “señor, a que seamos los primeros productores de oro del planeta”

-¡QuÉ son cinco muertos en Celendín, señor! ¡Lo importante es que entremos al primer mundo! -añadió.-

Por fin, no pudo resistirse y me dijo la verdad, su verdad:

-Además, señor, lo que más me importa en estos periódicos son los traseros que aparecen en LA PRIMERA página.

Recordé los tiempos de Fujimori. Evoqué la época en que las fuerzas cívicas del país se unieron en torno del doctor Javier Pérez de Cuéllar para acabar con la dictadura a través de las elecciones. Me acordé que de pronto el gobierno advirtió al país de un supuesto peligro ecuatoriano. Recordé que diversos políticos -entre ellos el propio candidato opositor- viajaron a otros países para predicar la causa peruana. Por supuesto, la oposición electoral fracasó.

Le dije que felizmente ya teníamos un gobierno democrático, y que la situación era diferente de cómo la pintaban esos periódicos, pero el conductor no me escuchó.

Me había distraído y el taxista había pasado ya de los barcos a los aviones de combate.

Nuestro carro daba vueltas en torno de un gigantesco mall. Para tranquilizar al chofer, le dije:

-No se preocupe. Hay una forma de esquivar al enemigo. Si estalla la guerra, podemos ir a comprar en cualquiera de esas tiendas, y nadie nos atacará porque todas esas tiendas son Chilenas.

Le rogué que me dejara en Ripley.

El Correo de Salem